Momentos emocionantes, imágenes poderosas, cautivadoras y desbordantes de energía, historias únicas – estos son los sentimientos de admiración que están ocasionando los atletas de las olimpiadas en millares de personas. Es indudable que los juegos representan una gran fiesta de las habilidades de las capacidades humanas, ya sea carreras de velocidad, remo, natación, ciclismo, tenis, vóley playa o gimnasia. Estos atletas resaltan la admiración y respeto del mundo que se fija en la velocidad de los pies, nuevos records mundiales y distintos eventos del atletismo mundial.
Los primeros reportes de los juegos olímpicos datan a los años antes de Nuestro Señor Jesucristo. San Pablo, quien fue ciudadano Romano, escribió muchas cartas en el curso de su actividad misionera, y en más de una de ellas usa la imagen de los juegos olímpicos: “He peleado la buena batalla, he corrido la carrera y he permanecido fiel. Ahora Ahora me espera el premio, la corona de justicia que el Señor, el Juez justo, me dará… “ (2 Tim 4:7-8)
La rigurosa disciplina que dedican los atletas antes del inicio del proceso de clasificación para es asombrosa. Entrenan para la competencia años antes de llegar a las olimpiadas siguiendo una rigurosa dieta, siguen rutinas de fortalecimiento por meses, años enteros. En su dedicación, estos hombres y mujeres comprometidos, renuncian a esos placeres de la vida que podrían empañar su meta de alcanzar ganar una medalla de oro. Esta es la historia de la fe inquebrantable de lograr, de conquistar, de alcanzar una meta!
Y por supuesto, la meta en las olimpiadas es ganar, no solo una medalla, sino la medalla de ORO! Este es el ideal y la meta de cada participante. ¿Ganaré la medalla de oro? El tiempo lo dirá; los ojos de este hombre o mujer están puestos en la medalla de oro. Esta es la lucha que esta detrás de los triunfos olímpicos.
Seguiremos este esquema, pero cambiando el enfoque, aplicándolo a nuestra vida espiritual. El objetivo es suscitar y alimentar una más decidida toma de conciencia de la responsabilidad que tenemos respecto a nuestra vida espiritual. En el plano espiritual, todos estamos llamados a ser atletas de Cristo, estamos llamados a correr la buen carrera, pelear la buena batalla y ganar la corona que espera a los con fidelidad siguen a Cristo.
La diferencia entre el atleta olímpico y el atleta de Cristo es monumental, porque el que corre por Cristo no lo hace para alcanzar fama, honores, premios, elogios y aplausos de los medios de comunicación. El atleta de Cristo no corre o compite por la medalla de oro, plata o bronce, o para que su fotografía salga en todas las portadas o para alcanzar fama y reconocimiento mundial.
Vanidad de vanidades, todo es vanidad,” dice la Palabra de Dios; al menos de que sea nuestras acciones sean dirigidas para dar gloria a Dios, y para trabajar por la salvación de nuestra alma, todo es vanidad. Para el que corre por Cristo, la medalla de oro es la salvación de su alma inmortal.
Es más, el atleta robusto de Cristo no se conforma con alcanzar su propia salvación sino que se ocupa de ganar el mayor número de almas para Jesucristo, el “Señor de Señores, y, Rey de Reyes”.
¿Qué encierra esto concretamente? Simple y sencillamente se trata de tener determinación y decisión, disciplina espiritual, ser perseverante y fijar la mirada interior en la meta final: el CIELO, en donde Cristo Rey espera a sus fieles y perseverantes atletas.
Son tres las áreas de disciplina que el atleta de Cristo necesita desarrollar para entrar en las “olimpiadas” y ganar la medalla de oro que no se empaña, ni se corroe o se oxida. Debemos apreciar, valorar y procurar afanosamente esta disciplina cada día. Y es la siguiente:
DISCIPLINA ESPIRITUAL: LA ORACIÓN. La oración es el oxígeno del alma. Sin la oración, le faltará el oxígeno al atleta de Cristo. Es como un buso sin tanque, un corredor de velocidad sin piernas, o un nadador sin piscina. El que corre la carrera por Cristo, no solo debe de dedicarse a la oración, sino que debe esforzarse por crecer y profundizar en la oración. La oración es dialogar con Dios, es amistad y unión con Dios, es adentrarse en la fuerza de Dios. Ningun santo – atletas que han triunfado en el plano espiritual – logró el premio de la salvación sin haber trabajado afanosamente y luchado por su vida de oración, con trabajos y dificultades pero ganaron porque fueron perseverantes en la oración.
DISCIPLINA SACRAMENTAL: Nosotros, los discípulos del Rey de Reyes y Señor de Señores, Jesucristo, amamos nuestra fe, amamos Su Cuerpo Mistico que es la Iglesia, que es e, y ante todo, los SACRAMENTOS. Los Sacramentos son signos sensibles y eficaces de la gracia, instituidos por Cristo. Dios comunica la gracia a su Iglesia de diversas formas, pero la forma más eficaz y abundante es mediante los Sacramentos. Estos son los dones más sublimes y poderosos dados por Jesucristo a su Iglesia. Cuan agradecidos debemos estar a Nuestro Señor por su inmensa bondad. Él prometió que no nos dejaría huérfanos. Por lo tanto, Él está presente en su Iglesia, y su gracia fluye abundantemente, como un océano, en los Sacramentos. El que corre al carrera por Cristo debe recibir el sacramento de la Reconcilación y la Santa Eucaristía con regularidad y con la mayor disposición. En una palabra, el atleta de Cristo debería anhelar y añorar recibir los sacramentos mejor cada vez. Qué bueno es el Señor, que deja caer sobre nosotros como torrentes de agua, su gracia mediante los sacramentos. La Confesión sana las heridas causadas por nuestros pecados; la Santa Comunión alimenta nuestra alma hambrienta y sedienta con el Cuerpo y la Sangre de Jesús, nuestro Amo, Rey y Señor!
LA DEVOCIÓN MARIANA. Los atletas de Cristo también son atletas de la Santísima Virgen María. La gracia es la fuerza espiritual que impulsa y da vida a los atletas de Cristo. Uno del los títulos más gloriosos dados a la Santísima Virgen María son las palabras dichas a ella por el arcángel Gabriel en la anunciación, “LLENA DE GRACIA”. En efecto, desde la Inmaculada Concepción de María en el vientre de su madre, santa Ana, hasta su asunción al cielo en cuerpo y alma, nuestra amadísima madre, la Virgen María creció en gracia. En efecto, todos que aman a María, todos los que la invocan, que se consagran a ella, y procuran acercar a otros a ella, recién gracias singulares de ella. Y una de estas gracias singulares es la gracia de crecer en la gracia. ¿Qué es la gracia? Dicho de forma sencilla: la gracia es en el ámbito espiritual, la vida del alma, es unión y amistad con Cristo. De todos los regalos que podemos recibir aquí en la tierra –atletas en rumbo a la Patria Celestial – ¡la gracia de Dios es el tesoro más grande! ¡Y una vez que alcanzamos el cielo, esa es la medalla de oro que recibe quien es victorioso de manos de Jesús, el Señor de Señores y Rey de Reyes!
En conclusion, el verdadero discipulo de Jesús y María, el corre verdaderamente la carrera de Cristo abrazan la disciplina del cuerpo, mente, corazón y alma, abrazando un robusta vida de oración, fomenta su vida sacramental y procura una filial devocion a María, Madre de Dios y Madre nuestra, para poder correr la buena carrera y lucha la buena batalla hasta ganar la corona de gloria que espera a los campeones espiriales del Señor!
El padre Ed Broom, OMV (Oblato de la Virgen María), conocido también como Padre Escobita, fue ordenado sacerdote por san Juan Pablo II en 1986. Es asistente del párroco en la Iglesia de San Pedro Chanel en Hawaiian Gardens (California). Allí imparte retiros, da los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, organiza y dirige su propio programa de radio y televisión en Guadalupe Radio –Barriendo Conciencias.