Memorial Opcional de San Luis María de Montfort, presbítero
Memorial Opcional De San Pedro Chanel, presbítero y mártir
Padre Edward Broom, OMV (P.Escobita)
Espiritualidad Católica Ignaciana y Mariana
«Ustedes nacieron para cosas más grandes». (Ven. Madre Luisita)
LUNES, 26 de abril Jn. 10, 1-10 Verso de aleluya: «Yo soy el buen pastor, dice el Señor; conozco a mis ovejas y las mías me conocen».
Las buenas ovejas se esfuerzan por obedecer y seguir al Buen Pastor en todo momento, en todo lugar y en toda circunstancia. Esa docilidad en la obediencia al Buen Pastor se llama santa obediencia y es lo que constituye la santidad o la santificación, es decir, llegar a ser santo.
En concreto, Santa Faustina escribió una vez en su diario, W – w… ¡La voluntad de Dios, mi voluntad!
LLAMADA UNIVERSAL A LA SANTIDAD: ¡SÉ SANTO! Por el P. Ed Broom, OMV
Sin duda, la mejor manera de transformar el mundo en un lugar mejor es esforzarse por llegar a ser santo. Muchos te mirarán sorprendidos si les dices que están llamados a ser santos. «¿Yo, santo? Eso no es para mí».
La razón de este choque es que muchos no saben cuál es la voluntad de Dios para nosotros. Dios quiere que cada uno de nosotros se convierta en santo, incluso más de lo que nosotros queremos serlo. Muchos piensan que un santo debe hacer milagros extraordinarios mientras está en la tierra. El santo debe ser capaz de bilocarse, curar a los enfermos, resucitar a los muertos y detener el curso del sol. En realidad, nada de esto es necesario para que uno se convierta en santo. Aunque es cierto que, después de la muerte, los milagros deben ser atribuidos a una persona santa que va a ser beatificada y eventualmente canonizada como santa.
¡Jesús nos manda ser santos! Jesús habló con la máxima claridad sobre este tema de la llamada universal a la santidad: «Sed santos como vuestro Padre Celestial es santo». (Mt. 5:48) En el Sermón de la Montaña, una de las Bienaventuranzas reitera el mismo tema: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de santidad; serán saciados». (Mt.5:6) San Pablo en su Carta a los Tesalonicenses repite el tema: «Esta es la voluntad de vuestro Padre Celestial, vuestra santificación». (1 Tesalonicenses 4:30)
Santa Teresa de Calcuta expresó la santidad con estas concisas pero penetrantes palabras: «La santidad no es el privilegio de unos pocos, sino el deber de todos». San Josemaría Escrivá de Balaguer (Fundador del Opus Dei) se lamentaba con estas palabras: «La mayor crisis del mundo es la falta de santos». El escritor francés de los años 1900, León Blois bromeó: «La mayor tragedia del mundo es no llegar a ser el santo que Dios nos llama a ser».
Uno de los documentos más autorizados en el mundo moderno, del Concilio Vaticano II, la Constitución Dogmática Lumen Gentium, Capítulo V, se centra en un tema específico: La llamada universal a la santidad. En una palabra, los Padres del Concilio insisten en el imperativo moral y la obligación imperiosa de que todas las personas, de todos los lugares, culturas y orígenes, deben esforzarse por ser santas. Todos deben poner de su parte para intentar ser santos.
Quieren el cielo y la santidad: ¡háganse santos! De hecho, todos los que están en el Cielo han llegado a la santidad; son santos. Muchos, probablemente la mayoría de los que están en el Cielo, podrían ser calificados como santos anónimos. Esto significa que no fueron canonizados, es decir, declarados oficialmente por la Iglesia como santos. Sin embargo, ¡son santos!
Por lo tanto, teniendo en cuenta esta «Llamada Universal a la Santidad», procederemos a destacar algunas pautas o sugerencias prácticas que pueden servirnos de motivación o estímulo en el esfuerzo por llegar a ser el santo que Dios ha llamado a cada uno de nosotros. En efecto, sin directrices prácticas y sin un verdadero GPS espiritual -o mapa de carreteras-, la búsqueda de la santidad resultará muy ardua. Los atletas necesitan entrenadores; los escritores, mentores; y los artistas, modelos. Lo mismo ocurre con los que persiguen la santidad de la vida, las directrices y los indicadores -en la dirección correcta, por supuesto- son indispensables.
Conclusión. Empecemos ahora mismo y esforcémonos por vivir el mandato de Jesús: «Sed santos como vuestro Padre celestial es santo». Lo único que realmente importa en la vida es llegar a ser santos. Que ésta sea nuestra meta, y que la alcancemos por la gracia de Dios y las oraciones de María, la llena de gracia y la Reina de los ángeles y de los santos.