Juan XXIII declaró, «Los santos son las obras maestras del Espíritu
Santo». El don de los dones, el vínculo de amor entre el Padre, el
Hijo, el Consolador y Consejero, el Dedo de Dios, Dulce Huésped del alma, el
SANTIFICADOR—todos estos son títulos descriptivos del Espíritu Santo, la
Tercera Persona de la Santísima Trinidad.
manda ser santos con estas palabras: «Sed santos como vuestro Padre
celestial es Santo.» El tiempo gramatical utilizado no es el
imperfecto, ni el condicional, ni presente, ni futuro, sino más bien es el modo
«Imperativo». Por supuesto, ¡el modo imperativo es un modo
gramatical empleado para expresar mandatos u órdenes! Dicho eso, debemos usar el modo más eficaz
para alcanzar este imperativo, este mandato, ¡esta meta máxima de nuestra vida!
SANTO. Es indispensable tener una devoción al Espíritu Santo para llevar
a cabo esta hermosa y necesaria tarea.
En el momento de nuestro Bautismo nos convertimos en templos del
Espíritu Santo. El sacramento de la
Confirmación fortalece la presencia del Espíritu Santo, al igual que lo siete
dones del Espíritu Santo. Por lo tanto,
le incumbe a todo discípulo de Cristo quien es «templo del Espíritu
Santo» aprovechar el depósito infinito de gracia y poder, quien es Dios
mismo en la Persona del Espíritu Santo.
obra maestra sobre el Espíritu Santo, titulado En la escuela del Espíritu Santo, Jacques Philippe ofrece diez
breve consejos (Capítulo 2) para fomentar y estar abierto a las
«inspiraciones» del Espíritu Santo. Por consiguiente, daré un
breve resumen de estos excelentes consejos, que peden conducir a una unión
profunda con el Espíritu Santo y dar verdaderos frutos de santidad si se
practican. En las palabras del Beato Papa Juan XXIII, todos somos
llamados a ser «La obra maestra del Espíritu Santo— SANTOS».
LA ALABANZA Y ACCIÓN DE GRACIAS. ¡Dios se complace con un corazón
agradecido, y con un corazón deseante de alabar Su bondad infinita! Los
Salmos abundan en himnos de alabanza.
San Ignacio en Principio y
Fundamento señala que nuestro propósito en la vida es primeramente
«alabar» a Dios. De los diez leprosos que Jesús sanó, sólo uno
volvió a darle gracias por el don recibido, el don de la salud. La
puerta de nuestro corazón está abierta a este «don de los dones» del
Espíritu Santo cuando alabamos y damos gracias a Dios. «Dad gracias
al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia».
Y PEDIRLAS. Cuando verdaderamente deseamos algo, hacemos enormes
sacrificios para lograrlo. Un niño que está deseoso de ir al circo, a
Disnilandia o al Mundo Marino (Sea World), no deja de recordarle a sus padres
de lo prometido hasta el punto de agotarlos. El anhelo más ferviente de
nuestro corazón debe ser Dios. «Como el ciervo brama por las corrientes de
las aguas, así clama por Tí, oh Dios, el alma mía.» «Pedid y
se os dará; Buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá.» (Mt. 7:7).
Pidan el «don de los dones», el Espíritu Santo.
ALGUNANA. En la espiritualidad Ignaciana, la palabra clave es “magnanimidad”, que significa una disposición
total a la gracia de Dios. Santa Teresa de Lisieux tomo la decisión de no
rechazarle a Dios nada, y por esto Dios le dio abundantemente su Espíritu Santo
y la colmo de sus inspiraciones transformándola en una de las más grandes
«obras maestras del Espíritu Santo».
Los niños deben obedecer a sus padres, los religiosos a sus superiores y
los católicos las enseñanzas del Papa y del Magisterio de la Iglesia.
Una disposición del corazón humilde, dócil y mansa, atrae al Espíritu Santo y
sus inspiraciones celestiales.
ABANDONO. El Padre Phillipe le llama a esto «La obediencia a los
acontecimientos». San Ignacio le
llama «la Santa Indiferencia». En palabras de Ignacio no
queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor
que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás
solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos
criados — para alabar a Dios en esta vida y en el cielo por toda la
eternidad.
DESPRENDIMIENTO. Un apego desordenado a personas, lugares, cosas,
incluso tener una forma de pensar rígida puede ser un obstáculo para las
inspiraciones del Espíritu Santo. Manos aferradas al fango, puños llenos
de aserrín, imposibilita el depositar diamantes dentro de ellas. Si
nuestro corazón tienen algún apego desordenado—especialmente a cualquier
forma de pecado — ¡entonces retrocede el Espíritu Santo con sus inspiraciones
y busca un corazón más receptivo! El Catecismo de la Iglesia Católica,
comentando sobre la oración, señala que a menudo nuestras distracciones en la
oración pueden ser ese apego desordenado que el Espíritu Santo nos señala que
debemos de dejar ir.
SILENCIO Y LA PAZ. Un corazón que está absorto en un ruido constante,
movimiento y confusión no puede sintonizar su oído espiritual a la voz del
Espíritu Santo. Jesús, hablando como el
buen pastor, dice que las ovejas escuchan su voz y lo siguen. El silencio exterior e interior del corazón
es una condición necesaria. Recemos como el joven Samuel, «Habla
Señor a tu siervo escucha.»
FIELMENTE EN LA ORACIÓN. El gran entrenador de fútbol americano Vince
Lombardi acuñó este proverbio inmortal: «Cuando las cosas se ponen fuertes
(difíciles), sólo los fuertes dan frente». ¿Por qué no aplicar esta
«sabiduría de deportes» a las exigencias de la disciplina espiritual.
Los tiempos difíciles no deben apagar el fuego y dejar solo cenizas en
nuestra disciplina de oración, sino más bien nuestra vida de oración debería
elevarse a un nivel superior. El mejor ejemplo es nuestro Señor y
Salvador Jesucristo en el Huerto de los Olivos, cuando se hundió en un mar de dolor
y en un abismo de desolación. El
Evangelista hace hincapié que Jesús oró aún más INTENSAMENTE… Con
inspiraciones celestiales, el Espíritu Santo nos ayudará a orar.
«No sabemos cómo orar como debiéramos, pero el Espíritu Santo intercede
con gemidos inefables, por lo que podemos decir Abba, Padre»…(Romanos 8)
LOS MOVIMIENTOS DE NUESTROS CORAZONES. A menudo el Espíritu Santo nos
atrae a sí mismo por los mociones interiores de nuestro corazón. A través del silencio, la Confesión frecuente
y dirección espiritual adecuada se puede discernir, entender y recibir estos
movimientos. La paz y la alegría
interior —frutos del Espíritu Santo — manifiestan la presencia del Buen
Espíritu y de su inspiración celestial.
CORAZÓN A NUESTRO DIRECTOR ESPIRITUAL. Conforme uno sube la montaña de
la santidad el diablo y sus tentaciones son más sutiles. Tal es el caso que a
veces el espíritu malo puede sugerir un buen pensamiento para que más tarde nos
aleje de nuestra máxima finalidad que es Dios. (Reglas de Discernimiento de San
Ignacio, segunda semana). Por lo tanto, tener un buen director
espiritual, periódicamente reunirse con él, sinceridad verdadera, transparencia
en la conversación y una verdadera apertura del corazón permite la acción del
Espíritu Santo. Finalmente, María, que
es la «Esposa mística del Espíritu Santo», quien concibió a Jesús por
el poder y la gracia del Espíritu Santo puede ser de ayuda inestimable para
fomentar la inspiración del Espíritu Santo para poder ser esa «obra
maestra del Espíritu Santo» que todos estamos llamados a ser.