San Francisco Xavier, san Luis de Montfort, san Francisco de Asís, santo Tomás de Aquino, san Carlos Borromeo, san Juan Neumann, tienen esto en común – el nombre de cada uno de ellos aparece hoy en el canon de los santos, ellos están en el cielo alabando a Dios y lo harán por toda la eternidad y al morir no tenían más de 50 años de edad.
Veamos qué cosas los caracterizaba: eran extraordinarios misioneros, tenían celo incansable por la salvación de las almas, tenían un ferviente amor por Maria, vivían pobreza evangélica inalterable, tenían celo por fidelidad a la Santa Madre Iglesia, tenían gran amor por la Eucaristía y gran amor por nuestras escuelas católicas.
Jesús dijo: »Fuego he venido a traer a la tierra, ¿y qué quiero sino que se encienda?» (Lucas 12, 49-53) Los santos fueron hombres y mujeres en cuyas almas el fuego divino ardía, y este fuego les impulsaba con sed insaciable a buscar la salvación de las almas y buscar la mayor gloria de Dios.
Las últimas palabras de san Ignacio de Loyola a san Francisco Xavier, antes de que san Francisco partiera a la India, fueron: »Ve y prende fuego al Oriente». Y así pasó, san Francisco Xavier, el segundo más grande misionero después de san Pablo, bautizó a miles de personas cada día, que al llegar la noche no podía alzar más los brazos. ¡Este sí que es fuego!
San Juan Bosco, igual tenía un gran fe, una pasión por Cristo y un celo por la salvación de las almas. El entregó su vida por la salvación de los jóvenes de Turín y el mundo entero.
En una ocasión, algo atrajo a un joven a buscar a san Juan Bosco. El joven entró a su oficina, y sobre la pared estaba escrito algo en latín. Le preguntó a san Juan Bosco, qué decía, y le tradujo: »Dame almas, llévate todo lo demás.» Esta fue la fuerza motor y el gran lema de la vida de Juan Bosco – salvar el mayor número de almas con la gracia de Dios.
Santo Tomás de Aquino, el más grande teólogo en la Iglesia católica, enseña que vale más una sola alma inmoral que toda la creación. También enseña, que cuando una persona hace una buena preparación, acude al confesionario, se arrepiente sinceramente de sus pecados mortales y sale del confesionario habiendo recibido el perdón de Dios, esa alma vale más que todo la creación en su conjunto. Es precisamente porque los santos conocían el valor de una sola alma, que se dejaban de lado a si mismos, y se entregaban al servicio de los demás.
¿Por qué ayunaba san Juan María Vianney comiendo sólo patatas? ¿por qué dormía él en el piso? ¿por qué flagelaba su pobre cuerpo hasta el punto de derramar sangre? ¿por qué de noche dormía sólo 3 horas? ¿por qué pasaba entre 10 a 18 horas al día en el confesionario por casi 40 años???? ¿Por qué? Por el valor de una alma inmortal y para la gloria de Dios – ¡todos los santos concuerdan en esto!
Los santos estaban perfectamente conscientes del precio de una alma inmortal. La Palabra de Dios nos enseña, que no fuimos redimidos por oro ni plata, ni la sangre de machos cabríos o becerros, sino redimidos, santificados y purificados por la Sangre del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
PADER PÍO. Uno de los más conocidos y queridos santos modernos es san Padre Pío. El Padre Pío murió en 1968 y fue canonizado por el beato Papa Juan Pablo II. Este gran hombre de Dios, aceptó dócilmente los estigmas de Nuestro Señor.
En 1918 mientras él rezaba ante un crucifijo, recibió la misma gracia mística que había recibido setecientos años antes, su padre fundador san Francisco de Asís — el don de los estigmas.
Sus manos, sus pies y su costado fueron traspasados en imitación de la crucifixión de Nuestro Salvador. Jesús le dijo al P. Pío que estas heridas las llevaría en su cuerpo por cincuenta años, y al cumplirse este tiempo desaparecerían. Y así fue. Después de llevar las heridas por cincuenta años, en 1968 poco antes de su muerte, ¡las heridas desaparecieron!
¿Por qué aceptó estas heridas que le triarían gran sufrimiento? En una ocasión, alguien le preguntó si las heridas le causaban dolor. Con un poco de ironía respondió: »¡No son decoraciones!» El P. Pío, una alma víctima, portó los estigmas de Cristo para reparar por los muchos pecados del mundo y por la conversión y la salvación de los pecadores.
Es por esto que santa Faustina dijo: »El amor a Dios se mide por la voluntad de sufrir por el ser amado y la salvación de las almas.»
Si amamos a Dios, ¡debemos amar lo que Dios ama! En toda la creación de Dios – lea el primer y segundo capítulo de Génesis – ¡la corona de la creación son el hombre y la mujer! Todo lo que Dios trajo a la existencia en el mundo natural, lo creo como peldaño o escalera para que el hombre llegue al cielo.
Debemos amar lo que Dios ama — ¡la salvación de las almas! ¡Y una sola alma inmortal vale más que todo el universo!
El punto culminante, la cúspide, el ápice de la vida espiritual de los santos y los mártires, es vivir en imitación de Cristo, derramando su sangre y muriendo por amor a Jesús.
Uno de los santos modernos que murió en la guerra cristera en México es el beato José Luis Sanchez del Rio. El gobierno mexicano anticatólico trató de obligar a fuerza de crueldad inhumana, a este joven de 14 años a que renegara de Cristo Rey. Con la fe y la fortaleza que le dio el Espíritu Santo, Jose sólo gritaba »¡Viva Cristo Rey!» Esa noche, los verdugos le desollaron los pies con un cuchillo, le golpearon con garrotes, le apuñalaron su delgado cuerpo con machetes y cuchillos, y José seguía gritando »¡Viva Cristo Rey!» Al último, recibió un tiro a la cabeza. Antes de morir, ¡este niño santo hizo la señal de la cruz en el piso con su propia sangre!
¡Los santos, los santos, los santos, cuán gloriosos, nobles, heroicos son! ¡Qué fortaleza! Que Dios os inspire, a ti lector, a que seas un gran santo, a que proclames la gloria de Dios, ¡y a que ganes una multitud de almas inmortales para la gloria de la Santísima Trinidad!