Si pisáramos un
clavo oxidado, de inmediato lo sacaríamos e iríamos al médico para que nos diera una vacuna contra el tétano. En nuestros
hogares, no dejamos que se acumule la basura, mas bien procuramos sacarla por
lo menos una vez por semana. En cuanto a
la higiene personal, nos bañamos varias veces por semana. Si su hijo tomase veneno, ¡de inmediato lo llevaría a urgencias!
Aun algo tan pequeño como una partícula de polvo en el ojo, causa incomodidad
y de inmediato hacemos algo para remediarlo.
Siempre estamos muy conscientes de las necesidades del cuerpo y de sus
dolencias. ¿Y el alma?
¡Cuántos hoy en día
cometen un pecado mortal (o muchos pecados mortales) y no hacen nada para curar
esta enfermedad espiritual! El pecado
mortal mata el alma, mata la vida de gracia.
¡El Papa Juan Pablo II dice que el pecado mortal es suicidio moral!
Lo peor que podemos
hacer es cometer un pecado mortal, pero peor que el pecado mortal, es morir en
pecado mortal. Si morimos en pecado
mortal, ¡perdemos nuestra alma por toda la eternidad!
Quién comete un
pecado mortal y deliberadamente pospone su conversión comete pecado de
presunción porque está dejando para mañana su arrepentimiento, su conversión e ir a confesarse.
El pecado de presunción es esperar obtener perdón de Dios sin conversión
y la gloria sin mérito, es jugar con la gracia de Dios y presumir que habrá un
mañana, que tendremos tiempo para arrepentirnos, es pensar que Dios esperará
hasta que estemos listos para volver a Él.
¡GRAVE ERROR!
ni la hora en que Dios tocará a la puerta de nuestro corazón y nos pedirá
cuantas de nuestra vida. Vendrá para
juzgar a vivos y muertos. Llegará como
ladrón de la noche, ¡cuando menos lo esperamos!
Si estamos en pecado
mortal, no dejemos para mañana nuestra conversión, con
corazón arrepentido y confianza en la infinita misericordia de Dios regresemos hoy a Él, acudamos
al confesionario, regresemos al estado de gracia y luchemos por ser fieles a
Dios. Custodiemos nuestra alma de tres
enemigos: ¡el mundo, la carne y el
diablo!
Pidamos a María
Santísima, Madre de misericordia, la gracia de luchar contra el pecado y de
anhelar con fervor vivir en estado de gracia, para así alcanzar el cielo. María, Madre de Dios, ruega por nosotros.