Padre Edward Broom, OMV (P.Escobita)

Espiritualidad Católica Ignaciana y Mariana

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Oct 03 2014

EL SACERDOCIO

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Oct 03 2014

SABER OBEDECER!

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Oct 03 2014

TIEMPO PARA TODO (ECLESIASTES)

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Sep 30 2014

¿YO, SANTO?

Cuando recién fui ordenado sacerdote, me encontraba en Buenos
Aires Argentina, la tierra del Santo Padre, el Papa Francisco, recuerdo una vez haber desafiado
a una señora que tenía nobles aspiraciones espirituales diciéndole:  ‟¡Sos llamada a ser santa!”  Recuerdo su reacción, una mirada de asombro, ¡casi
se cae de la silla!

Esta reacción respecto a la llamada a la santidad,
no es poco común aún entre buenos católicos. 
¿Por qué esta reacción de asombro? 
Porque muchos tienen una idea errónea de lo que es la santidad. 

En mi clase de
catecismo hago esta pregunta: ‟¿Quién quiere ir a cielo?”  ¡Todos alzan la mano sin excepción e de inmediato!  Luego hago la siguiente pregunta:  ‟¿Cuantos de ustedes quieren ser
santos?”  Ni una sola persona alza la
mano.  Luego explico la siguiente
verdad.  Todos somos llamados a ser santos
porque en el cielo donde está Dios, están también los ángeles, los SANTOS y la Santísima
Virgen María.  Para llegar al cielo
tenemos que ser santos – no hay otra forma de llegar.  Hay dos tipos de santos, los que han sido
canonizados, los que han sido proclamados santos por el Santo Padre cuando después de su muerte se les atribuye dos milagros.  Pero la mayoría de santos son ‟anónimos”, es
decir, no han sido canonizados oficialmente por la Iglesia, ¡pero en verdad son
santos!

Veamos algunas pruebas concretas de este llamado a la santidad.  La escencia de la santidad, de ser santo, es
simple y sencillamente el deseo ardiente de seguir e imitar los pasos de
Jesucristo nuestro Salvador y Redentor – ‟el Santo de santos”.  Nuestra santidad fluye de nuestra unión
con Cristo, por la gracia que fluye del misterio pascual – la pasión, muerte y
resurección y la imitación de Cristo. 
Estas gracias fluyen con mayor abundancia mediante el Cuerpo Místico de
Cristo, la Iglesia y una vida sacramental, de forma única mediate la Santa
Eucaristía – que es veraderamente el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de
Jesucristo nuestro Salvador y Redentor. 
Toda las virtudes necesarias para ser santo están veraderamente presente
en cada Hostia consagrada ¡porque cada Hostia es JESÚS!

Otra prueba de este
llamado universal a la santida es la siguiente. 
En el Sermón de la Montaña, Jesús nos desafía en las bienaventuranzas a
que tengamos hambre y sed de justicia. 
Justicia es otra forma de decir santidad.  ‟Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues
ellos serán saciados.”
(Mt 5,6)  En este
mismo contexto Jesús da un imperativo diciéndonos:  ‟Sean santos como es santo vuestro Padre
celestial.”
(Mt 5,48)  No es término
condicional sino un imperativo – ¡Jesús nos manda a ser santos!

La Beata Madre Teresa de Calcuta reafirma este mismo compromiso con estas potentes palabras: 
‟La santidad no es el privilegio de unos sino el deber de
todos.”  Igual le afirmaba a cualquier
joven que quería ingresar al convento de las Misioneras de la Caridad que era
menester tener el deseo ardiente de ser santos.

Por último, en uno de los documentos más importantes del Concilio
Vaticano II, la Constitución Dogmática ‟Lumen Gentium”, quinto capítulo, es
nada menos que el ‟llamado universal a la santidad”.  Es decir, la santidad no es para un grupo
selecto sino universal – todos, absolutamente todos somos llamados a ser
santos.

Roguemos a Nuestra Señora, la Santa Madre de Dios, que nos alcance la
gracia de realmente anhelar ser santos para así cumplir las palabras de Jesús:
‟Sean santos, como es Santo vuestro Padre celestial.”
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Sep 29 2014

¡LA MEDIDA DEL AMOR ESTÁ EN LA VOLUNTAD DEL SACRIFICIO!

Uno de los signos más elocuentes del verdadero amor es la capacidad de sufrir y la disponibilidad de espíritu de sacrificio por el ser querido. En efecto, Jesús nuestro Salvador y Redentor es el más grande amante de nuestras almas.

Jesús manifestó su amor encarnándose en el purísimo vientre de María y naciendo en Belén.  Lo manifestó con sus milagros, su doctrina santa, sus enseñanzas, pero la manifestación más poderosa fue la forma en que culminaron los tres años de su vida en la tierra y su muerte.  Con su pasión dolorosa y su muerte en la cruz, Jesús dijo al mundo -‟¡Te amo! Cuánto anhelo que estés conmigo en el cielo por toda la eternidad.”

Si Jesús nos amó al grado de derramar su Preciosa Sangre el Viernes Santo,¿qué no deberiamos nosotros estar dispuestos a sufrir y sacrificar porÉl? En este breve ensayo presentaremos tres sugerencias prácticas para responder a este amor.

1. ¡EL MOMENTO HERÓICO! El fundador de Opus Dei, san José María
Escriva Balaguer, nos invita a vencernos a nosotros mismos desde el comienzo
del día en lo que él llama el MINUTO HEROICO. 
¿A qué se refiere?  —Es la hora, el minuto, en punto
de levantarnos por la mañana. En el momento en que suena el despertador, debemos
saltar de la cama, doblar la rodilla y hacer nuestro ofrecimiento del dia,
entregando todo a Jesús por medio de María. 
¡Inténtelo mañana mismo, y haga también un pequeño sacrificio, levántese
5 minutos más temprano.  Jesús dice:
‟Quién es fiel en lo poco, es fiel en lo mucho.”  Ese fue precisamente el caminito de santa
Teresita: ‟Hacer las cosas ordinarias con extraordinario amor.”  Este es el secreto de los santos.  ¡Quien comienza bien, acaba bien!

2.  OFREZCAMOS NUESTRO SUFRIMIENTO. Hoy, cuántos no hay que sufren y lo único que hace es quejarse.  Lo único que logran es perder todo mérito o gracia que podría venir
del sufrimiento.  Hace poco, tuve un
infección, algo dolorosa, pero no de vida o muerte, pero estaba bastante incómodo.  Pero pensé:  ¿por qué no aprovecho este sufrimiento, lo ofrezco a Dios y pido que me conceda muchas gracias a mi y a mis
feligreses?  Ese domingo, me tocaba
celebrar tres Misas, con aproximadamente 2,500 personas.  Decidí ofrecer mi Misa por ellos y por sus
familias, por su conversion, su santificación y la salvación eterna de sus almas.  En esta Misa, ofrecí mi sufrimiento y mi
enfermedad, colocándola  sobre el altar, para que cuando elevara la Sagrada Hostia y la Preciosa
Sangre, estaría ofreciendo oraciones por ellos, y uniendo mi pequeño sacrificio por su crecimiento espiritual.  En
resumen, el sufrimiento tiene valor en la medida en que lo unimos al
sufrimiento de Jesús, nuestro Salvador y Redentor, especialmente en la Santa
Misa.  La próxima vez que nuestro Señor
le mande alguna cruz o sufrimiento, no lo desperdicie, mas bien únalo al
sufrimiento de Jesús y tendrá un valor infinito. 
El diario de santa Faustina dice que si los ángeles pudiesen sentir
envidia de nosotros, la tendrían por dos razones: 1)Porque podemos comulgar en
la Santa Misa y ellos no y 2) Porque podemos sufrir y ellos no!  ¿Por que esta santa envidia?  Porque si aceptamos el sufrimiento y lo
unimos a la cruz de Cristo, ¡Dios derramará sobre nosotros una lluvia de gracias!

3. ALMAS VÍCTIMAS.  Hay almas víctimas quienes se ofrecen para sufrir con Jesús.  Esas almas, aceptan todo el sufrimiento que Dios les manda.  ¿Por qué?  Por varias razones:  1) Porque en el mundo, el pecado abunda.  Muchos pecan y pecan y se rehusan a dejar el pecado.  El alma víctima en justicia, contramanda la acción del pecado de muchas almas.  2) Reparación.  La justicia exige alguna reparación que restaure el daño ocasionado.  El pecado daña, en cambio la oración y el sacrificio sanan las heridas.  3) Consolar el Sagrado Corazón de Jesús.  Cada vez que pecamos, herimos el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María.  Es por eso que el arte místico representa el Sagrado Corazón rodeado de espinas y el Inmaculado Corazón traspasado por una espada.  Nuestros sacrificios, las obras de penitencia y oraciones consuelan los corazones de Jesús y María.  4) Por la CONVERSIÓN Y SALVACIÓN DE LOS PECADORES. Si verdaderamente amamos a Dios, debemos amar lo que Dios más ama.  Dios ama las almas.  Cada alma tiene un valor infinito por ser redimida por la Sangre de Jesús en la cruz. Una alma víctima acepta el sufrimiento teniendo muy presente la conversión de los pecadores y la salvación de las almas – para que estas almas no sufran la condenación eterna sino que estén con Dios por toda la eternidad.  Por qué no tomamos como modelo a una de más pequeñas y queridas santas modernas: ¡la BEATA JACINTA MARTO! En la ceremonia de su beatificación, el santo Juan Pablo II la llamó una pequeña ‟alma víctima” y a su hermano, el Beato Francisco Marto, un ‟pequeño místico”. Cuando la Virgen María se les apareció en el mes de julio, les mostró una gráfica imagen del infierno y las almas sufriendo los tormentos infernales y la presencia de los demonios.  Esto causó un cambio radical de la pequeña Jacinta. Desde ese día en adelante, Jacinta vivió las virtudes de forma heroica.  Esta pequeña ‟alma víctima” tenía sed de la salvación de las almas, todo sacrificio lo consideraba poco. Estos son algunos de los sacrificios que la Beata Jacinta practicaba: rezaba muchos Rosarios y muchas oraciones, dejaba de comer lo que más le gustaba (uvas), renunciaba a los pequeños pasatiempos (bailar), daba su almuerzo a los pobres, se ciñó una cuerda alrededor de su cintura, en fuertes días de calor no tomaba agua y ofrecía a Dios su dolor de cabeza.  Jacinta ofreció todo a Jesús y María por la conversión de los pecadores y la salvación de las almas. 



CONCLUSIÓN. Muchos no somos llamados a ser almas víctimas como la beata Jacinta Marto o san Padre Pio. Sin embargo, podemos y debemos hacer pequeños actos de sacrificio.Ofrezcamos nuestras pequeñas
cruces y nuestros sufrimientos a Jesús por medio del Inmaculado Corazón de
María. Porque una sola alma vale más que
todo el universo creado.¡Trabajemos
enérgicamente y con generosidad para lograr una cosecha abundante de almas para la mayor gloria de Dios!
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