El hombre ha sido creado para conocer a Dios, amar a Dios, servir a Dios en esta vida para gozar con Él en el cielo por toda la eternidad (Catecismo Básico) Principio y fundamento: “El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, mediante esto alcanzar la salvación.» (San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales #23)
Estas declaraciones, claras y concisas, deben motivar nuestra forma de pensar, nuestra forma de hacer decisiones, nuestras acciones y en si, toda nuestra vida. Esta deberá ser nuestra filosofía de vida. Todo se resume en una sola cosa: el CIELO! El motivo principal de nuestra vida es poner todo de nuestra parte para alcanzar nuestra meta – la vida eterna en el cielo! »Como el ciervo anhela las corrientes de agua, así suspira por ti, oh Dios, el alma mía.»
¿CÓMO SERÁ EL CIELO? ¿Acaso podemos penetrar o sondear las profundidades de esta realidad? ¡Claro que no! ¡Pero debemos intentarlo! Vislumbramos la realidad del cielo con estas alentadoras palabras de san Pablo: »Ni ojo vio, ni oído oyó, ni por mente humana han pasado las cosas que Dios ha preparado para los que lo aman.» (1 Cor 2, 9) ¡Jamas nos lo podemos imaginar, supera la imaginación! Pero aunque así sea, debemos esforzarnos por alcanzar el cielo. Tengamos presente las palabras de san Anselmo: »La fe busca entendimiento.»
UN BUEN EJERCICIO. Este ejercicio podría resultar provechoso en nuestra búsqueda del la patria celestial. — Traiga a su memoria del día más feliz de su vida. Ahora, enfóquese en algún suceso de su vida, las 2 horas más felices que haya vivido. ¿Lo tiene presente? Ahora multiplique ese gozo un millón de veces. Ahora imaginase que ese gozo, que ya multiplico un millón de veces, que nunca acabara, ¡ese gozo lo vivirá por toda la ETERNIDAD! Para comprender lo que es el cielo, la clave es meditar lo que es la »eternidad». La »eternidad» durará por los siglos de los siglos, para siempre. San Agustín dice que nuestra vida en comparación con la eternidad no es más que un abrir y cerrar de ojos!
Para mi, ¡el día más feliz de mi vida fue el día de mi ORDENACIÓN SACERDOTAL! Cuando yo hago este ejercicio, traigo a mi mente el 25 de Mayo de 1986. Fue el domingo de la Solemnidad de la Santísima Trinidad. ¿El lugar? La Basílica de san Pedro. ¿El acontecimiento? Mi ordenación sacerdotal. La ceremonia comenzó como eso de las 9:30 de la mañana. Entraron en procesión un gran número de diáconos que iban a ser ordenados – yo estaba entre ellos. Procesaban también un gran número de sacerdotes, obispos y por ultimo entró el Papa Juan Pablo II! Durante la celebración de la Misa de ordenación el Papa Juan Pablo II oró sobre nosotros. Entonces bajó, y a uno por uno, nos impuso sus manos y oró en silencio. Juan Pablo II llegó a donde yo estaba e impuso sus santas manos sobre mi cabeza. En esa ceremonia, yo fui ordenado sacerdote por siempre según el orden de Melquisedec.
Una paz, una felicidad, un júbilo y una consolación desbordante inundaron mi alma. Recibi en mi alma la marca indeleble del Orden Sacerdotal. San Juan Pablo II me ordenó sacerdote. Y desde ese día, he podido traer a Jesús a un gran número de almas por medio del Santo Sacrificio de la Misa, la Santa Comunión y el sacramento de la Reconciliación. ¡Qué gozo indescriptible!
Ahora, emprenda su propio ejercicio – piense en el día mas feliz de su vida, las dos horas más felices de su vida y compárelo al cielo y a la eternidad.
LA PROMESA DE JESÚS. Jesús hizo varias promesas a sus fieles seguidores. Una de esas promesas fue sobre e cielo y su deseo de llevarnos al cielo para estar con Él y el Padre por toda la eternidad. Escuchemos y meditemos estas hermosas palabras que dan inmensa consolación.
«No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a preparado un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino.» (Jn 14,1-4)
LA REALIDAD DEL CIELO, ESPERANZA Y GOZO! La realidad del cielo debe producir en nuestro corazón una gran esperanza y gozo, igual debe ser una fuerte motivación a que vivamos una vida plena, pero siempre con los ojos puestos fijos en lo que es nuestra meta, el cielo, y no desviarnos del camino que conduce a Jesús. Tengamos fija la mirada, el pensamiento y nuestros deseos en Jesús que es ¡el CAMINO, la VERDAD y la VIDA!
¡CARGUEMOS NUESTRA CRUZ CON ALEGRÍA Y VALENTÍA! Si sabemos por qué estamos aquí, y si sabemos cuál es nuestro destino final, y si sabemos el verdadero gozo eterno que nos espera en el cielo, entonces esto nos ayudará a vivir nuestro compromiso bautismal. Esto nos debería ayudar a rechazar las tentaciones del enemigo, a rechazar las promesas falsas del mundo, y que luchemos ferozmente contra los deseos insistentes de nuestra baja naturaleza que llamamos la carne!
San Pablo nos anima a que elevemos nuestra mente y nuestros pensamientos a las cosas del cielo. También nos dice que las aflicciones del presente no son nada en comparación con la gloria que le espera a los hijos e hijas de Dios.
Por tanto, contemplemos esta realidad, la realidad del CIELO. Este estado temporal y transitorio es corto. Nuestra vida es como la flor del campo que de mañana así florece y de noche se marchita y seca. Nuestra vida es como el humo que se lleva el viento. Recordemos las palabras del gran converso san Agustín: »¡Nuestra vida en comparación con la eternidad es un abrir y cerrar de ojos.!»
El mundo nos promete placeres pasajeros que terminan en tristezas, confusión y un estado de desolación. Jesús nos ofrece la cruz, pero la cruz nos lleva a la victoria. El gran arzobispo y venerable Fulton J. Sheen dijo: »No hay resurrección sin primero pasar por Viernes Santo.» Dijo que hay dos filosofías de vida: 1) Quién ayuna primero y después festeja 2) Quién festeja y después sufre el dolor de cabeza! Como seguidores de Cristo, escojamos el camino de la cruz que nos conducirá con seguridad al gozo del cielo.
Quiera el Senor por intercesión de la dulce Virgen Maria, Nuestra Señora, la Reina de los ángeles, la Reina de las vírgenes, Reina de los mártires, Reina del santísimo Rosario y la Reina de los santos que algún día seamos una joya en su corona para así contemplar y adorar por toda la eternidad la visión beatífica de la Santísima Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ¡AMÉN!
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