En mi época de diácono, en 1985, en la ciudad de Roma, tuve el privilegio de ir al hospital de San Juan de Dios de Roma para visitar a los enfermos. La Orden Hospitalaria de San Juan de Dios era quien atendía a los enfermos y ancianos en ese gran hospital con vistas al Trastevere. Ellos bien reconocía y encontraban a Cristo sufriente, vulnerable, esperando ser atendido y consolado en el enfermo.
Han pasado décadas desde aquellos días de servicio a los enfermos en aquel hospital, mas el recuerdo más vivo de esa visita que realicé en Semana Santa no es tanto el Hospital, ni su situación geográfica, o a los pacientes del hospital, sino que me dejó una huella indeleble, son los finos modales de los Hermanos que servían en aquel hospital.
Al llegar al hospital de San Juan de Dios, recibí una calurosa bienvenida de parte de los Hermanos de la Comunidad, me recibieron con una sonrisa, palabras amables y alentadoras, y un rico refrigerio. ¡Esta calurosa bienvenida fue tan espontánea! ¡De hecho, me senti muy halagado por el recibimiento que recibí!
Observando tan delicados y finos modales y su sincera hospitalidad, felicité a uno de los Hermanos de San Juan de Dios al partir de regreso al Seminario. Le dije: «Sinceramente, vosotros, hermanos, son auténticamente excepcionales en la hospitalidad». El Hermano de San Juan de Dios, de manera espontánea y con la más profunda humildad, respondió: » Vaya, más vale que hayamos sido hospitalarios, porque ése es, precisamente, nuestro cuarto voto: Pobreza, Castidad, Obediencia y el voto de Hospitalidad». En aquel punto de mi formación de sacerdote religioso, nunca se me había ocurrido que pudiera haber cuatro votos, y mucho menos uno de Hospitalidad.
En realidad, la hospitalidad ocupa un lugar importante entre las virtudes humanas y naturales, que Santo Tomás denomina virtudes sociales, y en mi jerarquía de valores. De hecho, tal como condimentamos nuestra comida con especias, salsas y vinagretas, debemos condimentar nuestras relaciones y encuentros sociales con la hospitalidad. Lejos de eso está el individuo grosero, descortés y egoísta.
En el Antiguo Testamento, el pueblo judío valoraba altamente la virtud de la hospitalidad. A tal punto que Abraham recibió a tres forasteros con gran cordialidad y de hecho estos tres invitados eran ángeles enviados por Dios para anunciarles la buena noticia de que Abraham y Sara, a pesar de su avanzada edad, tendrían un hijo. En este pasaje encontramos una extraordinaria muestra de hospitalidad.
Contemplemos ahora la vida de Jesús. La Sagrada Escritura nos relata como a lo largo de sus tres años de vida pública de Jesús, hubo muchos gestos de hospitalidad. Por ejemplo, después del llamamiento de Mateo, éste preparó generosamente un banquete para Jesús e invitó a sus amigos, de quienes sabía que también se harían amigos de Jesús.
Entre las manifestaciones de hospitalidad, quizá Marta y María en Betania fueron las más notables. (Lucas 10: 38-42) María sentada a los pies de Jesús, entabla una íntima conversación con Jesús. Marta por su parte, ocupándose de todos los detalles de la hospitalidad está en un frenesí nervioso. Jesús reprendió suavemente a Marta por dejarse que tantas muchas cosas ocuparan su atención. María había elegido la mejor parte y Jesús no la privaría de ello. Tanto María como Marta practicaban la hospitalidad. María atendía a Jesús; Marta, por su parte, servía a Jesús.
Adentrémonos ahora en otra dimensión o modo concreto en que debemos cultivar una auténtica actitud de hospitalidad. LlamémoslaHOSPITALIDAD EUCARÍSTICA. A nivel humano y natural, como hemos dicho anteriormente, debemos esforzarnos por cultivar la virtud de la hospitalidad. Tal vez no haciendo un voto como los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios, sino, al menos, viviendo la hospitalidad en nuestro trato con los demás.
De un modo paralelo, a la vez que muy real, apliquemos la actitud de hospitalidad en el modo en que tratamos a Jesús en Su Presencia Real en la Sagrada Eucaristía, la Misa y la Sagrada Comunión.
¿Cuáles son algunas formas concretas en las que todos podemos mejorar nuestros modales de hospitalidad en la manera en que recibimos a Jesús en la Misa, en la Eucaristía al comulgar?
Confiamos que estas ideas puedan mejorar la calidad de nuestras Comuniones. De hecho, no hay acción más grande en el mundo que recibir de Jesús en el Sacramento de la Sagrada Eucaristía.
En efecto, nuestra salvación eterna podría depender en gran medida de cómo recibamos precisamente a Jesús Eucarística. Jesús mismo nos promete que es el Pan de vida y que los que reciban dignamente su Cuerpo y su Sangre tendrán la vida eterna (Jn 6).
DIEZ PASOS PARA VIVIR LA HOSPITALIDAD EUCARÍSTICA
1. LIMPIAR TU HOGAR. Muchos acostumbran cada primavera hacer una profunda limpieza de sus hogares. Y ¿qué tal una limpieza de tu alma? Para la casa, basta una botella de limpiador y un periódico seco para que las ventanas más sucias brillen como el sol. Pero para purificar el alma, solo la la Sangre del Cordero de Dios en el Sacramento de la Confesión la puede purificar. La eficacia de los frutos de la Sagrada Comunión depende de la pureza del alma afectada por la Confesión Sacramental. Porque tras confesarte quedas limpio por dentro, o lo que es lo mismo: «en gracia de Dios».
2. LA MISA Y LA COMUNIÓN. A veces tomamos poco en cuenta a los demás, y sobre todo a los miembros de nuestra familia. Lo mismo podemos decir de la Misa y la Santa Comunión, sobre todo en un lugar como abundan las Iglesias y hay Misa diaria y se puede comulgar todos los días. En muchas sacristías se ve una placa con las conmovedoras palabras: «Sacerdote, hombre de Dios, oficia esta Misa como si fuesa tu primera Misa, tu última Misa y tu única Misa». Asimismo, deberíamos recibir la Sagrada Comunión cada vez como si fuera nuestra Primera Comunión, nuestra última Comunión y nuestra única Comunión. No debemos caer en el refrán cínico: «Lo conocido aburre». No dejemos que esto nos suceda, ¡cuanto más recibamos al Señor en la Santa Comunión, más debemos agradecer y amar al Señor Jesús!
3. LLEGA TEMPRANO; NO LLEGUES TARDE. Cuando un deportista se prepara para un partido, tiene que llegar antes para comenzar los ejercicios de calentamiento; de lo contrario, podría sufrir un tirón en un músculo o en el músculo isquiotibial y no poder participar en el partido un par de semanas. En la vida espiritual ocurre lo mismo: debemos llegar con tiempo a Misa para así prepararnos adecuadamente con un recogimiento antes de la celebración. La transición de la vida activa a la contemplativa exige tiempo y dedicación; hazlo a fin de sumergirte debidamente en el ambiente espiritual de la Santa Misa. No olvides que estas en un lugar santo, más sagrado que el que pisó Moisés.
4. LA AYUDA DE TU ÁNGEL DE LA GUARDA. La verdad es que prestamos muy poca importancia a la persona y al papel de nuestro ángel de la guarda. Cada uno de nosotros, desde el momento de nuestra concepción en el vientre de nuestra madre, se nos da un ángel de la guarda para que cuide, nos guíe y nos ayude a llegar al cielo. Pocos saben que su Ángel de la Guarda puede ayudarles a rezar, a centrar su atención en la más grande de todas las oraciones: el Santo Sacrificio de la Misa. Pide a tu Ángel de la Guarda que rece contigo y por ti en la Misa.
5. OFRECE INTENCIONES ESPECÍFICAS. Cada Misa que el sacerdote celebra, tiene una intención específica, es decir, la Misa se ofrece por determinada persona. Al comienzo de la Santa Misa el sacerdote da el nombre de la persona por quien se ofrece la Misa. No obstante, nosotros también podemos tener nuestras propias intenciones.
6. ¿QUÉ INTENCIONES PUEDO OFRECER? El número de intenciones que podemos hacer no tiene límites. Yo, a veces ofrezco tantas intenciones y las coloco sobre el altar que temo que éste se derrumbe. De hecho, no hay límites para nuestras intenciones, pero yo sugeriría tres:
a. PURGATORIO. Siempre que vayas a Misa y comulgues, ofrece tu comunión por las almas del Purgatorio por una sola persona que haya pasado de esta vida a la otra.
b. POR LA CONVERSIÓN DE LOS PECADORES. Cada vez que vayas a Misa y comulgues, no dejes de ofrecer tu comunión por la conversión de los pobres pecadores, especialmente de los que están en el lecho de muerte y no están en gracia de Dios.
c. CONVERSIÓN PERSONAL. En cada Santa Comunión implora al Jesús Eucaristía que te dé un trasplante personal de Corazón. ¡Que el Corazón de Jesús transforme tu corazón pecador en Su Corazón!
7. PARTICIPA EN LA SANTA MISA. Afirma Sacrosantum Concilium, Constitución Dogmática sobre la Liturgia y la Misa, que debemos esforzarnos por participar plena, activa y conscientemente en el Santo Sacrificio de la Misa. He oficiado Misas en que la participación por parte de la feligresía es pésima, ¡¡¡pareciese que los presentes estuviesen en estado de coma!!!
8. NO OLVIDES LAS «3 GRANDES» CONDICIONES PARA RECIBIR DIGNAMENTE LA EUCARISTÍA. El Catecismo enseña con suma claridad que para recibir dignamente la Eucaristía hay tres condiciones básicas e indispensables.
a. CREER EN LA PRESENCIA REAL. Nadie debe acercarse jamás a la Eucaristía sin antes tener la firme convicción de que la Sagrada Comunión es verdaderamente el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús, el Hijo de Dios.
b. AYUNO. Debemos guardar una hora de ayuno antes de comulgar.
c. ESTAR EN GRACIA DE DIOS. Nadie debe acercarse a comulgar si no está en gracia de Dios. Estar en Gracia de Dios significa tener el alma libre de pecado mortal. Para recibir a Jesús el Pan de Vida primero ir a confesarte y recibir la absolución Sacramental.
9. MODALES EUCARÍSTICOS EN LA RECEPCIÓN. Antes de recibir al Señor Jesús en la Sagrada Comunión, debemos acercarnos con gran reverencia. Las manos deben estar juntas, hay que hacer un acto de reverencia, y la recepción debe hacerse con gran humildad, recato, confianza y amor ardiente.
10. ACCIÓN DE GRACIAS. Después de haber recibido a Jesús en la Sagrada Comunión, debemos pasar un tiempo de silencio en el que hablemos con el Señor Jesús. Esta es la hospitalidad eucarística. A ejemplo de María en Betania, debemos recibir a Jesús con amor. Como María en Betania, debemos recibir a Jesús con amor; escucharle; contemplarlo en nuestro corazón y, sobre todo, ¡decirle que le amamos!
Queridos amigos en el Señor Jesús, pidamos humildemente a la Santísima Virgen María, quien siempre acogió a Jesús en su vida desde el momento de su Concepción Virginal hasta que Jesús ascendió al Cielo, que practiquemos verdaderamente la hospitalidad. Pero, sobre todo, recibamos calurosamente a Jesús en nuestro corazón en la Sagrada Comunión. Si lo hacemos, Él nos recibirá un día en el Cielo. Amén