El momento más importante de nuestra vida es, indiscutiblemente, el momento en que morimos. La forma en que muramos determinará para toda la eternidad nuestro destino eterno: ¡salvados o condenados, en el cielo o en el infierno! No existe otra posibilidad.
De los temas más comunes predicados por los santos es el de la Escatología: la meditación sobre las últimas cosas: LA MUERTE, el Juicio, el Cielo, el Infierno, el Purgatorio y la realidad de la eternidad.
De hecho, el Doctor de la Iglesia, San Alfonso de Ligorio, que fue un escritor muy prolífico, escribió una obra maestra espiritual sobre el tema con el título Preparación para la muerte.
El más importante de todos los maestros y predicadores es Nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Él es, en efecto, el Camino, la Verdad y la Vida, así como nuestro eterno Maestro y Profesor.
Una y otra vez Jesús nos exhorta a estar preparados utilizando diversas imágenes, palabras e incluso parábolas. El Maestro nos habla de la muerte comparándola con el ladrón en la noche. También dice que vendrá como en el tiempo de Noé, cuando todos estaban comiendo y bebiendo y el diluvio descendió repentinamente engullendo y ahogando a todas las criaturas vivientes -tanto hombres como bestias- que no se refugiaron en el Arca de seguridad.
Jesús enseña en sus parábolas acerca de los amigos desprevenidos del Esposo. Pinta con profusión la imagen del agricultor rico que almacena dinero en su granero más amplio sólo para ser sorprendido esa misma noche. Al morir, ¿a dónde irá a parar todo lo que ha acumulado? En términos muy claros, Jesús nos advierte recurrentemente que debemos estar preparados para nuestra propia muerte, porque no sabemos ni el día, ni la hora, ni el modo en que el fantasma de la muerte llamará a la puerta de nuestras vidas.
La gran Santa Catalina de Siena, que es una de las contadas mujeres doctoras de la Iglesia, expresó la verdad inequívoca de la cuestión con estas palabras «Los dos momentos más importantes de nuestra vida son los siguientes: ahora y en la hora de nuestra muerte». Qué parecidas son estas palabras al Ave María y qué importante es invitar a María a nuestra vida, especialmente cuando estamos a punto de morir y de hacer el paso de esta vida a la vida eterna. Nunca debemos olvidar, además, que al morir vamos inmediatamente ante Jesús, su Tribunal. Rezamos en el Credo: «Él vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos».
Por eso, considerando la seriedad del tema de la muerte y, sobre todo, la realidad de nuestra propia muerte, vamos a exponer las medidas prácticas que todos deberíamos tomar para estar preparados para el momento más importante de nuestra vida: el momento mismo de nuestra muerte. Irónicamente, siempre nos estamos preparando para algo: invitados, ceremonias de graduación, bodas, vacaciones, ensayos e incluso nuestra cena. Desgraciadamente, ¡le damos muy poca importancia a nuestra preparación para nuestro destino eterno precedido por nuestra muerte!
Esperamos y rezamos para que estos puntos de meditación práctica nos sirvan de estímulo para tomar en serio la salvación de nuestra alma inmortal haciendo un esfuerzo concertado para estar verdaderamente preparados para nuestra muerte que muy posiblemente llegará como el ladrón en la noche.
FORMAS PRÁCTICAS DE PREPARARSE PARA MI MUERTE.
VIVE CADA DÍA COMO SI FUERA EL ÚLTIMO. Cada mañana que te despiertes da gracias a Dios; reza tu Oración de la Mañana. Pero luego reflexiona sobre la posibilidad real de que éste sea el último día de tu vida. Vive cada día que Dios te ha dado como un regalo como si realmente fuera a ser tu último día. Eso significa en concreto hacer todo para agradar a Dios. Como dice San Pablo: «Ya sea que comas o bebas, hazlo todo para el honor y la gloria de Dios».
HUYE DEL VENENO. Las dos peores cosas que podrían ocurrir en nuestra vida serían cometer un pecado Mortal, pero peor sería morir en estado de pecado Mortal. Visualiza el pecado, especialmente el pecado mortal, como un veneno. Lo que el veneno es para el cuerpo, así es el pecado mortal para el alma: ¡es fatal y mortal!
ARREPENTIRSE Y CONVERTIRSE. Si de hecho nos encontramos en el estado de pecado mortal, entonces debemos esforzarnos con todo nuestro ser y la fuerza de nuestra voluntad para salir de ese estado. ¿Cómo? Primero pedir la gracia de hacer un Acto de Contrición perfecto; luego, cuanto antes, recurrir a hacer una Confesión Sacramental bien preparada. Una vez hecho, hemos vuelto al estado de gracia santificante y de Amistad con el Señor Jesús.
MEDITAR A MENUDO SOBRE LAS ÚLTIMAS COSAS. En efecto, es muy saludable, por decirlo suavemente, meditar a menudo, incluso a diario, sobre las Últimas Cosas. Si quieres, para que te sirva de guía: Un día moriré y no sé cuándo; entonces Jesús me juzgará por todo lo que he hecho. Es el momento de la verdad. ¿El resultado neto? Iré al cielo o al infierno y por toda la eternidad. Meditar en estas verdades terrenales, con la ayuda de la gracia de Dios, puede convertir al más endurecido de todos los pecadores de vuelta a la gracia y la amistad de Dios.
RECORDAR LAS MUERTES INESPERADAS Y REPENTINAS. A diario, las noticias nos sorprenden con noticias sobre muertes, a menudo repentinas e inesperadas. Sitúate en la página de ese diario porque tarde o temprano, y quizá más temprano que tarde, ese será mi nombre escrito en letras grandes en la sección de obituarios del periódico.
MEDITAR SOBRE LA PARÁBOLA DEL RICO INSENSATO. Después de una cosecha abundante y de la construcción de nuevos y amplios graneros o graneros, se pone a patear para relajarse y disfrutar de la vida. Jesús llama a este hombre tonto y la razón de ser un tonto de primera clase es porque esa misma noche su vida será cortada y todas sus posesiones se harán humo. Aunque corta y aleccionadora, esta Parábola va al grano y nos muestra el carácter serio de lo efímero y transitorio de la existencia humana.
EL DISCURSO DEL PAN DE VIDA: LA MISA Y LA EUCARISTÍA Lee y medita a menudo el «Discurso del Pan de Vida» (Jn. 6: ). Luego, muévete a asistir a la Misa diaria, en la medida en que te sea posible según tu estado de vida. Luego, estando en estado de gracia, recibe la Sagrada Comunión con gran fe, amor devoción y hambre… la Promesa de Jesús es muy consoladora: «Yo soy el Pan de Vida. Quien come mi Cuerpo y bebe mi Sangre tendrá vida eterna y yo lo resucitaré en el último día.» La recepción frecuente de la Sagrada Comunión estando en estado de gracia y la salvación eterna son sinónimos.
PEDIR LA GRACIA. San Agustín afirma que todos nosotros somos verdaderos mendigos ante Dios. Necesitamos desesperadamente la ayuda y la gracia de Dios en todo tiempo y lugar, y muy especialmente en la hora y el momento de nuestra muerte. Suplica a María, a los ángeles, a tu Ángel de la Guarda y a todos los santos la gracia de todas las gracias, en palabras de San Alfonso de Ligorio, y es morir en estado de gracia. Jesús nos manda: «Pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá la puerta»(Mt. 7,7) ¿Por qué no pedir, buscar y llamar para obtener la gracia de una muerte santa y feliz y la salvación de nuestra alma inmortal?
ÚLTIMOS SACRAMENTOS Y EL PERDÓN APOSTÓLICO. Haz escribir e informar a tus familiares, amigos y seres queridos que en tus últimos momentos deseas recibir los tres últimos sacramentos: la confesión, la unción de los enfermos y el viático, la Santa Eucaristía. Especifica también que deseas recibir del sacerdote el Perdón Apostólico. Con ello recibirás una Indulgencia Plenaria en la que se perdonan todos los pecados y se remiten las penas temporales. Si lo haces, estarás preparado para encontrarte con Jesús, que no será tanto tu Juez. Sino tu amoroso Salvador y Redentor.
NUESTRA SEÑORA: EL AVEMARÍA Y EL SANTO ROSARIO Acostúmbrate desde ahora a rezar el Ave María, y mejor aún, reza el Santísimo Rosario. ¡¡¡¡En efecto, cada vez que rezas el Rosario te estás preparando para la muerte 50 veces!!!! Así es: ¡preparación para la muerte 50 veces en cada Santo Rosario rezado! ¿La prueba? «Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén». Si formamos seriamente el hábito del rezo diario del Santísimo Rosario a la Santísima Virgen María, entonces, cuando estemos muriendo, María misma se acercará a nosotros y nos ayudará a morir arrepentidos del pecado, confiando en la infinita misericordia de Jesús y amándolo hasta el final. La Virgen nunca fallará a sus amigos fieles, a los que han rezado fielmente el Santísimo Rosario.
En conclusión, recemos unos por otros para obtener la gracia de todas las gracias, que es morir en estado de gracia santificante. Si lo hacemos, nuestra alma se salvará y viviremos para amar, alabar y adorar a Dios con los ángeles y los santos por toda la eternidad. «Santa María, Madre de Dios ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén».