Tercer Domingo de Pascua
«Para cosas más grandes has nacido». (Ven. Madre Luisita)
DOMINGO, 1 de mayo Jn. 21, 1-19 Verso del aleluya: «Ha resucitado Cristo, que hizo todas las cosas; se ha apiadado de todos los hombres».
«Cuando terminaron de desayunar, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres más que éstos?» Simón Pedro le respondió: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: ‘Apacienta mis corderos'».
Jesús le hará esta pregunta a Pedro dos veces más, en reparación por las tres veces que Pedro negó conocer a Jesús en el patio del Sumo Sacerdote.
Jesús nos hace la misma pregunta: «¿Me amas?» El amor se demuestra con hechos, no con palabras. Por eso mismo, Jesús nos dejó el gran Sacramento de la Misericordia que llamamos Confesión. Es la invitación de Jesús a que mostremos cuánto le amamos confesando nuestros pecados y pidiendo perdón a través del Alter Christus – «otro Cristo»-, el Sacerdote debidamente ordenado.
Y cuando nos hemos confesado, Jesús nos dice, como le dijo a Simón Pedro: «Apacienta mis corderos»… «Apacienta mis ovejas»… pues todos estamos llamados a trabajar en la viña con Jesús para ayudar a salvar muchas almas llevándolas a su misericordia sanadora.
LA CONFESIÓN Y LA MISERICORDIA SANADORA DE DIOS por el P. Ed Broom, OMV
Uno de los mayores regalos que nuestro misericordioso Salvador dio al mundo fue el Sacramento de la Confesión. Jesús se acercó a los Apóstoles, luego sopló el Espíritu Santo sobre los Apóstoles y dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos». (Jn. 20:21-23)
En ese momento, con estas palabras y el soplo del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, Jesús instituyó el Sacramento de su Infinita Misericordia, que llamamos Sacramento de la Confesión, Penitencia, Reconciliación y Perdón.
En este breve ensayo, queremos animar a todos a tener una gran confianza en la misericordia de Jesús y a acercarse con confianza, seguridad, humildad y fe al Sacramento de la Confesión. Ofreceremos diez breves palabras de aliento y sugerencias para ayudarnos a recibir este gran Sacramento.
Confianza en la infinita misericordia de Dios
Jesús se quejó a Santa Faustina diciendo que el mayor pecado que más hiere su Sagrado Corazón es la falta de confianza en su infinita misericordia. Jesús dijo que si un pecador tuviera tantos pecados como los granos de arena en la orilla del mar, si simplemente confiara en la misericordia de Jesús, sería suficiente para borrar y tragar todos sus pecados en el océano de la infinita misericordia de Jesús. San Pablo nos recuerda: «Donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia». (Rm 5,20). En efecto, los mayores pecadores pueden convertirse en los mayores santos si simplemente confían sin reservas en la misericordia de Jesús. Los ejemplos abundan: María Magdalena, el Buen Ladrón, San Agustín, Santa Margarita de Cortona, San Ignacio de Loyola, San Camilo de Lelis, Santa María de Egipto, y muchos más.
Preparación
Prepárate bien para la recepción del Sacramento. De hecho, la Teología Sacramental enuncia este importante principio: uno recibe las gracias en proporción a la disposición de su corazón y a su preparación previa antes de recibir el Sacramento. Por tanto, ten a mano un buen cuaderno de Examen de Conciencia. Date tiempo para prepararte para el encuentro con tu amoroso y misericordioso Salvador. Haz tu examen en silencio para que puedas encontrarte con tu Salvador misericordioso en tu examen de conciencia. Escribe tus pecados en una hoja de papel para que cuando vayas al sacerdote, que representa a Cristo, no te quedes en blanco debido al nerviosismo. Normalmente, cuanto mejor sea la preparación, mejores serán los resultados, como ocurre en cualquier práctica.
Encuentro personal con Cristo
Esfuérzate por comprender que nuestra religión es fundamentalmente una relación personal y de amistad con Jesús. En efecto, Jesús es el amigo que nunca nos fallará. Si podemos entender que la esencia del pecado es herir a Aquel que nos ama, a Aquel que desea una profunda amistad con nosotros, a Aquel que murió en la cruz por nosotros, será mucho más fácil evitar el pecado en el futuro. En la Última Cena, Jesús llamó a los Apóstoles sus amigos; ahora nosotros somos los amigos de Jesús. El pecado no es tanto romper una regla, sino romper el Corazón amoroso de Jesús, nuestro mejor y más verdadero amigo.
Apreciar el sacramento, las gracias y las oportunidades
Un peligro constante para los católicos practicantes es dar por sentado los Sacramentos. Al igual que en un matrimonio, en el que siempre es posible dar por sentado al cónyuge, podemos dar por sentado a Jesús y sus Sacramentos. Nuestra actitud debe ser tal que cada vez que recibimos la Eucaristía, así como la Confesión, la recibimos como si fuera nuestra última vez y fuéramos a ser juzgados por la forma en que la recibimos. Confirma esto el letrero en algunas sacristías que recuerda al sacerdote: «¡Diga la misa como si fuera su primera misa, su última misa y su única misa! ¡Que nos esforcemos por recibir la Confesión como si fuera nuestra primera, nuestra última y nuestra única Confesión, cada vez que nos acerquemos a este gran Sacramento de la Misericordia de Dios!
El firme propósito de la enmienda
Hay cinco pasos para hacer una buena confesión:
Examen de conciencia.
Dolor por el pecado.
Firme propósito de enmienda.
Confesión de los pecados al sacerdote.
Cumplir la penitencia dada por el sacerdote.
Respecto al tercer paso, en muchos penitentes este paso debe ser mejorado. Con esto queremos decir que para confesarse bien debe haber un compromiso firme por nuestra parte de evitar cualquier persona, lugar, cosa o circunstancia que pueda llevarnos a las trampas del pecado. Esto exige autoexamen, autoconocimiento, humildad y fortaleza. También exige rebobinar la película de nuestra vida para ver dónde, por qué, cuándo, cómo y, a veces, con quién hemos caído en el pecado. Hay muchos refranes que lo confirman: «Quien no conoce la historia está condenado a repetir los mismos errores». Sócrates afirmaba: «Una vida no examinada es una vida que no vale la pena vivir».
Un proverbio clave de los Padres del Desierto lo dice en dos sucintas palabras: ¡Conócete a ti mismo! Si quieres, utiliza esta imagen de Superman: tenemos que conocer nuestra propia kriptonita, es decir, nuestro punto débil. O nuestro propio talón de Aquiles.
Reza por el Sacerdote Confesor
En una ocasión, Santa Faustina salió del confesionario y se sintió intranquila, sin la paz que habitualmente experimentaba después de hacer la Confesión Sacramental. Jesús se le apareció y le dijo que la razón de esta falta de paz era porque no había rezado por el sacerdote confesor antes de entrar en el confesionario. Una breve oración por el sacerdote confesor -un Ave María, o una oración al Espíritu Santo, o una oración al ángel de la guarda del sacerdote- puede mejorar drásticamente la confesión. ¡Pruébalo!
Cualidades de una buena confesión
En el Diario de Santa Faustina: La misericordia divina en mi alma, Jesús destaca tres condiciones indispensables para una buena confesión. Son: transparencia, humildad y obediencia. Cuando nos confesamos con el sacerdote, que realmente representa a Jesús, el Médico Divino, debemos ser lo más claros y transparentes posible. Luego, nunca debemos tratar de justificar, racionalizar o culpar a otros por nuestros pecados, es decir, debemos ser humildes. Por último, debemos obedecer cualquier consejo que nos dé el sacerdote, reconociendo que éste actúa en la persona de Cristo.
Confesar con frecuencia
Es de capital importancia en la vida espiritual recibir bien los sacramentos, pero también con gran frecuencia. La Iglesia permite, y anima, a confesarse con frecuencia como un medio muy eficaz para crecer en santidad. Una vez al mes está bien; cada dos semanas es mejor. Algunos incluso encuentran beneficioso confesarse una vez a la semana. Uno está obligado a confesar los pecados mortales dando su número y especie (tipo). Sin embargo, los santos y los papas nos animan a confesar incluso los pecados veniales, lo que se llama «Confesión de devoción» o «Confesión devocional», como medio para crecer en gracia y santidad. Llendo un paso más allá, también se pueden confesar los pecados mortales pasados previamente confesados y perdonados, con renovado dolor, como una Confesión de devoción. ¿Por qué hacer esto? Con demasiada frecuencia los pecados, especialmente los graves, dejan una costumbre o una mancha muy arraigada en nuestra alma que nos atrae a cometer esos pecados de nuevo. La confesión de los pecados pasados ya perdonados, especialmente de los que más nos atraen, sirve para expurgar y eliminar gradualmente la atracción y la mancha de esos pecados. Una severa advertencia: debemos evitar a toda costa hacer confesiones mecánicas, rutinarias o superficiales, es decir, confesar los pecados sin ningún propósito firme de enmienda, ya que, como se ha señalado anteriormente, el propósito firme de enmienda es uno de los requisitos de una buena confesión. Dicho esto, si nos confesamos bien y con frecuencia, con el tiempo pecaremos menos gravemente y con menos frecuencia por la gracia de Dios y nuestra buena voluntad.
Aclarar las dudas
Si es tal la confusión, la duda o la incertidumbre sobre un asunto moral o un comportamiento personal que te molesta, entonces debes ser humilde y directo al pedir a un buen confesor que aclare la duda lo antes posible. En otras palabras, la teología moral nos enseña que nunca debemos actuar en base a una conciencia dudosa. Por el contrario, debemos aclarar la cuestión moral con nuestro confesor antes de realizar cualquier acción. Tener una conciencia bien formada, tener una conciencia pura y clara, y tener paz interior en el alma son los mayores regalos que uno puede experimentar a este lado del cielo.
Acción de gracias
Una vez que hayas terminado tu confesión, asegúrate de agradecer abundantemente al Señor por su infinita misericordia, por su bondad, por su compasión, por el gran regalo del Sacramento de la Confesión. El Señor se alegra de los corazones de las almas generosas que le dan gracias constantemente. Que la oración del salmista sea nuestra oración: «Dad gracias al Señor porque es bueno; su misericordia es eterna». (Sal 136,1)