Lunes de la V semana de Cuaresma
«Para cosas más grandes has nacido». (Ven. Madre Luisita)
LUNES, 4 de abril Jn. 8,12-20 «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida».
En el Evangelio de hoy, Jesús dice «Yo soy la luz del mundo». En el Sermón de la Montaña, Jesús dice: «Vosotros sois la luz del mundo. Vuestra luz debe brillar ante los demás… para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre celestial». (Mt. 5:14,16) Hoy, contemplemos con abundante acción de gracias la luz resplandeciente que precedió a la Luz de Cristo.
Parte 1: LA LUZ DEL MUNDO por el P. Ed Broom, OMV
Parte 2: MARÍA, ESTRELLA DEL MAR… por San Bernardo de Claraval
Parte 3: UNA HISTORIA VERDADERA… por el P. Ed Broom, OMV
PARTE 1: LA LUZ QUE BRILLA EN EL MUNDO por el P. Ed Broom, OMV
La luz – qué cosa tan hermosa es la luz. No hay luz que brille en toda la creación más hermosa que la Santísima Virgen María. Sólo ella es la Inmaculada Concepción, preservada del pecado original en el momento de su concepción en el vientre de Santa Ana y preservada de la mancha del pecado durante toda su vida. En la luz pura de María, vemos claramente las tinieblas de nosotros mismos. Por eso, el poeta Wordsworth llamó a María «el alarde solitario de nuestra naturaleza manchada».
El ángel Gabriel la saludó: «¡Salve, María, llena de gracia!» (Lc. 1:28) ¡Ella fue la primera luz del amanecer disipando las tinieblas, dando paso al resurgimiento de la Luz del Hijo de Dios! Como la luna refleja la luz del sol, María es el reflejo perfecto del Hijo de Dios. Su presencia da calor a los corazones enfriados, curación a los corazones heridos, valor a los pusilánimes, y la Luz de Cristo a las almas oscurecidas por el pecado.
La Luz de Cristo brilló por primera vez desde el vientre de María. A través de María, la estrella que anunciaba el nacimiento de Cristo penetró en el vientre de Isabel, haciendo saltar de alegría al niño que llevaba dentro. La luz que nos guía a través de las tempestades y tormentas de la vida es María, Estrella del Mar. La luz en la ventana que nos da la bienvenida a casa es la luz del amor maternal de María por cada uno de nosotros, que brilla desde nuestro verdadero hogar en su Corazón Inmaculado, donde forma a sus hijos a imagen y semejanza de su Divino Hijo, Jesús.
La Luz de Cristo que ilumina nuestras mentes iluminó primero la mente de María. Cuando el Espíritu Santo cubrió con su sombra a María y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, Jesús comunicó a María su inescrutable sabiduría y verdad, que ella imparte a quienes la piden fervientemente, liberándolos de las tinieblas de la ignorancia y el error, de las mentiras y los engaños del enemigo.
María, la Madre de los Dolores, estuvo al pie de la cruz y sufrió voluntariamente todas las agonías de la Pasión y muerte de su Hijo por amor a nosotros y por nuestra salvación. San Luis de Montfort dice que María es una mártir porque todo lo que Jesús sufrió en su Pasión y muerte en la cruz, María lo sufrió en su Corazón Inmaculado: ¡una mártir de amor con su Divino Hijo por nuestra salvación eterna!
PARTE 2: MARÍA, ESTRELLA DEL MAR… de una homilía de San Bernardo de Claraval
Si surgen borrascas de tentaciones, o caes en las rocas de la tribulación, mira a la estrella, invoca a María. Si te agitan las olas del orgullo o de la ambición, de la detracción o de la envidia, mira a la estrella, invoca a María. Si la ira o la avaricia, o los deseos de la carne, chocan contra la nave de tu alma, vuelve tus ojos hacia María. Si turbado por la enormidad de tus crímenes, avergonzado por tu conciencia culpable, aterrorizado por el temor al juicio, y comienzas a hundirte en el golfo de la tristeza o en el abismo de la desesperación, piensa en María. En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. Que esté siempre en tus labios, siempre en tu corazón; y para obtener mejor la ayuda de sus oraciones, imita el ejemplo de su vida.
Siguiéndola, no te desviarás. Invocándola, no desesperarás. Pensando en ella, no te extraviarás. Sostenido por ella, no caerás. Protegido por ella, no temerás. Guiado por ella, no te cansarás. Favorecido por ella, alcanzarás la meta. Y así experimentarás en ti mismo lo bueno que es ese dicho: Y la Virgen se llamaba María.
PARTE 3: UNA HISTORIA VICTORIA… por el P. Ed Broom, OMV
Cuando era joven, San Francisco se vio asaltado por pensamientos de confusión, tristeza y casi desesperación. Debido a ideas teológicas erróneas -el jansenismo, que enseñaba que la gracia estaba destinada sólo a los elegidos predestinados- Francisco estaba convencido de que se encontraba entre los perdidos. Apenas podía comer o dormir, y su vida se convirtió en una cruz casi insoportable. Sin embargo, ocurrió un hecho que transformó radicalmente la vida de este joven. Al entrar en una iglesia dedicada a María, bajo la advocación de Nuestra Señora de las Victorias, el joven Francisco se arrodilló ante una hermosa imagen de la Santísima Virgen María. Delante de la imagen había una oración a María, comúnmente conocida como el Memorare, atribuida al último Doctor de la Iglesia, San Bernardo. Con todo su corazón, mente, alma y fuerza, Francisco rezó esta oración a María:
«Acuérdate, oh graciosísima Virgen María, de que nunca se supo que nadie que huyera a tu protección, implorara tu ayuda o buscara tu intercesión quedara sin ayuda. Inspirado por esta confianza, vuelo hacia ti, oh Virgen de las Vírgenes, mi Madre. A ti vengo, ante ti estoy, pecador y dolorido. Oh Madre del Verbo encarnado, no desprecies mis peticiones, sino que en tu misericordia escúchame y respóndeme. Amén».
UN CAMBIO MILAGROSO: ¡LA NUBE SE LEVANTÓ! Después de rezar esta oración con fervor y devoción a la Santísima Virgen María, se produjo un milagro en el joven Francisco. La densa nube de tristeza, casi de desesperación, se levantó, se disipó y se desvaneció, como si fuera, en el aire. La tristeza, la melancolía y la desesperanza que casi lo habían consumido, se transformaron en el fondo de su alma en paz, felicidad, alegría y renovada esperanza. ¡Era un joven nuevo! Esta milagrosa transformación puede atribuirse con toda seguridad a la poderosa intercesión de la Santísima Virgen María, que nunca deja de acudir al rescate de sus hijos. A partir de ese momento, Francisco sintió un amor y una devoción íntimos, filiales, tiernos y dinámicos hacia María, que se manifestaron en el rezo frecuente del Acordaos.
CAMINO A LA SANTIDAD. Superado este obstáculo interior, el joven Francisco prosiguió sus estudios, el de Derecho. Sin embargo, ¡ésta no era su verdadera vocación! En consecuencia, el joven comenzó a estudiar y fue ordenado sacerdote. Se convirtió en un gran misionero en Chablis, Suiza, donde miles de personas se convirtieron al catolicismo desde el calvinismo, en gran parte debido a la santidad y el celo apostólico de este sacerdote. Fue consagrado obispo cuando sólo tenía treinta años. A partir de entonces, dedicó un enorme bloque de sus esfuerzos evangelizadores a la escritura. Dos de sus obras maestras literarias fueron Introducción a la vida devota y Tratado sobre el amor. Sin haber cumplido los sesenta años, Francisco falleció. Ahora lo conocemos como San Francisco de Sales, Doctor de la Iglesia (1567-1622)
El propósito de esta breve historia sobre la vida de San Francisco de Sales es destacar la importancia suprema de la Santísima Virgen María en la vida de este santo. Habiendo estado al borde del escarpado precipicio de la desesperación, fue debido a la poderosa intercesión de María a través de la oración mariana atribuida a San Bernardo, el Memorare, que Francisco superó este abrumador obstáculo interior.
NUESTRA ESPERANZA Y ORACIÓN Es nuestra esperanza y oración final que, a imitación de San Francisco de Sales, este gran Santo y Doctor de la Iglesia, así como de los muchos otros grandes santos y amantes de María, recurráis filialmente y con frecuencia a María. Esperamos y rezamos para que María, tu dulce, amorosa y todopoderosa Madre, ocupe un lugar central en tu vida y en tu corazón con Jesús, tu Señor y Salvador. Tu corazón en los Corazones de Jesús y María, ¡y esto para siempre!
Por eso, que cada día te levantes y te consagre a Jesús por medio de María. Que a lo largo de tu día camines y hables con María como tu amiga, tu guía, tu compañera y tu Madre, tu vida, tu dulzura y tu esperanza. Que en tus alegrías te alegres con María y en tus penas llores con María. Que en tus momentos de prueba y tentación, busques refugio en María.
DESEO FINAL. Y lo más importante, pedimos que la Virgen esté presente en todo momento, pero muy especialmente en la hora de tu muerte, en el último minuto de tu muerte, en el último segundo de tu muerte. Que por la poderosa intercesión de María muráis en estado de gracia, que es la gracia de todas las gracias. Para que al morir, abras los ojos para ser acogido en el abrazo eterno y amoroso de Jesús, el Hijo de María, que será tu Señor, Dios, Rey, Amigo y Amante por toda la eternidad. Por María, ¡que el final de tu vida sea un FINAL FELIZ Y VICTORIOSO! Amén.