«Para cosas más grandes has nacido». (Ven. Madre Luisita)
MIÉRCOLES, 24 de noviembre Lc. 21, 12-19 Verso de aleluya: «Permanece fiel hasta la muerte, y te daré la corona de la vida».
Hoy es un Evangelio muy sombrío donde Jesús habla de sufrir persecución por nuestra fe. Luego da dos grandes promesas para los que perseveran. «Seréis odiados por todos a causa de mi nombre, pero no se destruirá ni un pelo de vuestra cabeza. Por vuestra perseverancia aseguraréis vuestras vidas». Aquí no habla de nuestra vida mortal, sino de nuestra vida inmortal en el cielo por los siglos de los siglos. ¡Roguemos cada día perseverar en la gracia y así morir en estado de gracia!
¡PERSEVERANCIA EN NUESTRA CARRERA HACIA EL CIELO! Por el Padre Ed Broom. OMV
Hay una escena fabulosa en el clásico del cine Carros de Fuego, donde el héroe de la película, Eric Liddle, está corriendo los 400 metros contra otros tres velocistas. Casi al comienzo de la carrera, el corredor que está al lado de Liddle le da un codazo. Al caer al suelo, Liddle levanta la mirada contemplando el polvo que levanta el corredor.
Hay dos opciones: tirar la toalla y dar por terminada la carrera; o ponerse en pie, disparar e ir a por la victoria. Liddle opta por lo segundo. Con toda la energía de cada fibra de su fuerte cuerpo atlético, Liddle se lanza a por la victoria. Pasa a uno, luego pasa a otro, pero el corredor que le tiró al suelo sigue en cabeza. No por mucho tiempo. Eric Liddle da una última ráfaga de tremendo esfuerzo y atraviesa la línea de meta ganando por una fracción de segundo, desplomándose y cayendo al suelo. Jadeando, como un pez fuera del agua, su oponente vencido, la victoria es de Eric Liddle.
Uno de los entrenadores comentó: En efecto, no fue la victoria más bonita, pero sin duda fue la más valerosa. Contra todo pronóstico, gracias a su determinación, su fuerza de voluntad y sus agallas, Eric Liddle ganó los 400 metros y acabaría ganando el mismo título y la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Francia a principios del siglo XX.
Criado y educado en el entorno social y el contexto cultural de los Juegos Olímpicos griegos, San Pablo alude con cierta frecuencia a las hazañas atléticas o a los acontecimientos relacionados con la competición deportiva. Las dos competiciones deportivas más comunes mencionadas por el Apóstol de los Gentiles serían la del boxeo -estamos llamados a librar el buen combate- y la carrera o maratón. Pablo nos desafía a correr la buena carrera y recibir la merecida corona que espera al vencedor.
En otro pasaje, Pablo anima a los seguidores de Cristo a luchar no por una corona que perece, sino por la corona que durará para la vida eterna. En otras palabras, la victoria y la ganancia terrenales son como una corona de laurel colocada sobre nuestra cabeza; pronto se secará, se marchitará y perecerá. Nuestra corona eterna en el cielo nunca perecerá, sino que brillará para siempre.
El gran teólogo moral y doctor de la Iglesia, San Alfonso de Ligorio, afirma lo siguiente «La gracia de todas las gracias es morir en estado de gracia». ¿Qué significa? Si podemos apreciar la gracia, vivir en estado de gracia, crecer en gracia y terminar nuestra carrera en la tierra en estado de gracia, entonces habremos ganado la carrera final y alcanzado nuestra salvación eterna.
En efecto, cada día debemos implorar, rogar, suplicar al Señor Jesús, a su Madre Celestial María, a los ángeles y a los santos la gracia de todas las gracias: morir en estado de gracia. No existe mayor gracia en el mundo. Debemos suplicar esto para nosotros, nuestra familia, nuestros seres queridos y para el mundo entero. ¡Señor, concédenos esta gracia de todas las gracias!
Por lo tanto, siendo este el caso en la escala de las realidades eternas, nos gustaría exhortar calurosamente a todos a emprender cinco prácticas específicas para que todos puedan alcanzar la gracia de todas las gracias: ¡morir en estado de gracia y alcanzar la salvación eterna!
1. VIVE CADA DÍA COMO SI FUERA EL ÚLTIMO. Nuestro Señor y Salvador Jesucristo nunca nos prometió otro año, otro mes, otra semana, otro día, otra hora, ni siquiera otro segundo. La vida que vivimos y el momento
que morimos son totalmente inciertos. Puede que vivamos otros 25 años, pero puede que vivamos otros 25 segundos. Esto depende de los misteriosos designios de Dios.
2. ¡SALIR DEL PECADO MORTAL INMEDIATAMENTE! Si tu casa se incendiara por la noche, ¡obviamente no esperarías hasta el amanecer para llamar a los bomberos! En pecado mortal, nuestra casa espiritual está en llamas y debemos apagarlas primero haciendo un Acto Perfecto de Contrición inmediatamente, y luego recurriendo a la Confesión Sacramental lo antes posible. ¡No juegues a la ruleta rusa con tu salvación eterna!
3. COMUNIONES FERVIENTES, FRECUENTES Y ARDIENTES. Asiste a la Santa Misa con la mayor frecuencia posible. En estado de gracia, recibe a Jesús en la Santa Comunión. Sin embargo, ¡con gran fervor! Recibe al Señor Jesús Eucarístico como si fuera tu primera comunión, tu última comunión y tu única comunión. ¡El Señor quiere fervor y amor en tus recepciones!
4. HAZ LO QUE HACES SÓLO POR DIOS. El secreto de los santos es vivir lo que a veces se llama El Sacramento del Momento Presente. Esto significa: vivir cada día, hora y minuto de tu jornada con la intención de agradar a Dios, alabar a Dios, salvar almas y santificar tu propia alma. La pureza de intención en todo lo que decimos y hacemos es muy importante para Dios y para crecer en santidad de vida. San Pablo afirma: «Ya sea que comas o bebas, hazlo todo para el honor y la gloria de Dios». (1 Cor. 10:31) El tema de San Ignacio son las cuatro letras: A.M.D.G. -¡Todo para la mayor gloria de Dios! Santa Teresa lo expresaba así: «La santidad no depende de hacer grandes cosas, sino de hacer las cosas ordinarias de la vida diaria con un amor extraordinario».
5. LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA: EL AVEMARÍA Y EL SANTO ROSARIO Finalmente, como ancla segura para nuestra salvación eterna nos dirigimos a la Santísima Virgen María. Como rezamos en el Memorare: «Nunca se supo que alguien que huyera a tu protección quedara sin ayuda». La oración que puede tener un valor incalculable para alcanzar la gracia de todas las gracias, para morir en estado de gracia y alcanzar nuestra salvación eterna, es el Ave María, mejor aún el Ave María rezada 50 veces; lo llamamos el Santísimo Rosario. Si podemos rezar esta poderosa arma a diario, rezando con fervor: «ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte», sin duda la Santísima Virgen María estará presente en nuestros últimos y agónicos momentos rezando fervientemente por nuestra alma y ayudándonos a arrepentirnos de nuestros pecados, a confiar en la misericordia de Dios y a terminar amando a Dios. Así el Cielo será nuestro. La gracia de todas las gracias será nuestra.