«Para cosas más grandes has nacido». (Ven. Madre Luisita)
MIÉRCOLES 17 DE NOVIEMBRE Lc. 19, 11-28 Verso de aleluya: «Te elegí del mundo, para que fueras y dieras un fruto que perdurara, dice el Señor».
Hoy, el P. Ed Broom nos da un buen consejo sobre cómo dar un fruto que perdure.
CONSTRUIR CON LAS PALABRAS por el P. Ed Broom, OMV
Todos podemos recordar haber sido heridos por alguien que habló sin pensar y picó nuestro corazón, dejando un mal recuerdo duradero. También, todos recordamos haber abierto la boca sin suficiente reflexión y haber herido a nuestro hermano, hermana o amigo. Inmediatamente después de que la palabra salió de nuestra boca, quisimos volver a pescarla, pero no, ¡demasiado tarde! Una vez que la palabra ha sido pronunciada, no se puede «silenciar», cancelar o posponer su llegada al oído y al corazón del oyente.
Jesús habla muy claramente de nuestras palabras: «Toda palabra que sale de la boca será sometida a juicio». (Mt. 12: 36) Santiago dedica casi todo su capítulo 3 a los pecados de la lengua. En resumen, el Apóstol subraya la importancia de aprender el arte de la palabra, recordándonos que debemos ser rápidos para escuchar y lentos para hablar. Nos recuerda que el hombre puede controlar casi todo tipo de animales, pero no su propia lengua. Además, dice que la misma lengua que se utiliza para alabar a Dios, acaba maldiciendo al prójimo. Esto es un error.
Por lo tanto, nos gustaría ofrecer cinco breves sugerencias para ayudarnos a utilizar nuestra lengua, nuestras palabras, nuestra forma de hablar y conversar como un medio para edificar verdaderamente a nuestro prójimo.
¡PRIMER CONSEJO! Deberíamos tener la costumbre de hablar primero con Dios y luego con el prójimo. Se decía del gran Santo Domingo, fundador de la Orden de Predicadores -dos de los más famosos son San Alberto Magno y su alumno Santo Tomás de Aquino- que Domingo hablaba primero con Dios, y luego hablaba de Dios a los demás. ¡Magnífico! Idealmente ese debería ser nuestro lema y objetivo en la vida con respecto a la palabra: ¡que nuestras palabras de alguna manera comuniquen la presencia de Dios a los demás!
¡SEGUNDO CONSEJO! ¡Piensa antes de hablar! San Ignacio observa que un alma agitada es un alma en estado de desolación, en cuyo caso no es el buen espíritu el que nos guía, sino el mal espíritu. Debemos aprender a hablar sólo después de la reflexión, y con una mente tranquila y pacífica. Las palabras apresuradas e impetuosas forman ideas poco claras o confusas que a menudo causan confusión y daño. ¡Evítalo!
¡TERCER CONSEJO! ¡El silencio! ¡El Papa emérito Benedicto XVI insistió en la importancia capital de cultivar el silencio en nuestra vida cotidiana! ¡Hoy sufrimos la contaminación acústica! Las tertulias radiofónicas, la música pop, los programas de televisión que no paran, los ladridos de los perros hasta altas horas de la noche y, además, las charlas inútiles que no paran, a menudo llenas de cotilleos… ¡todos hemos experimentado estos escenarios y con demasiada frecuencia! El Papa Benedicto llegó a decir que si no tenemos momentos de silencio en nuestras vidas, ¡entonces no podemos entender a la persona que quiere hablar con nosotros! El silencio crea un espacio interior para la escucha, y la escucha nos dispone a la unión con el Espíritu Santo, que nos enseña a rezar, pero también a escuchar con atención y caridad a nuestros hermanos.
¡CUARTO CONSEJO! Un consejo bíblico de gran importancia: ¡LA REGLA DE ORO! La «regla de oro» enunciada por el propio Jesús es tan sencilla que todo el mundo la entiende: «Haz a los demás lo que quieras que te hagan a ti». ¿Por qué no llevar la Regla de Oro un paso más allá y aplicarla específicamente a nuestra forma de hablar? Es decir, «Haz a los demás lo que quieres que te hagan a ti», pero sobre todo, «¡Di a los demás lo que quieres que te digan!». ¡Pruébalo!
¡QUINTO CONSEJO! No siempre está claro si lo que decimos es perjudicial para los demás o beneficioso. ¡No siempre está claro como el cristal! Lo que podría ser de gran ayuda en este asunto es imaginar que durante tus conversaciones con los demás, en tu elección de palabras, tono de voz e incluso expresiones faciales, tres personas muy importantes están presentes escuchando tu conversación. Estas tres personas son Jesús, María y San José. Entonces, hazte esta pregunta: «Si Jesús, María y San José estuvieran presentes durante esta conversación y escucharan mis palabras, ¿asentirían con una sonrisa de aprobación?». ¡Esta es la prueba de fuego para los seguidores de Jesús! ¿Son nuestras palabras agradables a Dios, a su Santa Madre y al buen San José -que nunca dijo una palabra en toda la Sagrada Escritura-?
Conclusión. Jesús dijo que de la abundancia del corazón habla la boca. También Jesús nos advirtió que seremos juzgados por cada palabra que salga de nuestra boca. Santiago nos advierte que debemos ser rápidos para escuchar y lentos para hablar.
En el Diario de Santa Faustina, ella admitió que sus tres principales faltas eran 1) El orgullo de no abrirse a su Superiora, Irene. 2) ¡¡¡HABLAR DEMASIADO!!! Admitió honestamente que Jesús le reveló que a veces prefería que se callara en lugar de hablar por dos razones: la persona no sacaría provecho de sus palabras, y sería mucho más beneficioso para las almas del purgatorio tener sus oraciones (en esos momentos), en lugar de su conversación. Por último, 3) no siempre observaba fielmente la Regla.
Recordemos la desafiante exhortación del Doctor franciscano de la Iglesia, San Buenaventura: «Debemos abrir la boca en tres ocasiones: para alabar a Dios, para acusarnos a nosotros mismos y para edificar al prójimo». Fieles a esta exhortación, seguramente evitaremos muchos deslices de la lengua, hablaremos con palabras ungidas por el Espíritu Santo y acumularemos una herencia eterna en el cielo.
Que la Virgen, que meditaba en su Corazón Inmaculado antes de hablar, nos enseñe a magnificar al Señor en nuestras palabras y a edificar verdaderamente al prójimo. «Mi alma engrandece al Señor y mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador.