«Para cosas más grandes has nacido». (Ven. Madre Luisita)
Miércoles, 20 de octubre Lc. 12, 39-48 Jesús dijo: «También vosotros debéis estar preparados, porque a la hora que no esperéis vendrá el Hijo del Hombre».
«El mundo es tu nave y no tu casa». – Santa Teresa de Lisieux
«Quien no mejora, empeora». – San Ignacio de Loyola
«Para llevar una buena vida el hombre debe imaginarse siempre en la hora de la muerte». – San Buenaventura
«¡Oh! apresúrate a aplicar un remedio a tiempo, resuelve entregarte sinceramente a Dios, y comienza desde este momento una vida que, a la hora de la muerte, será para ti una fuente, no de aflicción, sino de consuelo.» – San Alfonso de Ligorio
LA MUERTE – EL CAMINO A LA VIDA ETERNA por el P. Ed Broom, OMV
La gran Santa doctora de la Iglesia, Santa Catalina de Siena afirmó: «Los dos momentos más importantes de nuestra vida son el ahora y la hora de nuestra muerte». Por supuesto, esto nos recuerda la oración que tanto le gusta a la Santísima Madre: la Salutación Angélica, comúnmente conocida como el Ave María, que termina: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén».
Dado que el momento de la muerte es El de mayor importancia para toda persona humana viva, y que nuestro destino eterno depende de cómo muramos, de cómo terminemos nuestra breve estancia terrenal, todos debemos hacer un esfuerzo sincero, tranquilo, pero también sobrio y serio, para llegar al final de nuestra vida en gracia de Dios. San Alfonso de Ligorio, uno de los escritores más prolíficos de la Iglesia católica, escribió de hecho una obra maestra espiritual sobre el tema de la muerte, cuyo título es «Preparación para la muerte». El mismo Santo afirmaba: «La gracia de todas las gracias es morir en estado de gracia». Esa es nuestra esperanza, así como el propósito básico o el impulso de este breve ensayo: que todos nosotros vivamos nuestra vida al máximo en el servicio de Dios y del prójimo, perseverando y creciendo en la gracia, y finalmente, y de mayor importancia, muriendo en el estado de gracia santificante.
Por lo tanto, conversemos con calma, serenidad y confianza sobre el importantísimo tema de nuestra mortalidad, la realidad de la muerte que nadie en esta residencia terrenal puede evitar.
1. ¿QUÉ ES LA MUERTE? Existe una definición clínico-médica de la muerte. Sin embargo, nos gustaría ofrecer una definición teológica de la muerte, sucinta y precisa, como la siguiente «La muerte es la separación del alma del cuerpo». Es decir, en el momento en que el alma parte del cuerpo, teológicamente hablando hemos muerto y pasado de este mundo al otro, del tiempo a la eternidad, de la existencia temporal a la realidad eterna.
2. ¿QUIÉN DETERMINA LA MUERTE? Desgraciadamente, los políticos y los gobiernos intervienen para determinar la muerte de ciertos individuos. Los nombres erróneos o eufemismos utilizados para ello son muchos: eutanasia, muerte piadosa, muerte digna. Todos estos términos son erróneos. La razón es clara: Dios, y sólo Dios, tiene derecho a dar la vida a la persona humana; del mismo modo, sólo Dios tiene derecho a quitar la vida de la persona humana. El libro de Job no puede ser más claro en este punto: «Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo vuelvo a la tierra. El Señor da y el Señor quita; bendito sea el nombre del Señor». Si aceptamos las cosas buenas de la mano del Señor, ¿no debemos aceptar también el mal?» (Job 1:21, 2:10) Nadie, absolutamente nadie tiene derecho a quitarle la vida a otro ser humano. Ese derecho y privilegio está reservado sólo a Dios, origen, autor, sustentador y determinador de toda vida.
3. LA VIDA HUMANA, Y OTRAS FORMAS DE VIDA Y MUERTE. Como resultado del Pecado Original, la muerte entró en el mundo. (Rom 5:12) Todos los seres vivos están destinados a morir en un día, una hora, un minuto y un segundo determinados. Sin embargo, la muerte de una planta, un árbol, un insecto o un animal no se puede comparar con la muerte de una persona humana. ¿Por qué? Porque sólo la persona humana es creada a imagen y semejanza de Dios y dotada de un alma inmortal, una chispa de Dios infundida en el momento de la concepción, que vivirá por toda la eternidad. Los animales tienen derechos e importancia, pero ninguno puede compararse con la persona humana, tanto en su dignidad innata como en su destino.
4. LA BREVEDAD DE LA VIDA. La Biblia, así como los santos, enfatizan el carácter corto, transitorio y efímero de la vida humana. Todo debe ser visto e interpretado a la luz de la eternidad, es decir, por los siglos de los siglos. El salmista expresa el carácter fugaz de la vida con estas palabras «Nuestra vida en la tierra es como la flor del campo que levanta la cabeza por la mañana y se marchita y muere cuando se pone el sol». (Sal 103,15-16) Santiago presenta otra imagen familiar: «Nuestra vida es como una bocanada de humo». (St 4,14) Todos hemos visto alguna vez una bocanada de humo de un cigarro, de una chimenea, de un fuego ardiente. Aparece, se disipa y desaparece en un santiamén. El elocuente Padre de la Iglesia, el gran San Agustín, expresa nuestra vida en estos poderosos términos: «Nuestra vida en la tierra en comparación con la eternidad es un mero parpadeo». Pruébalo ahora: el tiempo del parpadeo termina; ¡la eternidad comienza!
5. JESÚS NOS AMONESTA Y ADVIERTE SOBRE LA REALIDAD DE LA MUERTE. Una y otra vez, Jesús nos amonesta y advierte sobre el carácter precario e incierto de la muerte, tanto en sus palabras como en sus parábolas. Jesús dice que la muerte vendrá como un ladrón en la noche, en el momento en que menos lo esperes. También dice que la muerte vendrá como en el tiempo de Noé, cuando la gente comía y bebía y se desvivía; entonces descendió el diluvio y toda la humanidad fue engullida y ahogada, sin respetar a las personas, ni siquiera a las plantas o a los animales, excepto los pocos que encontraron refugio en el Arca.
6. LA BREVE PERO CONMOVEDORA PARÁBOLA DE JESÚS: ¡EL RICO INSENSATO! (Lc 12,16-21) Este rico-tonto tenía una cosecha abundante y sus graneros llenos al máximo. Por lo tanto, decidió y razonó que tendría una larga vida por delante y una abundancia almacenada para los años venideros. Pero Jesús afirma con toda crudeza que pasará de esta vida a la otra en una muerte repentina ese mismo día. ¿Dónde irá a parar toda la abundancia?
7. VIGILANCIA. Dicho esto, la enseñanza esencial de Jesús sobre este punto es la única palabra: VIGILANCIA: ¡¡¡Estén alertas, estén preparados!!! Jesús insiste en no dejar nuestra conversión para mañana -¡quizás no tengamos mañana! Más bien, Jesús insiste en que hagamos la voluntad de Dios ahora mismo sin procrastinar, sin excusas, sin retrasar, ¡sin arrastrar nuestros pies!
8. LAS DOS MAYORES TRAGEDIAS DE LA TIERRA Las dos mayores tragedias de la tierra están relacionadas con el tema de la MUERTE. La primera tragedia es la de tener la desgracia de cometer un Pecado Mortal. Esto nos priva trágicamente del estado de gracia santificante -la presencia y amistad de Dios en nuestras almas. Sin embargo, el Libro del Apocalipsis, nos advierte de lo que se denomina «LA SEGUNDA MUERTE». (Apocalipsis 21:8) Por esto se entiende morir físicamente en el estado de Pecado Mortal. Si esta tragedia física y moral ocurre, entonces tal individuo pierde su alma para toda la eternidad. Debido a su propia elección libre al rechazar a Dios, habrán perdido a Dios para siempre.
9. NUESTRO MAYOR DESEO: MORIR EN ESTADO DE GRACIA SANTIFICANTE Como se ha dicho antes citando a San Alfonso de Ligorio, la gracia de todas las gracias es morir en estado de gracia santificante. En efecto, esta es una gracia que debemos pedir humildemente todos los días de nuestra vida. No hay nada más precioso que morir en Amistad con Dios en estado de gracia
10. MEDIOS O ACCIONES PRÁCTICAS PARA PROCURAR UNA MUERTE SANTA Y FELIZ. Nos gustaría ofrecer un programa concreto para reflexionar, rezar y poner en práctica en tu vida diaria para alcanzar la corona de la gloria eterna muriendo en estado de gracia.
1) VIVE CADA DÍA COMO SI FUERA EL ÚLTIMO. ¡¡¡Sí!!! Debemos esforzarnos por vivir cada día de nuestra vida como si fuera el último. ¡En realidad podría serlo! Llama a la mente cualquier muerte intempestiva o imprevista que te venga a la mente, y luego aplícalo a ti mismo. ¡Esta es una gran llamada de atención!
2) IMITACIÓN DE CRISTO. Medita sobre las palabras del clásico, escrito por Thomas Kempis: «No es importante una vida larga, sino una vida santa». También dijo: «En cada acto y en cada pensamiento, actúa como si fueras a morir hoy mismo».
3) ¿PECADO MORTAL? Si tienes la desgracia de caer en Pecado Mortal, entonces, como el Hijo Pródigo, vuelve a Dios a través de una buena Confesión Sacramental lo antes posible; no te demores. Mientras tanto, haz un acto perfecto de contrición de dolor por tus pecados, hasta que puedas confesarte.
4) TRABAJA MUCHO AHORA Y DESCANSA EN LA ETERNIDAD. Entre las muchas virtudes o atributos de los santos está el de su ética de trabajo duro para servir a Dios y salvar almas. Quizás el lema del Santo Padre Alberto Hurtado pueda motivarte: «Hay dos lugares para descansar: el cementerio y el cielo». Mientras Dios nos da aliento, tiempo, talentos y tesoros, ¡hay que usarlos al máximo!
5) MORIR AL PECADO-VIVIR PARA DIOS. Al frecuentar el Sacramento de la Confesión, incluso cuando sólo tenemos pecados veniales que confesar, estamos practicando un morir, pero un morir en un sentido muy bueno: ¡estamos muriendo a la realidad del pecado, que es el único mal real del mundo! San Agustín compara el confesionario con la tumba donde Lázaro estuvo enterrado durante cuatro días. Toda buena confesión sacramental es dejar la tumba y las vendas de la muerte, y revestirse de vida nueva en Cristo.
6) REZAR POR LOS MUERTOS. Es una práctica muy saludable rezar por los difuntos en el mes de noviembre, pero en todo tiempo y lugar. A cambio, las Almas del Purgatorio rezarán por ti y por la salvación eterna de tu alma.
7) RECORDATORIOS DE LA MUERTE. Tened ante vuestros ojos la realidad concreta de la muerte y los recordatorios de la misma. Pasar por delante de un Cementerio, una Misa Funeral, el sol poniéndose cada día, el Crucifijo, el Santo Sacrificio de la Misa en el que celebramos la Pasión, el sufrimiento, la muerte y la Resurrección de Jesús el Señor. Entonces saqué la conclusión de que un día me tocará morir.
8) AL LADO DE LA CAMA DEL MORIBUNDO: OFRECER AYUDA. Cuando tengas la oportunidad de estar junto al lecho de alguna persona que esté en sus últimos momentos, quizás en su última agonía, ¡reza el Santísimo Rosario y la Coronilla de la Divina Misericordia! Sin duda, estas oraciones son instrumentos potentísimos para expulsar a los demonios y conseguir de ese moribundo un corazón verdaderamente arrepentido que lo disponga a morir en el abrazo amoroso de Dios.
9) PEDIR LA GRACIA DE RECIBIR LOS ÚLTIMOS SACRAMENTOS. ¿Por qué no pedir esta gracia para ti y para tus seres queridos: la gracia de recibir los últimos sacramentos antes de pasar del tiempo a la eternidad? Un sacerdote católico que administra los tres sacramentos -la confesión, la unción de los enfermos y la comunión (viático- alimento para el camino), sin duda puede ser un instrumento muy eficaz para morir en estado de gracia. Y si el sacerdote reza lo que se llama «El Perdón Apostólico», entonces el moribundo puede recibir lo que se llama Indulgencia Plenaria y tener no sólo sus pecados perdonados, sino también todo el Castigo temporal debido a sus pecados que son expiados y lavados. En concreto, esto significa que el moribundo tendrá acceso inmediato al Cielo al morir.
10) EL AMOR, LA CONFIANZA Y LA SEGURIDAD EN MARÍA. De hecho, cada día de tu vida puede ser una preparación concreta e inmediata para el día, la hora y el momento en que mueras por la intercesión de María. En efecto, puedes prepararte para una muerte santa y feliz cincuenta veces al día, todos los días; o si quieres, ¡100 veces! ¿Cómo? Cada vez que rezas el Santísimo Rosario de la Santísima Virgen María te preparas para morir cincuenta veces, ¡sí, cincuenta veces! ¿Por qué? Porque en la última parte del Ave María rezas estas palabras que se refieren a rogar a la Virgen que te alcance una muerte santa y feliz: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén». Si tenéis la costumbre de rezar con fervor el Santo Rosario, más allá de toda duda, la Virgen estará presente, muy cerca de vosotros en la hora, en el minuto, en el segundo en qué paséis de esta vida a la otra y os sentéis ante el Tribunal del Señor. Que la Virgen y el buen San José nos alcancen la gracia de vivir santamente, tener santas muertes y pasar de esta vida a la vida eterna en el Cielo.