Viernes de la XXVII semana del Tiempo ordinario
«Para cosas más grandes has nacido». (Ven. Madre Luisita)
Viernes, 8 de octubre Lc. 11,15-26 «El que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo desparrama».
La pregunta que deberíamos hacernos es: «¿Cómo puedo asegurarme de estar «con Cristo» y no contra Él? El P. Ed nos da la respuesta de manera audaz y completa en la siguiente meditación.
MANTENGA EL FUEGO DEL AMOR DE DIOS ARDIENDO EN USTED! por el P. Ed Broom, OMV
Jesús dijo: «He venido a echar fuego en la tierra; no estaré tranquilo hasta que ese fuego arda». (Lc 12,49) Ahora mismo, ese fuego debería estar ardiendo en tu corazón. Es el fuego del Espíritu Santo. Una hoguera que se mantenga encendida debe ser alimentada constantemente. Hay que echar constantemente al fuego leña, hojas, maleza, papeles viejos. Si no, el fuego se apaga y pronto sólo queda un montón de cenizas.
Como resultado del entorno social y espiritual en el que vivimos, qué fácil es que el fuego del Espíritu Santo, el fuego del amor divino, decaiga, disminuya y se apague. Demasiados católicos de hoy son como mechas o brasas que arden, que han perdido su fuego, su celo, su entusiasmo, su alegría de vivir. Como escribió poéticamente T.S. Elliot: «No se apagarán con una explosión, sino con un gemido».
UNA SERIA ADVERTENCIA. El último libro de la Biblia, el Apocalipsis, nos advierte: «Has perdido tu primer amor». (Apocalipsis 2:4) Y, «No eres ni frío ni caliente, ojalá lo fueras, pero eres tibio; así que te vomitaré de mi boca». (Ap 3,16) Por sorprendentes e incluso chocantes que parezcan estas palabras, proceden del Espíritu Santo, que es el Autor de toda la Sagrada Escritura. ¡Que Dios nos salve de la mediocridad!
UNA ORACIÓN FERVIENTE. Hagamos una sincera y ferviente oración desde lo más profundo de nuestro corazón para que el fuego del amor de Dios no se apague nunca en nuestra alma. Sin embargo, si se ha apagado, roguemos al Espíritu Santo que reviva ese fuego. Luego, pidamos la gracia de encender muchos fuegos -el fuego del amor de Dios- dondequiera que vayamos, con quienquiera que nos encontremos, en cualquier circunstancia que Dios nos coloque.
EL FUEGO DEL AMOR DE DIOS ES EL QUE HACE ARDER NUESTRO CORAZÓN. Así pues, utilicemos todas las herramientas, todos los medios que Dios ha puesto en nuestro camino para encender la llama del amor de Dios en nuestro corazón. Que sigamos las huellas del Maestro, Jesús, haciendo nuestras sus palabras: «He venido a echar fuego en la tierra, y no estaré tranquilo hasta que ese fuego se encienda». (Lc 12,49)
¡LOS DIEZ GRANDES SALTOS DE LA VIDA!
1. REAVIVAR LA LLAMA. ¡Confiésate! Si hemos perdido la gracia de Dios por el pecado mortal, entonces el fuego de Dios se ha apagado en nosotros. No te desanimes, sino confía en Dios. Como el Hijo Pródigo (Lc 15,11-32) levántate y vuelve al abrazo amoroso del Padre a través de una buena Confesión Sacramental. Los brazos amorosos del Padre están abiertos de par en par para recibirte. ¡Él espera pacientemente tu regreso!
2. CONSAGRACIÓN A MARÍA Y AL ESCAPULARIO Al amanecer, al despertar cada mañana, consagra todo tu ser, tu día y todas tus actividades al Corazón Inmaculado de María, y luego besa tu Escapulario. Las pinturas representan al Corazón Inmaculado de María con el fuego que brota de su corazón -el fuego del amor, el fuego del Espíritu Santo- por ti y por tu salvación eterna.
3. ASPIRACIONES CORTAS EN EL DÍA. Durante el transcurso del día eleva tu corazón en oraciones cortas, como flechas que atraviesan el cielo, como por ejemplo «Jesús, María y José, os amo; salvad las almas» Siempre que se te ocurra un dardo corto y ardiente, lánzalo al cielo como un acto de amor. ¡Mantén el fuego encendido!
4. RECONOCE TU DIGNIDAD. Por el Bautismo nuestras almas fueron transformadas radicalmente: ¡nos convertimos en Templos del Espíritu Santo! Entre los muchos títulos bellos, místicos y poéticos para el Espíritu Santo en la Secuencia del Espíritu Santo está el de «Dulce huésped del alma». Como nos recuerda el Papa San León Magno en su homilía de Navidad «¡Cristianos, reconoced vuestra dignidad!» Con una conciencia constante de tu dignidad y destino – «Soy un hijo de Dios, un Templo del Espíritu Santo, y el Cielo es mi destino»-, ¡el fuego salta sin cesar!
5. EL CIELO: A LA VUELTA DE LA ESQUINA. La virtud de la Esperanza enciende el interior de tu alma. Con los pies en la tierra y los ojos espirituales levantados en lo alto, hacia el Cielo que te espera, las llamas ardientes de Dios encenderán tu alma. La vida es corta, como la flor del campo que nace por la mañana y se marchita y muere cuando el sol oculta su rostro. (Sal 103,15-16) La vida tiene sus contradicciones. Pero si llevas tu cruz con paciencia y amor, ¡el Cielo te espera!
6. APAGA EL FUEGO DE LA JUSTICIA DE DIOS CON EL FUEGO DE TU AMOR: ¡EL PURGATORIO! Las oraciones frecuentes, los sacrificios y las limosnas -actos de amor ofrecidos por las almas del Purgatorio- pueden mitigar el Fuego de la Justicia de Dios que purifica a las almas del Purgatorio. Es decir, el fuego de su caridad puede hacer que estas almas lleguen antes a su destino final: el Cielo. ¡A su vez, sus oraciones desde el cielo servirán para encender el amor ardiente de Dios dentro de ti!
7. EL AMOR ARDIENTE POR DIOS Y POR EL PRÓJIMO. El fuego del amor que arde en tu corazón hacia Dios, a quien no ves, debe precipitarse impetuosamente hacia tu prójimo, a quien sí ves, y que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. «Tuve hambre, sed, desnudez, era extranjero, estaba enfermo y en la cárcel, ¡y me atendiste!» (Mt 25,31-46) Cada vez que sirves a Jesús en los demás, ya sea en las Obras de Misericordia Corporales o Espirituales, el fuego del amor de Dios se enciende y arde con fuerza en ti. Lee las vidas de los santos como modelo.
8. LA HORA SANTA: ¡LA HORA DEL PODER, LA HORA DEL FUEGO! Si entras en casa en una noche fria de invierno y te sientas donde arde el fuego, te descongelarás. Las llamas que salen de la chimenea de ladrillos incluso secarán tu ropa mojada y empapada por la lluvia. Del mismo modo, es fácil que la mundanidad y los valores mundanos impregnen nuestro interior con una indiferencia que empapa todo. Es precisamente la Hora Santa, la Hora del Poder, la Hora del Fuego, la que enciende nuestra mente, nuestro corazón y nuestra voluntad. En el Sagrario vive el Señor de los Señores y Rey de los Reyes en toda su majestad, fuego y poder. El Papa San Juan Pablo II afirmó que el Sagrario es el latido vivo de la Iglesia. ¡Que su Corazón ardiente encienda nuestros corazones a través de la fidelidad a nuestra Hora Santa diaria!
9. LECTURA ESPIRITUAL/LECTIO DIVINA. Para que podamos lanzar dardos ardientes a las mentes y corazones de los demás, es necesario que tengamos convicciones firmes en nuestra mente que se traduzcan en acciones. Demasiadas personas son perezosas, letárgicas, anémicas y están medio dormidas en su vida espiritual. Les falta el fuego de la motivación que se enciende con una sólida lectura espiritual. Consulta a tu director espiritual o a tu confesor habitual sobre tu elección de lecturas bíblicas. Que la elección te ayude a revestirte de la mente de Cristo, en palabras del ardiente Apóstol San Pablo. Entonces podrás decir: «Tengo la mente de Cristo». (1 Cor 2,16)
10. LA SANTA COMUNIÓN Y EL FUEGO Siempre que sea posible, recibe la Santa Comunión. En un sentido muy real la Santa Comunión resulta en un Trasplante de Corazón Espiritual. Recibes verdaderamente el Cristo total: el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús. Esto significa que recibes el Sagrado Corazón de Jesús. Si contemplas cualquier imagen del Sacratísimo Corazón de Jesús, verás que de Su Corazón brota un fuego abrasador. Sufre tanto, como le dijo a Santa Margarita María Alacoque: «Contempla el Corazón que tanto ama y sólo recibe frialdad, indiferencia e ingratitud.» ¡¡¡Si tu recepción de la Sagrada Comunión es realmente ferviente, entonces el Corazón de Jesús toma tu corazón y lo inunda con el fuego de su Divino Amor para que puedas compartirlo con todo el mundo!!!
Oración de acción de gracias después de la Santa Comunión:
Alma de Cristo, santifícame. Cuerpo de Cristo, sálvame. Sangre de Cristo, embriágame. Agua del costado de Cristo, lávame. Pasión de Cristo, fortaléceme. Oh Buen Jesús, escúchame. Dentro de tus heridas escóndeme. No permitas que me separe de Ti. Del enemigo maligno, defiéndeme.En la hora de la muerte, llámame, Y mándame venir a Ti,para que con tus santos pueda alabarte por los siglos de los siglos Amén.