«Ustedes nacieron para cosas más grandes». (Ven. Madre Luisita)
LUNES, 26 de abril Jn. 10, 1-10 Verso de aleluya: «Yo soy el buen pastor, dice el Señor; conozco a mis ovejas y las mías me conocen».
Las buenas ovejas se esfuerzan por obedecer y seguir al Buen Pastor en todo momento, en todo lugar y en toda circunstancia. Esa docilidad en la obediencia al Buen Pastor se llama santa obediencia y es lo que constituye la santidad o la santificación, es decir, llegar a ser santo.
En concreto, Santa Faustina escribió una vez en su diario, W – w… ¡La voluntad de Dios, mi voluntad!
LLAMADA UNIVERSAL A LA SANTIDAD: ¡SÉ SANTO! Por el P. Ed Broom, OMV
Sin duda, la mejor manera de transformar el mundo en un lugar mejor es esforzarse por llegar a ser santo. Muchos te mirarán sorprendidos si les dices que están llamados a ser santos. «¿Yo, santo? Eso no es para mí».
La razón de este choque es que muchos no saben cuál es la voluntad de Dios para nosotros. Dios quiere que cada uno de nosotros se convierta en santo, incluso más de lo que nosotros queremos serlo. Muchos piensan que un santo debe hacer milagros extraordinarios mientras está en la tierra. El santo debe ser capaz de bilocarse, curar a los enfermos, resucitar a los muertos y detener el curso del sol. En realidad, nada de esto es necesario para que uno se convierta en santo. Aunque es cierto que, después de la muerte, los milagros deben ser atribuidos a una persona santa que va a ser beatificada y eventualmente canonizada como santa.
¡Jesús nos manda ser santos! Jesús habló con la máxima claridad sobre este tema de la llamada universal a la santidad: «Sed santos como vuestro Padre Celestial es santo». (Mt. 5:48) En el Sermón de la Montaña, una de las Bienaventuranzas reitera el mismo tema: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de santidad; serán saciados». (Mt.5:6) San Pablo en su Carta a los Tesalonicenses repite el tema: «Esta es la voluntad de vuestro Padre Celestial, vuestra santificación». (1 Tesalonicenses 4:30)
Santa Teresa de Calcuta expresó la santidad con estas concisas pero penetrantes palabras: «La santidad no es el privilegio de unos pocos, sino el deber de todos». San Josemaría Escrivá de Balaguer (Fundador del Opus Dei) se lamentaba con estas palabras: «La mayor crisis del mundo es la falta de santos». El escritor francés de los años 1900, León Blois bromeó: «La mayor tragedia del mundo es no llegar a ser el santo que Dios nos llama a ser».
Uno de los documentos más autorizados en el mundo moderno, del Concilio Vaticano II, la Constitución Dogmática Lumen Gentium, Capítulo V, se centra en un tema específico: La llamada universal a la santidad. En una palabra, los Padres del Concilio insisten en el imperativo moral y la obligación imperiosa de que todas las personas, de todos los lugares, culturas y orígenes, deben esforzarse por ser santas. Todos deben poner de su parte para intentar ser santos.
Quieren el cielo y la santidad: ¡háganse santos! De hecho, todos los que están en el Cielo han llegado a la santidad; son santos. Muchos, probablemente la mayoría de los que están en el Cielo, podrían ser calificados como santos anónimos. Esto significa que no fueron canonizados, es decir, declarados oficialmente por la Iglesia como santos. Sin embargo, ¡son santos!
Por lo tanto, teniendo en cuenta esta «Llamada Universal a la Santidad», procederemos a destacar algunas pautas o sugerencias prácticas que pueden servirnos de motivación o estímulo en el esfuerzo por llegar a ser el santo que Dios ha llamado a cada uno de nosotros. En efecto, sin directrices prácticas y sin un verdadero GPS espiritual -o mapa de carreteras-, la búsqueda de la santidad resultará muy ardua. Los atletas necesitan entrenadores; los escritores, mentores; y los artistas, modelos. Lo mismo ocurre con los que persiguen la santidad de la vida, las directrices y los indicadores -en la dirección correcta, por supuesto- son indispensables.
- LA GRACIA DE DIOS. En primer lugar, necesitamos la gracia de Dios. De hecho, sin su gracia no podemos lograr nada en la búsqueda de la santidad. Podemos pecar abundantemente, pero tratar de vivir una vida de santidad sin la gracia de Dios es una búsqueda en vano.
- ORACIÓN. Normalmente la gracia de Dios se canaliza y se comunica a través de la oración. Los santos han pasado largas horas en oración. La oración es comunión con Dios y Él hace la obra de santificación y transformación. Concretamente, en la oración es el Espíritu Santo, el Santificador, quien nos transforma de pecadores a santos.
- ¡DESEO! En una ocasión, la hermana del Doctor Angélico, Santo Tomás de Aquino, le preguntó a su hermano cómo podría llegar a ser santa. El Aquinate respondió de forma concisa con dos palabras: ¡QUÉ SEA! En efecto, la gracia de Dios precede a toda acción buena. En la teología de la gracia, esto se denomina Gracia Preveniente. Sin embargo, debe haber nuestra colaboración activa con la gracia de Dios. En otras palabras, Dios siempre hará su parte, ¡pero nosotros debemos hacer la nuestra!
- EVITAR LOS OBSTÁCULOS. Por parte del futuro santo, debe haber un esfuerzo sincero y concertado para evitar las ocasiones cercanas de pecado. Es muy cierto el dicho: «El que juega con fuego, se quemará; el que juega en el peligro, perecerá en él». El pecado, en efecto, es el mayor obstáculo en la búsqueda de la santidad. Por lo tanto, ¡hay que evitar el pecado como la peste!
- LEER LA VIDA DE LOS SANTOS. Otra gran ayuda en nuestra búsqueda de la santidad es adquirir el hábito de una buena lectura espiritual. ¿Por qué no dedicar diez minutos diarios a la lectura de la vida de uno o varios santos? Al hacerlo, empezamos a formarnos un criterio sobre cómo vivían, actuaban, rezaban, pensaban y hablaban los santos, es decir, cómo llegaron a ese grado heroico de virtud. La lectura de sus vidas nos estimulará a imitar sus acciones y caminos virtuosos. San Ignacio de Loyola recibió muchas gracias en su proceso de conversión leyendo las vidas de los santos. Se empeñó en ser como ellos. ¡Y lo consiguió!
- ESPÍRITU SANTO: EL SANTIFICADOR. Uno de los muchos títulos atribuidos al Espíritu Santo es el de Santificador, es decir, el que nos hace santos. El Papa San Juan XXIII afirmó: «Los santos son las obras maestras del Espíritu Santo». Davinci, Miguel Ángel, Dante, Shakespeare – todos fueron Maestros artísticos o literarios en sus campos prospectivos. El campo prospectivo del Espíritu Santo es el de formar y moldear hombres, mujeres y niños en santos.
- LA VIDA SACRAMENTAL. Como miembros del Cuerpo Místico de Cristo -la Iglesia-, los canales más eficaces para la gracia fluyen a través de los Sacramentos. Por definición, los Sacramentos son signos exteriores instituidos por Cristo para conferir la gracia. Recibiendo con frecuencia y fervor, con excelente disposición del corazón, de la mente y del alma, los Sacramentos de la Confesión, así como la Sagrada Eucaristía, las gracias llueven en nuestras almas como un diluvio. En la Confesión, Jesús nos cura como Médico Divino; en la Comunión, Jesús alimenta y fortalece nuestra alma con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
- PRESENCIA GOZOSA. ¡¡¡Una cualidad clave en la vida de los santos es la ALEGRÍA!!! ¡La persona que vive con alegría en su corazón tiene viento en sus velas en su viaje espiritual! Podrá superar muchos obstáculos al escalar la montaña de la santidad. ¡El diablo sufre golpes mortales en compañía de una persona alegre! ¡Un discípulo alegre de Jesús atrae y atrae a los demás como un imán! J.O.Y.-¡¡Jesús primero, los demás después, tú mismo al final!!!
- EL CIELO: ¡EL HOGAR DE LOS SANTOS! Un enorme estímulo o motivación en nuestro camino a la santidad es tener nuestra meta constantemente ante nuestros ojos: ¡el Cielo! Dios nos ha creado con un propósito: ¡ser felices con Él para siempre en el Cielo! San Pablo nos exhorta a no mirar a la tierra, sino a tener los ojos fijos en el reino celestial, donde Jesús está sentado a la derecha de Dios Padre. Si pensamos más en el Cielo -el gozo de la presencia y la amistad de Dios Padre, Jesús Hijo y el Espíritu Santo, con los ángeles y los santos, y María como nuestra Reina y Madre- nuestras cruces serán más fáciles de soportar en espera de las glorias venideras.
- MARÍA: REINA DE LOS ÁNGELES Y DE LOS SANTOS Por último, María puede ser de enorme ayuda en nuestra búsqueda de la santidad, en nuestro deseo de convertirnos en santos. En efecto, María es la Reina de los ángeles y de los santos. Reza a María; ama a María, invoca a María; ama y reza el Rosario. Si haces esto, María estará cerca de ti toda tu vida, y te ayudará a llegar sano y salvo a tu Casa Celestial.
Conclusión. Empecemos ahora mismo y esforcémonos por vivir el mandato de Jesús: «Sed santos como vuestro Padre celestial es santo». Lo único que realmente importa en la vida es llegar a ser santos. Que ésta sea nuestra meta, y que la alcancemos por la gracia de Dios y las oraciones de María, la llena de gracia y la Reina de los ángeles y de los santos.