Lunes de la octava de Pascua
«Para cosas más grandes has nacido». (Ven. Madre Luisita)
LUNES, 18 de abril Mt. 28,8-15 «Jesús les dijo: «No tengáis miedo. Id a decir a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán'».
¡La verdadera alegría se encuentra sólo en Cristo!
ALEGRESE EN EL SEÑOR: LO DIGO DE NUEVO: ALÉGRESE… por el P. Ed Broom, OMV
En la Carta de San Pablo a los Filipenses, el Apóstol de los Gentiles nos exhorta fervientemente a nosotros y a toda la humanidad creada a alegrarnos: «¡Alegraos en el Señor!» (Filipenses 4:4)
La alegría verdadera, auténtica, no vencida y no adulterada, sólo puede descubrirse conociendo, amando, siguiendo e imitando a Jesús, la fuente de toda alegría. Cualquier otro intento de alcanzar la alegría sin relación con Jesús, la fuente última de la alegría, será un ejercicio inútil y terminará en el colapso y el desastre.
Demasiados confunden estas dos realidades distintas: la del placer y la de la alegría. Es cierto que el placer se puede adquirir y comprar con dinero. Pero incluso los Beatles solían cantar «El dinero no puede comprarme el amor». El placer depende de estímulos externos: una buena bebida y un suculento filete satisfacen el paladar y la barriga, pero no satisfacen los anhelos más profundos del corazón. Es interesante observar que cuanto más se persigue el placer como un fin en sí mismo, menos se experimenta la verdadera y auténtica alegría.
La alegría es uno de los muchos frutos del Espíritu Santo. Una vez que abrimos nuestro corazón a la acción de la gracia y colaboramos con los siete dones del Espíritu Santo, los frutos del Espíritu Santo florecen en nuestra alma y se manifiestan en nuestras acciones exteriores. Jesús lo expresó claramente: «Por sus frutos podéis conocer el árbol». (Mt 7,16)
Una de las principales razones por las que la alegría debe ser nuestra amiga y compañera constante es la realidad del significado del Misterio Pascual. Con este término Misterio Pascual se quiere decir que Jesús realmente murió, fue sepultado, pero al tercer día resucitó de entre los muertos. Después de la Consagración en la Misa aclamamos: «Cristo ha muerto; Cristo ha resucitado; Cristo volverá».
¿Cuáles son entonces algunos de los principales motivos para alegrarse con la realidad del Señor Jesús resucitado? Los siguientes motivos pueden llenarnos de una alegría desbordante.
1. SAN IGNACIO Y LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES
En los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola cuando llegamos a la Contemplación del Señor Jesús Resucitado, el santo insiste en que debemos pedir una gracia especial. ¿La gracia? La alegría más intensa porque Jesús resucitó de verdad. No es sólo una gota de alegría, sino un océano de alegría. A menudo recibimos poco del Señor porque pedimos o esperamos lo mínimo. Por qué no suplicar con la llegada del tiempo de Pascua que nos inunde un diluvio de gracia, un diluvio de alegría desbordante que inunde la vida de los demás?
2. JESÚS HA RESUCITADO DE VERDAD.
El hecho de que Jesús haya muerto en la cruz, pero que al tercer día haya resucitado verdaderamente de entre los muertos, para no volver a experimentar la muerte, debería inundarnos definitivamente con un maremoto de alegría. De hecho, Jesús se describe a sí mismo con estas tres palabras clave: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida». (Jn 14,6)
3. SU VIDA SIGNIFICA NUESTRA VIDA EN PLENITUD.
Jesús también dijo: «He venido para que tengan vida, y vida en abundancia». (Jn 10,10) En efecto, cuanto más viva Jesús en nosotros y nosotros en Jesús, más viviremos realmente en esta vida, así como en la vida futura. El pecado puede compararse con una rama seca, marchita y muerta. La vida puede compararse con el florecimiento fresco de las rosas después de las tormentas de invierno.
4. NUESTRA MUERTE EN EL SEÑOR ES LA PUERTA DE ENTRADA A LA VIDA ETERNA.
La vida en la tierra es efímera, transitoria, precaria y temporal. Sin embargo, si hemos vivido en unión con Jesús en esta corta peregrinación terrenal, en este valle de lágrimas, entonces nuestra muerte no es realmente la muerte, sino la puerta de entrada a la vida eterna. Por eso la Iglesia enseña que la muerte de un santo es su cumpleaños a la vida eterna.
5. JESÚS RESUCITADO Y EL CIELO
Santa Teresa de Ávila y muchos santos insisten en meditar y contemplar la realidad del Cielo. Esta doctora carmelita de la Iglesia compara nuestra vida en la tierra con pasar una noche en una pésima posada u hotel. Con la realización del Misterio Pascual -la Pasión, muerte y Resurrección de Jesús- se abrieron las puertas del Cielo en todo su esplendor y gloria. En efecto, si verdaderamente meditamos con frecuencia la realidad del Cielo que nos espera como consecuencia de la Resurrección de Jesús, los sufrimientos, las contrariedades, las contradicciones y las cruces de la vida no sólo se hacen soportables, sino que pueden aceptarse con alegría y gran esperanza.
6. ¿CÓMO ES ENTONCES EL CIELO?
San Pablo se esfuerza por explicar lo que experimentaremos con estas conmovedoras palabras «Ni el ojo ha visto, ni el oído ha oído, ni ha entrado en la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman». (1Cor 2:9) Intenta este ejercicio de imaginación (contemplación). Recuerda el día más feliz, la hora más feliz, el momento más alegre de tu vida. Ahora, multiplica esa alegría mil veces; luego añada la eternidad. La felicidad y la alegría inefable de ese momento no se acabarán nunca, sino que durarán ¡¡¡¡eternamente y para siempre!!!!
7. EL SUFRIMIENTO TIENE VERDADERO SENTIDO Y VALOR SI SE INSERTA Y SE UNE AL MISTERIO PASCUAL.
Entonces, de manera primordial, todos nuestros sufrimientos ya sean físicos, mentales, emocionales, espirituales, sociales, culturales, familiares, cuando se unen a la Pasión, muerte y Resurrección del Señor Jesús tienen un valor infinito. El venerable Fulton Sheen decia: «Si no hay Viernes Santo, no hay Domingo de Resurrección». A la luz de nuestra propia Resurrección futura, esforcémonos por no desperdiciar nunca nuestros sufrimientos, sino unirlos a los sufrimientos de Jesús, que culminan en su Resurrección de entre los muertos, y un día en nuestra propia Resurrección.
8. EL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA Y EL SEÑOR JESÚS RESUCITADO
Por difícil que sea para nuestro intelecto oscurecido por el Pecado Original, el Santo Sacrificio de la Misa es el puente entre el Cielo y la Tierra. Es el OPUS DEI de Dios, la gran obra de Dios. En cada Misa celebrada por un sacerdote católico ordenado, se hace realidad, real y verdaderamente, el Misterio Pascual. Una vez que el pan y el vino son consagrados se transforman realmente en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Señor Jesús. En la Hostia Consagrada está presente la plenitud del Misterio Pascual. En la Hostia Consagrada está verdaderamente presente el Señor Jesús Crucificado que cuelga de la cruz, y al mismo tiempo, está verdaderamente presente el Señor Jesús Resucitado. Este Misterio trasciende realmente nuestro limitado intelecto humano. ¡Inclinémonos humildemente ante la sublime y augusta Majestad de nuestro Dios Trino!
9. SANTIDAD, FELICIDAD, ESPERANZA, CIELO…
Estas cuatro palabras caracterizan los abundantes frutos de la Pascua en el Señor Jesús resucitado. Jesús es el Santo enviado por Dios para liberarnos de la tristeza del pecado. La felicidad está relacionada con la virtud de la Esperanza en la que esperamos pacientemente nuestra recompensa futura. ¿Esa recompensa? El Cielo nuestra verdadera, permanente y eterna morada.
10. NUESTRA SEÑORA Y LA ALEGRÍA DE LA RESURRECCIÓN
Después de Jesús no hubo nadie que sufriera dolores más intensos que su Madre, conocida como Nuestra Señora de los Dolores. A menudo se la representa con siete espadas atravesando su Corazón. Al mismo tiempo, ninguna persona, con la excepción de Jesús mismo, experimentó jamás una alegría tan abundante y desbordante como la de María. Tal es así, que la Iglesia cree tradicionalmente que la primera aparición de Jesús en su Resurrección fue a su propia Madre. Ella, que compartió íntimamente sus dolores más intensos, compartiría también su inmensa y desbordante alegría.
EN CONCLUSIÓN, todos estamos llamados a vivir nuestra vida en la alegría, alegría desbordante, en la alegría que debe ser la más intensa, una alegría que debe ser compartida abundantemente con los muchos que viven en la tristeza y en las sombras de la muerte. Esa alegría verdadera y auténtica sólo puede experimentarse en unión con Jesús. Una vez que hayamos decidido firmemente establecer la meta y el propósito de nuestra vida en conocer a Jesús, amar a Jesús, seguir a Jesús, imitar a Jesús y morir con Jesús para resucitar con Él, entonces el fruto de la alegría estará en lo más profundo de nuestro corazón, de nuestra mente y de nuestra alma. Finalmente, el fruto maduro de la alegría florecerá plena y completamente a nuestra llegada al Cielo.