Jueves de la IV semana del Cuaresma
«Para cosas más grandes has nacido». (Ven. Madre Luisita)
JUEVES, 31 de marzo Jn 5,31-47 Verso antes del Evangelio: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él tenga vida eterna».
¡¡¡Cuánto nos ama el Padre, para darnos a su Hijo Unigénito para que tengamos vida eterna con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo por toda la eternidad!!!
¡EL AMOR INFINITO DE DIOS POR TI Y POR MI! Por el Padre Ed Broom, OMV
Una de las principales razones por las que cometemos pecados es porque no entendemos realmente el amor que Dios tiene por todos y por nuestro projimo. El Venerable Arzobispo Fulton J. Sheen define el amor con estas sencillas pero profundas palabras: El pecado es herir a quien amas. Esta es una definición muy personal. Es decir, el pecado es herir y dañar tu relación con Dios, y tal vez incluso romperla hasta el punto de romper la relación.
La pregunta primordial que cada uno de nosotros debe hacerse en el fondo de su corazón es la siguiente: ¿creo realmente que Dios me ama personalmente, permanentemente, sin reservas e infinitamente? Este breve ensayo pretende ayudarnos a convencernos del Amor Infinito de Dios por nosotros. En consecuencia, será mucho más fácil, cuando nos enfrentemos a las tentaciones de pecar, rechazarlas. Y la razón es que no quiero herir a Dios que me ama tanto. En otras palabras, el pecado grave no es simplemente romper un mandamiento, sino romper el Corazón de Dios.
¿Cómo sabemos entonces que Dios nos ama realmente con un Amor Infinito? Las siguientes son algunas razones.
1. EL PECADO ORIGINAL Y LA ENCARNACIÓN.
Una verdad muy consoladora en la fe católica es que Dios permite el mal para poder sacar un bien mayor del mal. San Pablo afirma: Donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia de Dios». (Rom 5,20) ¡Si quieres, Dios puede convertir una tremenda tragedia en una gloriosa victoria! Una de las manifestaciones más claras y penetrantes de esta verdad es la realidad del Pecado Original y, en consecuencia, la Encarnación. Dios concedió a Adán y Eva una libertad de la que abusaron al cometer el Pecado Original. Sin embargo, Dios Padre intervino enviando a su Hijo unigénito, Jesús, nacido de la Santísima Virgen María para salvarnos. Como cantamos en la Misa de la Vigilia Pascual en el Exultet: ¡Oh feliz culpa, oh necesario pecado de Adán, que nos ganó tan gran Redentor! Por eso, la Encarnación de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, se hizo por amor a ti y a mí. Qué grande es el amor de Dios – «Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito»- para que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se hiciera hombre para salvarnos del demonio, de la esclavitud del pecado y de la condenación eterna.
2. LA VIDA DE JESÚS COMO MODELO PARA TODOS NOSOTROS
Otro signo del Amor Infinito de Dios por nosotros es la Persona, el Patrón y el Modelo de perfección que es Jesús para todos nosotros. En cuanto a vivir en la verdad, no somos como ciegos, ni como hombres que viven en cuevas, ni como un hombre que corre como una gallina con la cabeza cortada, ¡ni mucho menos! Cómo debemos actuar, qué debemos decir, en quién estamos llamados a convertirnos, todas estas preguntas pueden ser respondidas con una palabra y es la Palabra de Dios, el Logos-JESÚS EL SEÑOR. Toda nuestra existencia debería ser un estudio constante de la Persona, la vida, las palabras y las acciones de Jesús. ¡Porque Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida!
3. LA PASIÓN, EL SUFRIMIENTO Y LA MUERTE DE JESÚS
En los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, en la tercera semana del mes de retiro, el tema de meditación o contemplación es sobre la Pasión, el sufrimiento y la muerte de Jesús. Se invita al ejercitante a entrar en la misma vida de Jesús, a entrar en el mismo Corazón de Jesús, y a pedir la gracia de sufrir con Jesús -¡una gracia nada fácil de pedir! Además, San Ignacio subraya esta extraordinaria verdad: Jesús sufrió toda su Pasión por amor a ti. De hecho, si fueras la única persona en todo el universo creado, Jesús habría pasado por todos los dolores y torturas más insoportables por amor a ti. Su sudor de Sangre mientras agonizaba en el Huerto, Su flagelación sangrienta, Su coronación con espinas punzantes, Su carga de la cruz y la caída bajo su pesado peso, Su crucifixión derramando más de Su Preciosa Sangre, Su agonía prolongada en la cruz esas tres largas horas, Su exhalación de Su espíritu en las manos del Padre Celestial, e incluso la perforación de Su Sagrado Corazón cuando ya estaba muerto, con Su preciosa Sangre y agua brotando. Todo este intenso e indescriptible sufrimiento, y mucho más, lo pasó por su infinito amor por ti y por tu salvación eterna. Detente a meditar en esta profunda verdad y dile al Señor Jesús lo agradecido que estás. Ruega a Jesús la gracia ahora mismo de amarle de verdad con todo tu corazón, mente, alma y fuerzas.
4. LA IGLESIA Y LOS SACRAMENTOS
Jesús prometió que no nos dejaría huérfanos, sino que nos enviaría el Consolador, el Paráclito, es decir, el Espíritu Santo. Más aún, Jesús nos dejó hasta el final de los tiempos, su Presencia constante y perpetua en su Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica. Sin embargo, de suprema importancia es la institución y la realidad del más grande de todos los Sacramentos y es la Santísima Eucaristía, con el santo sacerdocio para perpetuarla. Jesús nos ama tanto y nos sigue amando hasta el final de los tiempos y para siempre en el cielo. En la tierra, este amor está muy presente para todos los que creen en el Santo Sacrificio de la Misa, cuyo fruto sublime es la Eucaristía, que alcanza su cenit en la recepción de la Santa Comunión. Debemos recordar una y otra vez la sublime e inefable verdad de que la Santa Comunión es Jesús amándonos, Jesús abrazándonos. La Santa Comunión es real y sustancialmente Jesús en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. En efecto, Jesús nos ama tanto que quiere hacerse uno con nosotros, amar en nosotros, permanecer en nosotros, ser parte de nosotros. Jesús quiere que nuestro cuerpo se convierta en uno con Su Cuerpo. Jesús quiere que Su Preciosa Sangre circule y fluya por nuestras venas y entre en nuestro mismo corazón. Jesús quiere que Su mente sea nuestra mente; como dice San Pablo: «Poneos la mente de Cristo… tenéis la mente de Cristo». (1Cor 2:16) Jesús quiere que su propia alma entre en nuestra alma para santificarla y fortalecerla. Todo esto se hace verdaderamente realidad cada vez que recibimos la Santa Comunión dignamente, con fe, devoción y un corazón ardiente de amor. ¡Cuánto nos ama realmente Jesús en todo tiempo y lugar! Comprender el amor inmenso y personal de Jesús a través de su Cuerpo Místico la Iglesia, y especialmente a través del sublime Sacramento de la Eucaristía, nos motiva a renunciar al pecado cuando éste llama a la puerta de nuestro corazón. ¡No queremos herir a Jesús que tanto nos ama!
5. EL PRECIOSO REGALO DE JESÚS DESDE LA CRUZ
El amor que Jesús tiene por ti continúa y continuará siempre, incluso hasta la eternidad. Mientras colgaba de la cruz en una dolorosa agonía y abandono, Jesús dio al mundo entero, pero a ti individualmente, el gran regalo de su Madre para ser tu madre. Las palabras de Jesús fueron dirigidas a ti y a mí: «Mujer he aquí a tu hijo, hijo he aquí a tu Madre; desde aquel momento el discípulo amado acogió a María en su casa». (Jn 19, 26-27) Jesús te ama tanto que desde toda la eternidad quiso dejar para tu paz, tu alegría, tu consuelo y tu amor, el don de la Santísima Virgen María. Al dar a María a San Juan, Jesús también estaba dando a María para que fuera tu madre tierna, amorosa, mansa humilde, y compasiva. Puedes acudir a María como tu Madre en todo momento, lugar, circunstancias y contradicciones de la vida. María está siempre presente y dispuesta a escucharte, consolarte, reconfortarte y amarte con el corazón de la más amorosa de las madres.
En conclusión, cuando la tentación del pecado llama a la puerta de nuestro corazón, debemos recordar la Encarnación de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, su vida en la tierra, su Pasión y muerte que sufrió por nosotros, la Iglesia y especialmente la Eucaristía que nos dejó, y por último el don de María como nuestra Madre amorosa. Convencidos de estas verdades, podemos decir más fácilmente NO al pecado y SÍ al amor y a una profunda amistad con Jesús, el Amigo fiel que nunca nos fallará. Amén.