En la portada del libro In Sinu Jesu, figura Nuestro Señor y Salvador Jesús en la Última Cena. Con el pan en una mano y en la otra el signo de la bendición aparece también un Apóstol apoyado en su hombro: la persona de San Juan Evangelista. Sobre la mesa, delante de Jesús y de San Juan, hay un cáliz.
Esta escena artísticamente bíblica retrata en modo gráfico dos Sacramentos que fueron instituidos en el contexto de la Última Cena: el Sacramento de la Santísima Eucaristía, así como el Sacramento del Orden. Ambos están íntimamente entrelazados. Sin el Sacramento del Orden, la Sagrada Eucaristía no puede existir. El Cura de Ars expresó esta verdad más o menos con estas palabras: «Sin sacerdote, no hay Misa; sin Misa, no hay Consagración; sin Consagración, no hay Presencia Real de Jesús; sin Presencia Real de Jesús, no hay Santa Comunión, y nos convertimos en huérfanos espirituales».
La existencia y el propio carácter de la Iglesia depende del sacerdocio, no como algo secundario, ornamental o adorno, sino como algo imprescindible. Por ello, corresponde a todos, tanto a los laicos como a los que están conferidos las Órdenes Sagradas, la obligación de rezar por más sacerdotes, y no sólo por la cuantía, sino por sacerdotes santos, dotados del Sacramento de las Órdenes Sagradas, que se esfuercen sinceramente por alcanzar la santidad de vida.
Las personas dependen directamente de la gracia de Dios, pero la gracia de Dios emana y se derrama a través del vaso del Sacerdocio. Dios puede actuar incluso a través de un sacerdote pobre o mediocre. Ahora bien, la gracia de Dios suele manifestar su fuerza y su vigor más abundantemente a través del sacerdote que se esfuerza honestamente cada día por alcanzar la auténtica santidad de vida.
¿Cómo es posible que un lugar de abandono, saqueado y devastado por la Revolución Francesa, se haya transformado en una comunidad de personas fervientes y santas, siendo este lugar la pequeña ciudad de Ars? Hay una respuesta sencilla y directa: la santidad de aquel sacerdote que rogó al Señor que le enviara cualquier sufrimiento para salvar a su parroquia y a sus feligreses. Ese sacerdote era San Juan María Vianney, conocido comúnmente como el Cura de Ars.
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