II Domingo de Adviento
«Para cosas más grandes has nacido». (Ven. Madre Luisita)
DOMINGO 5 DE DICIEMBRE Lc. 3, 1-6 «Voz de uno que clama en el desierto: «Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas. Todo valle se llenará, y todo monte y colina se enderezará, y los caminos ásperos se allanarán, y todos veran la salvación de Dios'».
«¿Preparar el camino del Señor, enderezar sus sendas? ¿Cómo podemos prepararnos para recibir al Niño Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, en los brazos de su Madre María en Navidad?
Jesús nos dejó un camino, como católicos, para recibirlo con una conciencia clara y un corazón puro en Navidad y durante todo el año. El regalo del Sacramento de la Confesión.
Hoy, el P. Ed nos da la primera parte de una meditación de tres partes para ayudarnos a adornar nuestras almas para la venida de Jesús con una confesión muy bien preparada y ferviente.
DIEZ MANERAS EN LAS QUE LA CONFESIÓN NOS LIBERA por el P. Ed Broom, OMV
Tristeza, confusión, desorientación, oscuridad, ira y, a menudo, amargura: todas estas palabras describen al alma que vive en el estado de pecado mortal. De hecho, Jesús dice que el pecado es la esclavitud. (cf. Jn. 8:34)
Película: La Misión y una imagen del pecado
En la película La Misión, un personaje interpretado por Robert De Niro, como penitencia por haber asesinado a su hermano, recibe de un sacerdote jesuita la penitencia de llevar consigo una bola engorrosa de sus posesiones. Dondequiera que vaya este hombre que cometió el fratricidio, tiene que arrastrar con él en una cuerda este equipaje verdaderamente engorroso. Después de haber cumplido esta penitencia durante días, incluso escalando una montaña con ella, subiendo y bajando, el sacerdote acepta que ha hecho suficiente penitencia. El sacerdote se acerca al pecador y, con un afilado cuchillo, corta y secciona la cuerda y el equipaje, que cae en cascada hasta el fondo de la montaña: ¡la libertad!
Este trozo de la película La Misión muestra en una escena gráfica una poderosa imagen de lo que es el pecado en nuestras vidas, pero también los poderosos efectos en el alma del pecador que se arrepiente y se vuelve a Dios a través de una buena confesión sacramental. Uno de los efectos del pecado es una esclavitud que nos ata y que es como llevar un gran peso allá donde vayamos. El peso se vuelve cada vez más pesado, casi hasta el punto de ser insoportable. Pero entonces llega el momento transformador: una buena confesión sacramental.
Al hacer esta confesión bien preparada, honesta y sincera, los lazos se rompen, se separan y se experimenta la libertad: ¡la libertad de los hijos e hijas de Dios!
Misericordia y confesión
San Juan Pablo II, Santa Faustina Kowalska, así como el Doctor Angélico, Santo Tomás de Aquino, coinciden unánimemente en que la misericordia es el mayor atributo en el Corazón de Jesús el Salvador. La misericordia es el amor infinito de Dios que perdona al pecador.
Ha habido abundante catequesis sobre cómo prepararse para la confesión, folletos sobre los Diez Mandamientos, así como libros escritos sobre el Sacramento de la Confesión. Sin embargo, posiblemente no se ha hablado lo suficiente de los muchos efectos maravillosos que se producen en la persona que hace una buena confesión.
Este breve artículo se centrará en diez efectos maravillosos y edificantes que se producen en el alma de un buen penitente.
1. Curación
La gracia sacramental específica del Sacramento de la Confesión es la curación. Jesús es el Médico Divino. El pecado hiere el alma. Lo que el cáncer, la lepra y la enfermedad son para el cuerpo, el pecado lo es para el alma. Cada vez que hacemos una buena confesión, Jesús, el Médico Divino, con Su mano suave, tierna y amorosa toca nuestra alma, derrama Su Preciosa Sangre, y hay una curación. Durante su vida pública, Jesús curó a los ciegos, a los sordos, a los mudos, a los paralíticos, a los leprosos, e incluso resucitó a los muertos. Todavía ahora, a través de su Cuerpo Místico, la Iglesia, Jesús sigue curando a sus miembros enfermos a través de los sacerdotes en el confesionario. Es cierto que Jesús nos salva y nos cura. ¡Ahora mismo Jesús quiere curar tus heridas morales!
2. Libertad de la esclavitud
Como se mencionó anteriormente en la escena de la película La Misión, el pecado es una esclavitud interior. La confesión invierte la esclavitud y comunica la verdadera libertad: la libertad de los hijos e hijas de Dios. Para romper las ataduras de nuestros malos hábitos del pasado, nuestras poderosas adicciones, nuestros malos impulsos y acciones, necesitamos un poderoso remedio. Ese remedio es el contacto directo con la Sangre de Jesús, derramada en el Calvario aquel primer Viernes Santo, pero aplicada a toda alma que haga una buena confesión. Instintivamente aborrecemos la esclavitud física y todo lo que ésta conlleva. ¿No deberíamos tener un aborrecimiento y una repugnancia aún mayores por la esclavitud interior del pecado y buscar la libertad lo antes posible? Por qué no intentar la confesión?
3. De la confusión a la paz
Otro efecto negativo de vivir en pecado es la falta real de paz y vivir en un estado de confusión constante. San Agustín define la paz como «la tranquilidad del orden». El pecado es un desorden total: la torre de Babel interior. Una buena confesión resulta en poner en práctica las palabras de San Ignacio de Loyola como uno de los propósitos de los Ejercicios Espirituales, «Ordenar lo desordenado». Por tanto, si realmente quieres experimentar una profunda paz en el fondo de tu alma, ¿por qué no intentas hacer la mejor confesión de tu vida? Tu desorden dará paso al orden, ¡y la paz vendrá después!
4. Liberarse de una conciencia llena de culpa
¡Vivir con culpa es un verdadero infierno en la tierra! Las personas pueden volverse locas o ser llevadas al suicidio debido a una conciencia culpable. A Lady Macbeth se la veía constantemente lavándose las manos. Esto era un deseo inconsciente de liberarse de la culpa del derramamiento de sangre y del asesinato. No podía vivir con una conciencia culpable que resultaba ser un verdugo moral. Por eso Shakespeare afirmó con toda verdad: «La conciencia nos hace cobardes a todos». ¿Será que muchas personas recurren a la medicina, a tomar pastillas para tratar de aplacar y suprimir la culpa que llevan en su conciencia? ¿Por qué no probar la confesión y experimentar la pureza de una conciencia inocente? Con respecto a la confesión, no olvides nunca que es gratuita. Además, no tiene los efectos secundarios negativos que suelen producirse al tomar medicamentos.
5. Alegría: Alégrate en el Señor
Santo Tomás de Aquino afirma que todas las personas están llamadas a experimentar la felicidad o la alegría. Si miramos a nuestro alrededor -en el trabajo, en la escuela, en la carretera o en la autopista-, encontramos con demasiada frecuencia un entorno sin brillo, anodino y triste. ¿Por qué es así si todos estamos llamados a vivir en la alegría? La razón es la siguiente: muchos buscan la alegría en los lugares equivocados. Además, muchos confunden el placer con la alegría. El placer se puede comprar; la alegría es un fruto del Espíritu Santo. El pecado produce tristeza en el alma. Sólo Dios puede darnos la verdadera alegría. Por eso San Pablo nos recuerda: «Alegraos siempre en el Señor». Lo repito, alegraos en el Señor». (Fil. 4, 4) La Virgen, en su poderoso himno de alabanza, el Magnificat, se hace eco de los mismos sentimientos: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, y mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador». (Lc. 1, 46-47)
Los catequistas me han dicho a lo largo de los años que cuando un niño está esperando para hacer su primera confesión, experimenta miedo y ansiedad, pero después de confesarse, sale del confesionario irradiando alegría. ¿Quieres experimentar una alegría constante? ¡Por qué no hacer un hábito de ir a confesarse con frecuencia!
6. El Misterio Pascual: De la muerte a la vida
Si tenemos la desgracia de cometer un pecado mortal, perdemos la gracia de Dios y su Amistad. Sin embargo, nunca debemos ceder a la desesperación: ¡ese es el peor de los pecados! Como el Hijo Pródigo, debemos volver a la casa de nuestro Padre amoroso y lanzarnos a sus brazos amorosos, y Él nos perdonará. Santa Teresa de Lisieux afirmó con valentía que, aunque cometiera todos los peores pecados del mundo, correría y se lanzaría a los brazos del Padre con una confianza ilimitada. Los brazos del Padre son como un ascensor al cielo.
El gran San Agustín, que vivió una vida pecaminosa hasta los treinta años, afirmaba que una buena confesión es una experiencia de Lázaro. Si recuerdas, Lázaro murió y Jesús lo resucitó de entre los muertos, sacándolo de la tumba después de haber estado enterrado durante cuatro largos días. (Jn. 11:1-44) ¡Al hacer una buena confesión somos convocados a dejar la tumba de nuestros pecados y volver a una vida de gracia!
7. Medicina curativa y preventiva
La confesión es como una medicina que cura las heridas de nuestra alma (como se menciona en el primer número). Sin embargo, ¡la confesión también puede servir para prevenir futuras caídas! Recuerdo que una vez, cuando venía resfriado, un amigo me sugirió que tomara un par de pastillas de Airborne, y así lo hice. ¡Qué bendición! El resfriado que estaba a punto de afectarme durante probablemente diez días o dos semanas se detuvo en seco. Lo mismo puede decirse de la confesión frecuente. Si cometemos un pecado mortal, debemos correr al confesionario lo antes posible. Sin embargo, la confesión frecuente, incluso de los pecados veniales, puede servir de remedio para evitar que caigamos en la enfermedad espiritual que llamamos pecado. Todos sabemos por experiencia, ¡más vale prevenir una caída y una ruptura, que curar!
8. Un acto de humildad para aplastar tu orgullo
Como resultado del Pecado Original todos estamos infectados con el Pecado Capital de la Soberbia y a menudo estamos motivados por el orgullo y el amor propio. Hacer una buena confesión puede ayudarnos a crecer en la virtud opuesta que es esencial para la santidad y tan agradable a Dios: la humildad. En el Diario La Divina Misericordia en mi alma, Jesús reveló a Santa Faustina las tres cualidades esenciales de una buena confesión: la transparencia (total sinceridad y apertura), la humildad, y luego la obediencia al Confesor que representa a Cristo. Es importante que, cuando nos confesemos, no confesemos los pecados de nuestro marido (o mujer), de nuestro prójimo o de otros. Tampoco debemos racionalizar, justificar o pasar por alto nuestros pecados. ¡Más bien, la humildad significa que decimos las cosas exactamente como son!
9. Crecimiento en el autoconocimiento
Otra enorme bendición que fluye de una confesión bien preparada y confesada es el aumento del autoconocimiento. El filósofo griego Sócrates afirmó: «La vida no examinada no merece ser vivida». Un notable historiador intercala: «Quien no conoce la historia está condenado a repetir los mismos errores». La espiritualidad ignaciana insiste constantemente en la importancia del autoconocimiento, de conocerse a sí mismo y del movimiento de los espíritus en la propia vida.
San Ignacio afirmaba que nunca, jamás, se debe dejar de hacer la oración diaria del Examen, que está dirigida al autoconocimiento y a la conciencia de la presencia constante de Dios en nuestras vidas. Los Padres del desierto tenían un axioma breve pero sumamente importante: «Conócete a ti mismo». Por eso, las personas que examinan bien su conciencia, se confiesan bien y consultan con sinceridad al sacerdote-confesor, crecerán definitivamente en el conocimiento de sí mismas. Conociéndose bien a sí mismos -tanto sus virtudes como sus pecados- podrán evitar caer en muchos pecados futuros y evitar futuras tragedias.
10. Comuniones fervientes y eficaces
Otro efecto importantísimo de una buena confesión son unas Santas Comuniones más eficaces y fervientes. Estos dos Sacramentos que debemos recibir con frecuencia están íntimamente interconectados. Una simple analogía puede ser útil: trata de imaginar el cristal de la ventana de tu habitación. No lo has limpiado durante más de un año. En consecuencia, la ventana se ha manchado y ensuciado con el polvo, la suciedad y el smog, es decir, con el ambiente contaminado. Así que llega el día en que decides hacer la limpieza de la casa y en la lista está limpiar esa ventana delantera. Vas a la tienda a comprar Windex, un potente y eficaz spray para ventanas. Ahí estás, rociando generosamente la ventana, y luego con un periódico seco frotas y frotas. ¿Qué notas? La ventana está ahora despejada y la luz del sol entra por ella en su totalidad. Antes, la ventana era medio opaca; ahora es completamente transparente y la luz del sol puede penetrar e inundar la casa.
Lo mismo puede decirse de nuestra alma, que es como el cristal de una ventana. El pecado ensucia, y mancha nuestra alma. Con la confesión, nuestra alma sucia se limpia con la Sangre Preciosa del Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Nuestra alma se vuelve pura, limpia y transparente. Luego, cuando recibimos la Santa Comunión, Jesús, que es verdaderamente la Luz del mundo, como una bomba atómica, explota e irradia luz, y la luz de la Presencia de Jesús inunda toda la habitación de nuestra alma. Por eso Jesús dijo: «Yo soy la Luz del mundo» (Jn. 8,12); luego dijo: «Vosotros sois la luz del mundo». (Mt. 5:14) Así, el resultado final de la recepción frecuente y digna de estos dos sacramentos, la Confesión y la Santa Comunión, es la santidad. Somos capaces de obedecer y poner en práctica el mandato de Jesús: «Sed santos como vuestro Padre celestial es santo». (Mt. 5,48) ¡Y, con Jesús, nos convertimos en luz para los demás!
Conclusión
San Juan Pablo II hizo este comentario con respecto a la Virgen y al Sacramento de la Confesión. Dijo que los santuarios marianos -Lourdes, Fátima, Guadalupe, etc.- son clínicas espirituales. En otras palabras, vamos a los Santuarios Marianos para encontrarnos con Jesús, el Pan de Vida, en la Misa y la Sagrada Comunión, pero también nos encontramos con Jesús que es el Sanador de nuestro corazón, mente y alma en la Confesión.
Acudamos a la Virgen, a la que invocamos como «Madre de la Misericordia» y «Salud de los Enfermos», para que nos ayude a vivir al máximo recurriendo con frecuencia al Sacramento de la Confesión, verdadera expresión del Corazón amoroso y misericordioso de Jesús.