Memoria de San Francisco Javier, presbítero
«Para cosas más grandes has nacido». (Ven. Madre Luisita)
VIERNES, 3 de diciembre Mt 9,27-31 Verso de aleluya: «He aquí que nuestro Señor vendrá con poder; iluminará los ojos de sus siervos».
En el Evangelio de hoy, Jesús cura a dos ciegos según su fe en Él. Para los que tienen fe, Jesús cura nuestra ceguera. …del pecado que nos ciega, mediante el sacramento de la confesión….de la ignorancia de Cristo, a través de la Liturgia de la Palabra en la Misa, así como de nuestra Hora Santa diaria rezando con los Evangelios….de ceguera ante la presencia real de Jesús en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía y la Santa Cena, y en los sagrarios de todas las iglesias del mundo hasta el final de los tiempos. La fe es creer en lo que no podemos ver por la palabra de quien lo dice. Estas son las propias palabras de Jesús: Juan 6:25-59 «En verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él».
…y de la ceguera ante Jesús presente en nuestro prójimo: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis». (Mt 25,40)
JESÚS SALE A NUESTRO ENCUENTRO – ¿CÓMO? Por el P. Ed Broom, OMV
En una ocasión, San Juan Bautista, al ver a Jesús, fija sus ojos intensamente en Él y dice: «El Cordero de Dios que quita los pecados del mundo». Dos discípulos de Juan ven y oyen a San Juan señalando a Jesús y describiéndolo como «El Cordero de Dios que quita los pecados del mundo». Estos dos discípulos dejan al Bautista para seguir a Jesús. Pasan el resto del día en compañía de Jesús. Esta experiencia deja una impresión profunda e indeleble en sus vidas.
Uno de ellos se llama Juan. El otro, llamado Andrés, rebosa de alegría y entusiasmo y no puede contenerse, tiene que compartir este impresionante encuentro. Andrés se apresura a ir a ver a su hermano Simón proclamando que ha visto, conocido y pasado con el Señor Jesús. Cuando Simón se encuentra con Jesús, éste le dice: «Tú eres Pedro»… dándole un nuevo nombre. Así comienza la amistad entre Jesús y estos primeros Apóstoles, que crece durante el resto de sus vidas, y a la que se unen más Apóstoles.
Han pasado dos mil años desde estos encuentros entre Jesús y sus primeros Apóstoles. Estos encuentros con Jesús transformaron radicalmente sus vidas. Se convirtieron en seguidores, y todos los Apóstoles -a excepción de Judas, que traicionó a Jesús, y Juan, el discípulo amado- fueron llamados por el Maestro a derramar su sangre como mártires, dando un poderoso testimonio de su amor por Jesús, su Señor, Dios, Salvador y Mejor Amigo.
¿Es posible para nosotros ahora tener un encuentro con Jesús – encontrar a Jesús, escuchar a Jesús, hablar con Jesús, ser amigo de Jesús y enamorarse de Él como el centro de nuestras vidas? La respuesta es un rotundo ¡¡¡SÍ!!!
En el discurso de la Última Cena, Jesús consoló a los Apóstoles con estas palabras: «No os dejaré huérfanos. Enviaré a otro, el Paráclito, para que esté con vosotros». (Jn 14,16.18) Antes de subir al cielo, llamó a los discípulos por última vez. Una vez más, Jesús les habló con palabras consoladoras y tranquilizadoras: «Id y enseñad a todas las naciones y bautizadlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos». (Mt 28,19-20) Luego, ante sus ojos, Jesús ascendió al cielo, donde se sienta a la derecha de Dios Padre.
¿DÓNDE ESTÁ ENTONCES JESÚS? Jesús dijo que estaría siempre con ellos hasta el final de los tiempos, e inmediatamente después, ascendió al Cielo desapareciendo de su vista. ¿Dónde está Jesús? Está en el Cielo con el Padre y el Espíritu Santo en Su Cuerpo glorificado, sin dejar nunca Su morada eterna. Sin embargo, Jesús está de hecho con nosotros ahora de una manera diferente, pero aún muy real.
EL CUERPO MÍSTICO DE CRISTO: LA IGLESIA CATÓLICA. Jesús dijo: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis Palabras no pasarán jamás». (Mt 24,35) Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida. Él sí está presente en su Iglesia, la Iglesi,a católica, y lo estará hasta el final de los tiempos. La Iglesia es su Cuerpo y nosotros somos sus miembros. De hecho, Jesús es la Cabeza del Cuerpo, reinando desde el Cielo, y todos nosotros somos partes individuales o miembros de Su Cuerpo aquí en la tierra.
LA IGLESIA: REVIVE CADA AÑO LA VIDA DE JESÚS Cada año la Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo, revive la vida de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo. ¿Cómo se realiza esto? Precisamente de esta manera, a través del Ciclo Litúrgico de la Iglesia.
Tenemos un encuentro real y poderoso con Jesús cada vez que asistimos y participamos en el Santo Sacrificio de la Misa de forma plena, activa y consciente. El Señor Jesús protagoniza este poderoso encuentro especialmente de dos maneras: a través de la Palabra y del Sacramento.
LA PALABRA. En cada Misa dominical, tenemos el privilegio de escuchar tres Lecturas de la Biblia, la Palabra de Dios: una Lectura del Antiguo Testamento, una Epístola/Carta a menudo de San Pablo y, lo más importante, el Evangelio, el corazón mismo de la Biblia. Además, rezamos o cantamos el Salmo Responsorial después de la primera lectura. Con los oídos y el corazón abiertos, Dios nos habla de verdad. Con el joven Samuel en el Templo, debemos suplicar humildemente al Señor con estas palabras «Habla, Señor, que tu siervo te escucha». (1Sam 3,10) Como Jesús habló a Juan, Andrés y Pedro, así desea hablarnos a nosotros y debemos afinar el oído y escuchar con atención.
SACRAMENTO. A diferencia de nuestros hermanos protestantes, nuestro alimento espiritual es doble: la Palabra de Dios, seguida de la recepción del Sacramento de la Eucaristía. Los documentos del Vaticano II expresan este concepto en términos de la MESA. Nos alimentamos en la primera Mesa con la Palabra de Dios; luego, en la segunda Mesa, con el Pan de Vida, que llamamos Eucaristía, o Santa Comunión.
Si se quiere, nuestras mentes son inundadas e inundan de luz a través de la Palabra de Dios. Entonces nuestras almas son inundadas, penetradas e impregnadas de Jesús, el Pan de Vida, cada vez que nos acercamos al Banquete Eucarístico en estado de gracia. Las gracias que recibimos de este banquete son proporcionales a nuestra humildad, pureza de corazón, confianza y, lo más importante según Santo Tomás de Aquino, a nuestra ardiente hambre y sed de Él.
TRES CICLOS LITÚRGICOS: EL ENCUENTRO DE LA MISA DOMINICAL CON JESÚS A veces oímos a los críticos de la Misa gritar que es siempre lo mismo, expresando aburrimiento y una monotonía frustrante. En realidad, ¡nada más lejos de la realidad! En efecto, la variedad es la sal de la vida. Cada nuevo año eclesiástico, que comienza con el primer domingo de Adviento, las lecturas de la misa dominical cambian. De hecho, hay tres Ciclos Litúrgicos distintos, que manifiestan una gran variedad de diferencias.
AÑOS A, B, C. Los tres diferentes Años Litúrgicos se clasifican con tres letras distintas: Año A, Año B y Año C. ¡Estas diferencias duran un año completo! ¡Es fácil de entender! En el Año A, cada domingo del Tiempo Ordinario, se proclama el Evangelio de San Mateo. Luego, en el Año B, la Iglesia lee y proclama el Evangelio más corto: San Marcos. Finalmente, en el Año C, la Iglesia culmina con el Evangelio de San Lucas.
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EVANGELIOS SINÓPTICOS. Estos tres Evangelios que se leen el Año A, B y C se denominan Evangelios Sinópticos. Por sinóptico se entiende una cierta similitud en los Evangelios. Sin embargo, cada Evangelio manifiesta una dimensión o perspectiva diferente de la vida de Jesús, el centro y el corazón de todos los Evangelios.
Como conclusión, Pedro, Andrés y San Juan Evangelista tuvieron poderosos encuentros con Jesús, el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, hace más de 2000 años. Sin embargo, nosotros podemos encontrar al mismo Señor Jesús en su Cuerpo Místico, la Iglesia, cada día en el Santo Sacrificio de la Misa.
Esto se logra de la manera más eficaz escuchando atentamente la Palabra de Dios que puede inundar nuestras mentes con la Luz de la Verdad. Pero aún más abriendo nuestro corazón y nuestra alma para recibir a Jesús, el Pan de Vida. Busquemos a Jesús, nuestro Mejor Amigo, ¡Él nos espera ansiosamente!