Fiesta de la Dedicación de la Basílica de Letrán
«Para cosas más grandes has nacido». (Ven. Madre Luisita)
MARTES, 9 de noviembre Jn. 2,13-22 «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? …el templo de Dios, que sois vosotros, es santo».
¿Creemos en las palabras de Jesús? «Vosotros sois el templo de Dios». «El Espíritu de Dios habita en ustedes». El templo de Dios, que tú eres, es santo».
Creamos en las palabras de Jesús y sigamos el modelo que nos dejó en su Vida registrada en la Sagrada Escritura: Oración, Servicio/Caridad, Sacrificio y Sufrimiento.
Oración: 1) Nuestra Hora Santa diaria, la Confesión frecuente (cada dos o tres semanas), la Misa diaria y la Sagrada Comunión tan a menudo como sea posible, un Rosario diario.
Servicio/Caridad: 2) Vivir nuestro día en servicio a todos los que encontramos en nuestra jornada según su necesidad y nuestro estado de vida, es decir, ¡capacidad de ayudar!
Sacrificio o sufrimiento: 3) El ayuno voluntario, así como los sufrimientos que Dios permite que nos lleguen en el transcurso de nuestra jornada, y de nuestra vida.
Hoy nos centraremos en la Caridad, especialmente en el ámbito de la salvación. ¡¡¡Meditación oportuna en este mes de las Almas!!!
CONVIÉRTETE EN UN PUENTE SÓLIDO HACIA EL CIELO por el P. Ed Broom, OMV
¡Ayuda a las almas a alcanzar una muerte santa y feliz! En el proceso, salvaremos nuestra propia alma.
Santo Tomás de Aquino nos ofrece esta sucinta definición de la caridad (que por cierto significa amor sobrenatural); la caridad es querer el bien del otro. ¿Cuál sería entonces el mayor bien absoluto para el otro?
A los ojos de Dios, con respecto a la persona humana, el mayor bien que ésta puede alcanzar es la salvación de su alma inmortal. Jesús expresó esta verdad con brillante claridad en estas inequívocas palabras «¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? ¿O qué dará el hombre a cambio de su alma? (Mt 16,26)
Sólo hay dos caminos, dos senderos, dos destinos eternos, ¡y nada más! Jesús dice que el camino que lleva a la perdición es ancho y hay muchos que lo eligen. Jesús continúa diciendo que el camino que lleva a la vida eterna es estrecho y son pocos los que lo eligen, pues es el Camino de la Cruz. Es el Viernes Santo que conduce a la gloria de la Resurrección. En una palabra, o elegimos el camino estrecho de la cruz y seguimos a Jesús sin reservas y así alcanzamos el cielo; o elegimos el camino ancho de la facilidad, la comodidad, el lujo, el placer y el pecado, y perdemos nuestra alma en las llamas eternas del infierno, y esto es para siempre.
La gran masa de la humanidad vive para el mundo, para su glamour, su placer, su poder y su fama. Sus ojos se fijan sólo en lo que este mundo ofrece. Muy pocos, en efecto, tienen los ojos elevados a la realidad del Cielo, o se preocupan mucho por su destino eterno. La mayor tragedia del mundo es desperdiciar la salvación eterna. Qué ciertas son las palabras de Jesús: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero y perder su alma?» (Mc 8,36)
Siendo este el estado actual de las cosas, meditemos en oración sobre las Verdades Eternas,
sobre la realidad de la muerte, el juicio, el cielo, el infierno y también, de importancia capital, la eternidad, es decir, por los siglos de los siglos. Pero esforcémonos por hacer todo lo posible para convertirnos en un sólido puente por el que muchos puedan cruzar de esta vida al Cielo para estar con el Señor Jesús y su Madre, y los ángeles y los santos por toda la eternidad. De hecho, ¿cuáles son los pasos prácticos que podemos dar para ayudar a los que están en la carretera del infierno y llegar al cielo?
1. ORACIÓN.
San Alfonso María Ligorio afirmó a bocajarro la necesidad indispensable de la oración para nuestra salvación eterna con estas palabras que se citan en el Catecismo de la Iglesia Católica «El que reza mucho se salvará; el que no reza se condenará». Un poderoso ejemplo bíblico que ilustra esta verdad son los dos hombres que estaban colgados en las cruces entre Jesús en la cruz del Calvario aquel primer Viernes Santo: los dos ladrones. Uno se perdió; el otro se salvó. El buen ladrón se salvó precisamente porque rezó al final de su vida. Rezar es hablar con Jesús. El buen ladrón habló con Jesús y le pidió misericordia. Jesús respondió inmediatamente con estas palabras consoladoras y reconfortantes: «Amén, amén te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso». (Lc 23: 43) Sus pocas pero fervientes oraciones salvaron al buen ladrón, y como bromeó el Ven. Arzobispo Fulton Sheen «Y murió como un ladrón, porque robó el cielo».
2. MEDITAR SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA
A los muchos que se han desviado hacia la tierra de nadie -The Waste land de T.S. Eliot-, es decir, hacia la incredulidad, la duda y el escepticismo, recuérdales lo corta e incierta que es la vida. El salmista nos recuerda esta verdad: «Nuestra vida es como la flor del campo que levanta la cabeza por la mañana, pero se seca y muere al ponerse el sol». (Sal 103,15-16) San Agustín comenta el carácter efímero y transitorio de la vida humana con estas penetrantes palabras «Nuestra vida en comparación con la eternidad es un mero parpadeo». Santiago añade: «Nuestra vida es como una bocanada de humo que aparece y luego desaparece». (Sant 4,14)
3. INCERTIDUMBRE DE LA VIDA.
No sólo la vida humana es un parpadeo, una bocanada de humo en comparación con la eternidad, sino que además, toda la vida humana es precaria, incierta y sujeta a cambios, y eso significa la muerte. Casi a diario estamos expuestos a muertes intempestivas: a nivel internacional, nacional, local, e incluso a nivel personal o familiar. Ninguno de nosotros puede excusarse de sentirse sorprendido o incluso conmocionado por alguna persona que haya caído en la flor de la vida en algún trágico accidente. En estos tiempos, COVID también nos ha hecho muy conscientes de la fragilidad de la vida. No es por ser apocalípticos, pero podríamos ser tú o yo en cualquier semana, día, hora o minuto. Jesús nos advierte de la naturaleza incierta y precaria de la situación humana en la contundente, concisa y catastrófica parábola del rico insensato. Este hombre creía que lo tenía todo hecho a la sombra para una larga vida de facilidad, comodidad y placer. Jesús puso fin a sus sueños utópicos proclamando que moriría esa misma noche. ¿Y a dónde irán a parar entonces todas sus posesiones?
4. TRAER A LAS OVEJAS DESCARRIADAS, A LOS HIJOS PRÓDIGOS A LA CONFESIÓN.
Dada la brevedad e incertidumbre de la vida, más allá de toda duda, uno de los mayores actos de caridad que puedes realizar es convencer a una oveja descarriada, o a un Hijo o Hija Pródigo (Lc 15, 11-32), de que vuelva a Dios mediante una buena Confesión Sacramental. Dale a esa persona descarriada, cuya alma tiene un valor infinito, un folleto de examen de conciencia. Díle dónde y cuándo son las confesiones. Acompáñele a la Iglesia y al confesionario. Díles qué deben hacer cuando se confiesen. Entonces, ve tú primero a confesarte y sal con una sonrisa radiante, para animarles. Santiago promete que si hacemos volver a un alma errante, salvamos nuestra alma y expiamos una multitud de pecados. (Santiago 5:20)
5. RECEPCIÓN DE LOS ÚLTIMOS SACRAMENTOS ANTES DE QUE EL SEÑOR NOS LLAME
Una de las mayores gracias que podemos recibir sería recibir los Últimos Sacramentos antes de pasar de esta vida a la otra. Existe un Rito continuo que el sacerdote administra a los moribundos. El orden adecuado es el siguiente: Confesión, Unción de Enfermos, luego la Eucaristía, y si fuera su última Comunión, se llama Viático -que significa alimento para los caminantes en su camino hacia el Señor-. Este sería el orden ideal si el enfermo tiene la fuerza física, así como la lucidez mental. La confesión perdona los pecados; la Unción de los Enfermos une a la persona que sufre a la Pasión del Señor en la cruz y da esperanza; la Eucaristía, el Pan de Vida, alimenta y da fuerza para la última batalla contra los enemigos del alma.
6. EL PERDÓN APOSTÓLICO.
Muy pocos son conscientes de los muchos tesoros que la Iglesia ofrece a quienes están dispuestos a recibirlos. El Perdón Apostólico se extrae de los tesoros de la Iglesia que brotan de la Pasión, muerte y Resurrección de Jesús (El Misterio Pascual) y es administrado por el sacerdote, normalmente después de los tres últimos Sacramentos de los que hemos hablado anteriormente. Las palabras que dice el sacerdote son las siguientes: «Por los santos misterios de nuestra redención, que Dios todopoderoso te libere de todos los castigos en esta vida y en la vida futura. Que os abra las puertas del paraíso y os acoja en la alegría eterna». O «Por la autoridad que me ha dado la Sede Apostólica, te concedo el pleno perdón y la remisión de todos tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». Con estas palabras, pronunciadas por el sacerdote sobre el moribundo, se le concede la plena remisión de toda la pena debida por sus pecados. En concreto, al recibir el Perdón Apostólico, el moribundo puede tener acceso pleno y total al Cielo tras su muerte. ¡Qué regalo tan increíble y qué pocos católicos son conscientes de este don!
7. INDULGENCIAS PLENARIAS.
Algo relacionado con el Perdón Apostólico es el de la recepción de lo que se llama la Indulgencia Plenaria. Si se cumplen las condiciones, la persona que recibe la Indulgencia Plenaria tiene todos sus pecados perdonados, así como la pena temporal debida por esos pecados. Si muriera después de haber recibido correctamente la Indulgencia Plenaria, también podría ir al cielo inmediatamente después de su muerte. Dicho esto, las siguientes son las condiciones requeridas para recibir la Indulgencia Plenaria:
LA CONFESIÓN SACRAMENTAL. En primer lugar, la Confesión Sacramental hecha con el sacerdote debe ser cumplida. Bien preparada, expresada y con verdadero y firme propósito de enmienda, dentro de las 2 semanas anteriores o posteriores a un acto indulgente (ver nº 3 más abajo).
COMUNIÓN SACRAMENTAL. A continuación, participación en la Santa Misa con una ferviente recepción de la Sagrada Comunión -el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo-.
ACCIÓN REQUERIDA PARA LA INDULGENCIA PLENARIA. Hay varias acciones posibles, pero ofreceremos tres para elegir: 1) El Rosario en Familia o rezar el Rosario delante del Santísimo Sacramento; o 2) Hacer el Vía Crucis; o 3) Meditar la Biblia, la Palabra de Dios, durante al menos 30 minutos.
REZAR POR LAS INTENCIONES DEL PONTÍFICE A continuación, rezar por las intenciones del Santo Padre, el Papa, un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria.
FIRME PROPÓSITO DE DEJAR EL PECADO. Por último, pero no menos importante, para recibir la Indulgencia Plenaria, la persona debe estar en estado de gracia y hacer el propósito más firme de renunciar a todo pecado -tanto mortal como venial- así como a las ocasiones cercanas de pecado. Dicho esto, si a pesar de nuestros esfuerzos, caemos en pecado venial debido a la debilidad humana, esto no niega la Indulgencia Plenaria.
Si se cumplen estas cinco condiciones, podemos obtener la Indulgencia Plenaria, lo que significa que nuestra alma queda limpia de todos los pecados, así como de toda la pena por ellos. Si el Señor nos llamara de esta vida a la vida eterna en este mismo momento, ¡podríamos tener acceso inmediato al Cielo! Cuántos regalos gratuitos ofrece Jesús a través de su Iglesia, pero ¡¡¡qué poca gente los aprovecha!!!
Una consideración más, podemos aplicar la Indulgencia Plenaria a nosotros mismos, pero no a ninguna otra persona viva. ¡Sin embargo, podemos aplicar nuestra Indulgencia Plenaria a un alma que sufre en el purgatorio para su liberación inmediata! Ganando una Indulgencia Plenaria diariamente, cuántas almas podríamos liberar del purgatorio al cielo en nuestro tiempo de vida -almas que intercederían con gratitud por nosotros aquí en la tierra. A esto lo llamamos la Comunión de los Santos. La Iglesia Triunfante, los santos del cielo; la Iglesia Doliente, las almas del purgatorio; y la Iglesia Militante, los que luchamos por el buen combate aquí en la tierra.
8. ACTO PERFECTO DE CONTRICIÓN.
Otra práctica muy importante que debe ser predicada y enseñada a lo largo y ancho del mundo es la de esforzarse por hacer un Acto Perfecto de Contrición tan pronto como seamos conscientes de haber caído en pecado mortal. Esta práctica debe practicarse especialmente antes de retirarse cada noche. Porque si morimos en estado de pecado mortal, vamos al infierno.
La confesión sacramental no siempre es posible debido a la escasez y falta de sacerdotes. Sin embargo, podemos hacer un Acto Perfecto de Contrición en cualquier momento y lugar, si nos mueve la gracia de Dios. Por «Acto de Contrición Perfecto» se entiende que nuestro dolor por el pecado mortal no es simplemente Miedo al Señor y miedo al castigo eterno -esto es Desgaste o Contrición Imperfecta-. Para que sea Contrición Perfecta, el dolor debe surgir de lo más profundo de nuestro corazón con el firme propósito de evitar pecar en el futuro debido al verdadero amor a Dios. En otras palabras, no queremos pecar ni siquiera en lo más mínimo porque Dios nos ama mucho y queremos devolverle su amor con todo el amor de nuestro propio corazón. Si se dice un Acto de Contrición Perfecto, podemos ser restaurados al estado de gracia incluso antes de la Confesión Sacramental. Sin embargo, en la ocasión más rápida y temprana aún debemos recurrir a la Confesión Sacramental.
9. LA CORONILLA DE LA DIVINA MISERICORDIA PARA LOS MORIBUNDOS
Cuando una persona se está muriendo, las tentaciones, especialmente la de ceder a la desesperación, pueden ser muy intensas. Un medio poderosísimo y eficaz para salvar a un alma así es rezar la Coronilla de la Divina Misericordia que Jesús enseñó a Santa Faustina y le recomendó vivamente. Jesús dijo estas palabras a Santa Faustina: «Hija mía, anima a las almas a rezar la Coronilla que te he dado. Me complace concederles todo lo que me piden al rezar la coronilla. Escribe que cuando recen esta coronilla en presencia de los moribundos, me presentaré ante mi Padre y ante el moribundo, no como el Juez justo, sino como el Salvador misericordioso. (Diario # 1541) Antes, el Señor le dijo a Santa Faustina, según consta en el Diario: «En la hora de su muerte, defiendo como mi propia gloria a toda alma que lo diga por un moribundo, la indulgencia es la misma». (Diario nº 811). Aunque no estemos físicamente presentes ante el moribundo, mientras se rece la Coronilla, el moribundo seguirá recibiendo la gracia extraordinaria de la salvación, a través de las Llagas de nuestro Salvador misericordioso. Por lo tanto, hagamos todo lo posible para rezar la Coronilla de la Divina Misericordia por los moribundos y para promover este mensaje poco conocido y esta maravillosa Promesa.
10. NUESTRA SEÑORA: EL ROSARIO Y LA SALVACIÓN ETERNA
Otra poderosa arma que tenemos a nuestra disposición para ayudarnos a alcanzar la gracia de todas las gracias, y morir en estado de gracia, es rezar diariamente el Santísimo Rosario. San Padre Pío hablaba así del Rosario: «¡Dame mi arma!». En efecto, si usted y su familia han adquirido el hábito de rezar diariamente el Santísimo Rosario, entonces se están preparando para la muerte al menos cincuenta veces cada día. ¿Cómo? Cada vez que dices las palabras al final del Ave María, rezas: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén». Con estas palabras, estamos invitando a María a estar con nosotros en el mismo momento de nuestra muerte, ayudándonos a implorar el perdón y la infinita misericordia de Dios a través de su poderosísima intercesión.
En conclusión, San Alfonso de Ligorio nos enseña que «la gracia de todas las gracias es morir en estado de gracia». Si se hace, nuestra alma se salva para toda la eternidad. Por ello, te animamos encarecidamente a que leas este artículo, intentes comprenderlo e incluso memorizar su contenido. Luego compártalo con sus seres queridos, así como con muchos que se han alejado de la fe. Pero lo más importante: esfuércese por vivir este mensaje. Si lo hacéis, el cielo será vuestro para toda la eternidad. Que la Virgen rece por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte. Amen!