Memoria de San Josafat, obispo y mártir
«Para cosas más grandes has nacido». (Ven. Madre Luisita)
VIERNES, 12 de noviembre Lc. 17, 26-37 «Quien busque conservar su vida la perderá, pero quien la pierda la salvará».
Noviembre es el mes dedicado a rezar por Todas las Almas y un oportuno recordatorio de nuestra propia muerte pendiente. «No preguntes por quién doblan las campanas, doblan por ti». (John Donne)
ESTÉ LISTO Y PREPARADO PARA ENCONTRARSE CON EL SEÑOR JESÚS por el P. Ed Broom, OMV
Accidentes de avión, accidentes de coche, barcos que se hunden, plantas petrolíferas que explotan, incendios forestales kilométricos… muchas de estas catástrofes repentinas e imprevisibles terminan a menudo con la pérdida de vidas humanas. Qué fácil nos resulta mirar estas catástrofes desde la distancia y no tener en cuenta que un día, una hora, un minuto, un segundo será el último de nuestra corta vida en la tierra.
Aunque no sea el más popular de los temas, es muy ventajoso y propicio para nuestro bienestar espiritual leer, meditar y reflexionar sobre la realidad de nuestra propia mortalidad, y el carácter precario e incierto de nuestra corta estancia o peregrinación en la tierra.
NOVIEMBRE: MES PARA REFLEXIONAR SOBRE LAS ÚLTIMAS COSAS. La escatología es la rama de la teología que se centra en lo que se llama Las Últimas Cosas: la muerte, el juicio, el cielo, el infierno y, para los católicos, la realidad del purgatorio. Además de estas últimas cosas, debemos añadir una docena de cosas a la ecuación: la realidad de la eternidad. Una de las razones de la meditación sobre estos temas serios es precisamente porque el Año Litúrgico de la Iglesia está llegando a su fin normal: la celebración de Cristo Rey y luego el nuevo año de la Iglesia comienza con el Tiempo de Adviento.
UNA REFLEXIÓN SERENA SOBRE LA REALIDAD DE LA MUERTE. Por ello, invitamos a todos a entrar en una breve reflexión sobre la realidad de la muerte, de cómo aceptar su inevitable realidad y dar pasos concretos para estar preparados. La gran santa doctora de la Iglesia, Santa Catalina de Siena afirma: «Los dos momentos más importantes de nuestra vida son el ahora y la hora de nuestra muerte». ¿Te suena? Esta en la última parte del Ave María!
1. SANTOS Y SANOS RECORDATORIOS DE LA MUERTE. En general, el mundo americano y moderno se esfuerza por hacer todo lo posible para evitar y eludir la realidad de la muerte, a pesar de que, como se ha mencionado anteriormente, nos bombardean constantemente con noticias flagrantes de muertes, ya sea desde una perspectiva individual o colectiva. ¿Cuáles son entonces los santos y sanos recordatorios de la muerte? Hay muchos y que nos lleven suavemente a prepararnos para el eventual e inevitable momento clave de nuestra vida: ¡el momento de nuestra muerte!
a) EL CRUCIFIJO. Señala la muerte de Jesús en la cruz por amor a nosotros y por la salvación eterna de nuestras almas inmortales. Contemplar a Jesús colgado en la cruz -por amor a ti y a mí- puede suscitar en nuestras almas y en nuestras vidas prácticas el deseo de convertirnos del mal y del pecado, y de amar lo que Jesús realmente ama: su Padre Eterno y la salvación de las almas.
b) EL CEMENTERIO. Al pasar por cualquier cementerio, ya sea católico o no católico, siempre deberíamos rezar al menos una breve oración por el eterno descanso de aquellos cuyos huesos yacen en ese lugar de enterramiento. Quién sabe cuántas almas verán aliviados sus sufrimientos, o incluso serán liberadas del Purgatorio como resultado de estas breves, fervientes y frecuentes oraciones ofrecidas por ellas.
c) MISA DE FUNERALES. Para los sacerdotes que trabajan en Parroquias muy ocupadas, las Misas Fúnebres son frecuentes. Sin embargo, debemos hacer la conexión entre la persona que yace en el féretro y nosotros mismos, en el sentido de que un día seremos nosotros los que yacen en el féretro en nuestra propia misa de funeral. Ninguna de estas ideas pretende asustarnos, sino despertarnos a la realidad de nuestra propia mortalidad, es decir, ¡un día todos deberemos afrontar la realidad de la muerte!
d) El día de todos Los Fieles difuntos. Cada año en el calendario de la Iglesia católica hay una celebración litúrgica del Día de Todos los Fieles Difuntos. En realidad, el sacerdote puede celebrar tres misas en ese día: 1) Por las intenciones del Papa; 2) Por el bien de todas las almas; 3) Por las intenciones privadas del sacerdote. Rara vez se le permite a un sacerdote celebrar tres misas. Esto resalta la necesidad e importancia de rezar por las almas del Purgatorio, y por supuesto la mayor oración que se puede ofrecer es el Santo Sacrificio de la Misa. Aunque no es un Día de Obligación, como en el caso del Día de Todos los Santos el día anterior, es muy recomendable asistir a la Misa en el Día de Todos los Fieles Difuntos y recibir la Sagrada Comunión si su alma está en la disposición adecuada.
e) TRAGEDIAS LOCALES E INTERNACIONALES. Aunque sea muy doloroso, cuando hay tragedias a nivel local, nacional o incluso internacional en las que se producen múltiples muertes, estos momentos deben ser para nosotros un santo recordatorio de la sobria verdad de nuestra propia mortalidad.
Ahora pasemos a formas concretas de estar bien preparados para nuestra propia muerte, de modo que podamos encontrar a Jesús, no tanto como nuestro estricto Juez, sino como nuestro misericordioso y amoroso Redentor y Salvador.
2. VIVIR CADA DÍA COMO SI FUERA EL ÚLTIMO. Los santos son unánimes en esta filosofía de vida, es decir, trata de vivir cada día de tu vida como si fuera el último. No quiero ser apocalíptico ni macabro, pero en realidad podría serlo. No queremos ser como las vírgenes necias de la parábola de Jesús, que no tenían aceite en sus lámparas, de modo que, cuando llegó el novio, se quedaron encerradas fuera del banquete de bodas. (Mt 25,1-13) La falta de aceite en los frascos simboliza a los que carecen de la gracia santificante en sus almas. San Alberto Hurtado, S.J., el dinámico sacerdote jesuita chileno afirmaba: «Hay dos lugares para descansar: el cementerio y el cielo».
3. ¡¡¡MORIR DIARIAMENTE!!! Nuestra constante lucha diaria es la que se libra contra la realidad del pecado en nuestros cuerpos mortales. San Pablo nos recuerda que debemos dar muerte a las apetencias de la carne y dar rienda suelta al espíritu. En efecto, ¡se trata de un morir diariamente a sí mismo en nuestros cuerpos mortales para vivir plenamente en Cristo!
4. SACRAMENTO DE LA CONFESIÓN Y DE LA MUERTE. Otro modo muy eficaz de morir a uno mismo es el sacramental, recurriendo con frecuencia al sacramento de la confesión. Confesamos nuestros pecados al sacerdote que representa a Cristo, recibimos la absolución y, de este modo, morimos al pecado y resucitamos a una vida nueva y a un nuevo nivel de santidad. En efecto, toda buena confesión es una revivencia del Misterio Pascual de Jesús: ¡¡¡Su pasión, muerte y resurrección!!!
5. MEDITAR A MENUDO SOBRE LAS ÚLTIMAS COSAS. Si tenemos constantemente ante nuestros ojos la realidad de nuestra muerte, el Juicio que sigue inmediatamente después de nuestra muerte, y la realidad del Cielo y del Infierno, esto sirve como un poderoso trampolín para convertirnos. Como nos recuerda el proverbio bíblico «Vanidad de vanidades… todo es vanidad» (Ecles 1:2)… ¡Tal vez se relaciona con Dios y con nuestro último fin!
6. SANTAS COMUNIONES FERVOROSAS. De todos los medios o armas espirituales para prepararnos a una muerte santa y feliz, la Santa Misa y la Santa Comunión ocupan el primer lugar de la lista. Jesús nos ofrece esta consoladora promesa: «Yo soy el Pan de Vida. Quien coma mi Carne y beba mi Sangre tendrá vida eterna y yo lo resucitaré en el último día». (El discurso del Pan de Vida-Jn. 6:48, 54)
7. UNE TUS SUFRIMIENTOS A LA CRUZ Y AL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA. A medida que envejecemos, nuestra salud se vuelve más frágil y Dios nos visita con diversas formas de sufrimiento -físico, mental, emocional, social, moral, espiritual, familiar, etc.- ¡la lista continúa! La clave para abrir la caja del tesoro de las gracias de Dios es reconocer nuestros sufrimientos y unirlos con los sufrimientos de Jesús en la cruz, más específicamente en el Santo Sacrificio de la Misa. Al unir nuestros sufrimientos y cruces a la Pasión de Jesús, nuestros sufrimientos tienen un valor infinito.
8. PEDIR LA GRACIA. Jesús nos invita con estas palabras: «Pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá la puerta. El que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre la puerta». (Mt 7,7-9) San Alfonso de Ligorio, que de hecho escribió una obra maestra de la literatura sobre este tema, Preparación para la Santa Muerte, afirma con rotundidad sobre este punto: «La gracia de todas las gracias es morir en estado de gracia». Debemos pedir con fervor y frecuencia esta gracia de todas las gracias: ¡morir en los brazos de Jesús, María y San José!
9. PEDIR LA POSIBILIDAD DE RECIBIR LOS ÚLTIMOS SACRAMENTOS. En efecto, sólo Dios sabe el día, la hora, el minuto y el segundo en que nuestra vida terminará y viajaremos del tiempo a la eternidad. Podemos suplicar humildemente al Señor, si es su voluntad, que nos conceda la gracia extraordinaria de poder recibir los últimos sacramentos antes de morir. Existe lo que se llama un Rito continuo para los que se acercan a la muerte: La confesión, la unción de los enfermos, que culmina con el viático, es decir, la última comunión o la Santa Cena para los que viajan de esta vida a la vida eterna.
10. EL SANTÍSIMO ROSARIO Y NUESTRA SANTÍSIMA MADRE. Por supuesto, concluimos nuestra reflexión sobre las últimas cosas, más específicamente el tema de la muerte, con la Santísima Virgen María, el Ave María y el Santo Rosario. En efecto, cada vez que rezas el Avemaría estás preparando tu alma para el momento más importante de la muerte, pero con la presencia y la asistencia de María, la Madre de Dios, la Madre de la Iglesia y tu Madre amorosa. En la segunda parte del Ave María rezamos «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén». Por tanto, si rezamos el Rosario a diario, en realidad nos estamos preparando para morir con María a nuestro lado cincuenta veces. ¡Qué consuelo: saber, al final de nuestra vida, que hemos sido fieles al rezo del Santo Rosario y que María estará presente en nuestro lecho de muerte, ayudándonos a tener una muerte santa y feliz y a ser recibidos misericordiosamente por Jesús en nuestra Casa eterna! Oh María, Madre de la misericordia, ruega por nosotros. Para que vivamos santamente y experimentemos la gracia de todas las gracias: la gracia de una muerte santa y feliz. Amén.