Memoria de Santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia
«Para cosas más grandes has nacido». (Ven. Madre Luisita)
Viernes, 15 de octubre Lc. 12, 1-7 «Os digo, amigos míos, que no tengáis miedo de los que matan el cuerpo, pero después no pueden hacer nada más. Yo os mostraré a quién hay que temer. Temed al que después de matar tiene el poder de arrojar a la Gehena; sí, os digo, temed a ese».
Jesús nos advierte que no debemos temer la muerte de nuestro cuerpo, sino la muerte de nuestra alma.
Por eso, conociendo la debilidad de nuestra naturaleza caída, Cristo nos dio el sacramento de la confesión, para devolver a nuestra alma muerta en pecado mortal una nueva vida en gracia.
Por eso, en la Misa tenemos el Servicio Penitencial, para reconocer y arrepentirnos de nuestros pecados veniales, que luego son perdonados, para recibir más dignamente la Eucaristía: el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús, Nuestro Señor y Salvador.
Hoy meditaremos en profundidad este don de la misericordia de Dios: el acto penitencial.
LA MISERICORDIA DE DIOS HACIA SUS POBRES PECADORES: MEDITANDO EN EL ACTO PENITENCIAL EN LA MISA por el P. Ed Broom, OMV
Inmediatamente después del saludo que nos ofrece el sacerdote, la Congregación es invitada con unos breves momentos de silencio a un Examen de Conciencia. Todos debemos admitir, reconocer y confesar humildemente que moral y espiritualmente nos quedamos cortos en muchos aspectos. En pocas palabras, todos somos pecadores. Sin embargo, esa es precisamente la razón de la venida de Jesús a la tierra.
El propósito de la encarnación de Jesús, su nacimiento, sus breves treinta y tres años en la tierra que culminaron con su pasión, muerte y resurrección fue venir a salvarnos del pecado y sus consecuencias. En realidad el Nombre de Jesús significa «Salvador». El propósito principal de la venida y presencia de Jesús entre nosotros es precisamente ese: salvarnos del pecado, salvarnos de las garras del diablo, salvarnos de la tristeza y salvarnos del castigo eterno del infierno.
RECONOCIMIENTO HUMILDE DEL PECADO. El Papa Venerable Pío XII hizo esta triste pero verdadera afirmación: «El pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado». Si nunca llegamos a la realidad y concluimos que somos realmente pecadores, entonces es imposible que Jesús, que vino a salvarnos del pecado, nos salve realmente. El enfermo nunca será curado por el médico hasta que le diga sus síntomas, dónde y cuándo y cómo se ha producido esa dolencia. Los pecadores deben admitir humildemente que cometen pecados y que hacen daño a Dios y a sí mismos, así como a los demás, al pecar.
RITO PENITENCIAL. El Rito Penitencial es un momento crucial en los Ritos Introductorios del Santo Sacrificio de la Misa. Antes de rezar el Rito Penitencial, debe haber al menos un breve tiempo de silencio. Por cierto, el sagrado Silencio en la Misa debe ser comprendido, valorado, apreciado y vivido. En efecto, Dios se comunica con nosotros en el silencio.
EL PORQUÉ DEL SILENCIO. Puede parecer obvio -pero desgraciadamente no para todos- que esos breves momentos de silencio deben utilizarse como medio para examinar nuestra propia conciencia personal/individual. (Es el momento de la verdad, en el que nos damos cuenta de que somos pecadores y de que tenemos una gran necesidad de la misericordia infinita de Dios. Pero alegrémonos de las palabras alentadoras de la Escritura, de San Pablo a los Romanos: «Donde abunda el pecado, sobreabunda la misericordia de Dios». (Romanos 5:20)
ORACIÓN PENITENCIAL. Lo que sigue naturalmente a este Sagrado Silencio es la Oración Penitencial. En una palabra, esta Oración Penitencial es realmente un Acto de Contrición que hacemos, suplicando humildemente la misericordia de Dios porque todos nosotros somos pecadores -¡a excepción de Jesús y de su Inmaculada Madre María! Jesús desea ardientemente derramar su infinita misericordia sobre toda la humanidad pecadora.
VARIEDAD. El proverbio suena verdadero durante todo el curso de la Santa Misa: «¡La variedad es la sal de la vida!». Así como hay varias opciones en el Saludo Introductorio, también hay varias opciones que el sacerdote-celebrante puede elegir con respecto al Rito Penitencial.
CONFITEOR / «CONFIESO…» Probablemente el Acto Penitencial más utilizado, elegido por la mayoría de los sacerdotes y rezado por la Congregación, es el del Confiteor – «Me confieso…»- que en gran parte se atribuye al gran pecador convertido en gran santo -San Agustín-.
Confieso a Dios todopoderoso
y a ustedes, mis hermanos y hermanas,
que he pecado mucho
en mis pensamientos y en mis palabras,
en lo que he hecho,
y en lo que he dejado de hacer;
por mi culpa, por mi culpa,
por mi gravísima culpa;
por eso pido a la bendita María siempre Virgen,
a todos los ángeles y santos,
y a vosotros, mis hermanos y hermanas,
que recen por mí al Señor Dios nuestro.
MEDITACIÓN. Sería una espléndida práctica de espiritualidad, incluso en términos ignacianos, un maravilloso ejercicio espiritual pasar un largo período de tiempo meditando lentamente sobre el contenido, las frases y las palabras del Confiteor. De hecho, se puede obtener mucho fruto de este ejercicio espiritual.
¿Cuáles son, pues, algunas pepitas de oro que podemos extraer de nuestra meditación sobre el Acto de Contrición en la Misa o, si se quiere, del Confiteor? Las siguientes son algunas:
1. 1. HUMILDAD. En primer lugar, admito humildemente que soy un pecador, sin negarlo, sino admitiéndolo y confesándolo humildemente. Similar al Rey David en el Salmo 51 que admite su pecado de adulterio y asesinato en el Salmo humildemente inspirado, sin duda uno de los mejores Actos de Contrición jamás compuestos.
2. EL PECADO OFENDE A DIOS. Esta humilde admisión del pecado se dirige primero a Dios. Este es el orden adecuado, que cuando pecamos, primero y ante todo reconozcamos que nuestro pecado es teológico: es una ofensa a Dios Todopoderoso.
3. DIMENSIÓN SOCIAL DEL PECADO. Luego confesamos no sólo a Dios sino también a nuestros hermanos que hemos pecado. El pecado no sólo ofende a Dios Todopoderoso, sino que tiene una dimensión social. Después de que Adán y Eva pecaran, Caín mató a su hermano Abel. Nuestro pecado tiene repercusiones más amplias, como el efecto de onda concéntrica de una piedra lanzada en medio de un estanque. Respondiendo a la pregunta que Caín hace a Dios: «¿Soy yo el guardián de mi hermano?» La respuesta es un resonante ¡¡¡SÍ!!! Somos responsables de nuestros actos, ya sean buenos o malos. Estamos llamados a esforzarnos siempre por dar buen ejemplo a todos nuestros hermanos, pero lamentablemente a veces damos escándalo. Por ello rogamos a nuestro Dios todopoderoso y misericordioso que nos perdone y se apiade de nosotros.
4. CUATRO FORMAS O MANERAS DIFERENTES EN QUE PODEMOS PECAR. Continúa el Acto Litúrgico de Contrición, que nos ayuda a hacer un profundo Examen de Conciencia, ofreciendo cuatro maneras diferentes en las que podemos pecar realmente. Esas cuatro formas son las siguientes: PENSAMIENTO, PALABRA, HECHO, y OMISIÓN. ¡Vaya! Aquí hay mucho material para reflexionar; mejor aún, mucho material para examinar nuestra conciencia e incluso para motivarnos a recurrir a la Confesión Sacramental más pronto que tarde.
5. PENSAMIENTOS. En efecto, hay una batalla por nuestra mente, ¡hoy más que nunca! En privado, ¿por qué no hacer un minucioso Examen de Conciencia sobre tu mundo de pensamientos? Este mundo interior del pensamiento se podría comparar casi con una enorme selva. Hay mucho bien, pero mezclado con feos monstruos. Todos debemos admitir humildemente que no siempre estamos 100% orgullosos de nuestro mundo de pensamientos. Con demasiada frecuencia, nuestro mundo de pensamientos apesta a pecado debido a lo que ponemos en nuestra mente a través de la visión impura, la lectura, la mirada, la contemplación y la famosa imaginación errante y descontrolada. Por supuesto, no todos los malos pensamientos son pecaminosos. Sin embargo, si consentimos los malos pensamientos impuros o pecaminosos -la lujuria, la avaricia, la envidia, la ira, el orgullo- se transforman en verdaderos pecados que deben ser llevados al Sacramento de la Confesión. Nuestro objetivo y meta final debe ser poner en práctica dos versos paulinos: «Poneos en la mente de Cristo» y «Tenéis la mente de Cristo»(1Cor 2,16) ¡La recepción de la Sagrada Comunión es el medio más eficaz para poner en práctica y activar estos dos imperativos paulinos!
6. PALABRAS. Jesús afirma inequívocamente: «De la abundancia del corazón habla la boca» (Lc 6,45), y «toda palabra que salga de nuestra boca será juzgada» (Mt 12,36). Aunque este ejercicio puede ser muy doloroso, puedes repasar tu día, desde el principio hasta el final, y revisar todas las palabras que salieron de tu boca, que en realidad es tu corazón. ¿Fueron palabras expresadas con ira o amargura? ¿Fueron motivadas por el orgullo o la envidia? ¿Herían a los demás? ¿Fueron desagradables a Dios? Esta puede ser una experiencia algo dolorosa pero necesaria y reveladora.
7. HECHOS – LO QUE HE HECHO. En nuestro amplio abanico de experiencias hay muchas obras buenas que podemos hacer. Debemos esforzarnos por vivir las Obras de Misericordia Corporales y Espirituales. (Leer Mt. 25:31-46) Sin embargo, en nuestras acciones con demasiada frecuencia nos quedamos cortos. La palabra griega para pecado es Hamartia, que significa «no darle Al blanco». Como en el caso de un arquero, con arco, flecha a la punteria. A menudo, nuestras acciones no sólo no dan en el blanco, sino que dan en el blanco equivocado y pueden causar un gran daño. La mentira, el adulterio, las acciones violentas, el robo, la bebida y las drogas, y tantas otras.
8. OMISIÓN. Es muy probable que muchos de nosotros, posiblemente debido a una conciencia poco formada, nunca hayamos sido realmente conscientes de cuántos pecados hemos cometido por omisión. Por omisión entendemos sencillamente lo siguiente: no hacer o no llevar a cabo lo que deberíamos hacer. Somos negligentes en las obligaciones de nuestro estado de vida. La causa fundamental o el pecado capital es, con demasiada frecuencia, la pereza o la holgazanería. Cuántos padres pecan por ser negligentes en la Educación Religiosa de sus hijos. Retrasando los bautismos, confesiones poco frecuentes, primeras comuniones tardías, y con demasiada frecuencia no enseñando y formando a sus hijos en el importantísimo arte de la oración.
9. POR MI CULPA (¡¡3 VECES!!) La oración continúa con la admisión humilde y personal de que mi pecado es mío y no de otros. En otras palabras, no culpamos a nadie más que a nosotros mismos -como el rey David en el Salmo 51- por los pecados que hemos cometido. Debemos aceptar y asumir la responsabilidad personal de nuestros propios pecados personales y no señalar con el dedo a los demás.
10. A continuación, la Iglesia nos invita a todos a realizar un gesto penitencial concreto golpeando nuestro pecho con el puño tres veces. Qué importante es que nos demos cuenta de la importancia de comprometer toda nuestra persona en la oración: nuestra mente, nuestros afectos e incluso nuestro cuerpo en nuestra experiencia de oración.
11. PEDIR LAS ORACIONES DE TODOS. A continuación, esta breve pero poderosa Oración Penitencial concluye de manera que nos convertimos en mendigos, implorando, suplicando a los demás que intercedan por nosotros y que recen por nosotros. San Agustín nos recuerda que todos somos mendigos ante Dios. Todos debemos implorar constantemente su infinita misericordia en todo momento y lugar. Repasemos la lista de aquellas personas que queremos que recen por nosotros.
12. MARÍA SANTISIMA SIEMPRE VIRGEN. La Virgen tiene muchos títulos, pero los más pertinentes en el contexto de esta oración son los títulos: «Nuestra Señora, Refugio de los pecadores» y «Nuestra Señora de la Misericordia, nuestra vida, nuestra dulzura y nuestra esperanza». Levantar los ojos a María e implorar sus oraciones para alcanzar la misericordia y el perdón de nuestros pecados es una oración muy eficaz.
13. LOS ÁNGELES. ¿Con qué frecuencia rezas a los Ángeles? Conocemos los nombres de tres de los Arcángeles: Miguel, Gabriel y Rafael. Sin embargo, hay miríadas y miríadas de ángeles en el Cielo que esperan que les recemos para que corran en nuestro auxilio. No nos olvidemos de ellos. ¡Invoca a todos los ángeles!
14. LOS SANTOS. Por último, para completar esta aventura familiar, no debemos dejar de invitar a nuestros amigos celestiales, guías, modelos e intercesores, es decir, a los SANTOS, a que recen por nosotros. Mientras vivieron en la tierra, fueron pecadores que lucharon y permitieron que la gracia de Dios venciera sus propias tendencias pecaminosas. Ahora disfrutan de la gloria de Dios y corren al rescate de los que, en la tierra, les llaman en su necesidad. En efecto, ¿cuántas gracias perdidas y descuidadas por nuestra parte por la simple razón de que nos olvidamos de invitar a los santos a estar con nosotros, a caminar con nosotros, a interceder por nosotros, a rezar por nosotros y a echarnos una mano? ¡Recibamos un poco de ayuda de nuestros amigos!
15. NUESTROS HERMANOS Y HERMANAS Concluimos en el ámbito de la oración de intercesión para rogar a nuestros hermanos y hermanas que viven -en realidad los que están con nosotros en la misa en esta celebración específica- que recen e intercedan por nosotros. Qué hermosa es la Iglesia que es verdaderamente una familia. Es una familia unida por el amor. Este amor parte y fluye de Dios mismo, que es amor, en palabras de San Juan en una de sus Cartas. Pero este amor se expande hacia el amor y las oraciones de Nuestra Señora por nosotros, y los ángeles y su poderosa presencia, y luego los santos, los héroes victoriosos de Dios. Por último, la Iglesia Militante, los soldados de Cristo que aún viven y que están invitados a participar en la guerra espiritual. En efecto, todos formamos parte de una familia maravillosa, la Iglesia, que es verdaderamente la familia de Dios.
En resumen, dedica un tiempo a la oración silenciosa, saboreando este Confiteor-Acto de Contrición. Utilízalo para examinar tu propia conciencia. Deja que la luz de la gracia penetrante de Dios ilumine y purifique tu mente mientras te preparas para escuchar la palabra de Dios y recibir a Jesús en lo más profundo de tu corazón.