En su visita al sector más pobre de la ciudad de Nueva York -Harlem- el Papa San Juan Pablo II predicó estas alentadoras palabras: «¡Somos un pueblo pascual!» Con estas palabras predicadas en un sector muy empobrecido de Nueva York, el santo pontífice acentuaba el hecho de que Jesucristo resucitó verdaderamente de entre los muertos y abrió las puertas del Cielo para todos nosotros. Este es, en efecto, un mensaje de gran esperanza para todos los que desean abrir su corazón al Señor Jesús resucitado.
En muchos corazones, aun en los de los católicos, la virtud de la esperanza parece humear, tambalearse, vacilar, casi se apaga. Pero el Señor Jesús resucitado es tan bondadoso, compasivo, cariñoso, misericordioso y paciente, que de buen grado infunde en nosotros una esperanza y una alegría renovadas, si abrimos nuestro corazón a su llamada.
Tal vez tu corazón esté lleno de dudas, ansiedades, miedos, inseguridades y confusión. Si es así, la Palabra de Dios se dirige a ti ahora mismo: «He aquí que estoy a la puerta y llamo. El que abra la puerta, entraré y cenaré con él, y él conmigo». (Ap. 3:19)
Espero que todos seamos colmados de una esperanza renovada, y que nos regocijemos y nos alegremos. La esperanza no es un sentimiento anhelante, caprichoso y sentimental, como en la expresión: «¡¡¡Pues eso espero!!!». ¡Todo lo contrario!
¿Qué es entonces la esperanza? La esperanza es una de las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Estas tres virtudes teologales fueron infundidas en nuestra alma cuando fuimos bautizados. Por supuesto, como las semillas sembradas se deben cultivar. En palabras de los jóvenes de hoy: «Si no la utilizas, la pierdes». Así pues, usemos y cultivemos la esperanza para no perderla.
Quizás la mejor manera de entender la virtud teológica de la esperanza se resume en la obra maestra espiritual, con Santa Faustina como secretaria de Jesús, Diario: La Divina Misericordia en mi alma. Se puede resumir en cuatro palabras: JESÚS, ¡EN TI CONFÍO! Estas palabras, escritas al pie de la imagen de la Divina Misericordia, resumen la esencia de nuestro mensaje sobre la virtud de la esperanza. Debemos depositar una CONFIANZA total, constante, sin reservas y sólida en Jesús en todo momento, lugar y circunstancia. Debemos abandonar nuestras vidas al cuidado amoroso de Jesús, y confiar en que Él nos ama, y siempre actúa de forma que nos beneficia, aunque a veces no entendamos los caminos de la Divina Providencia. Como señala el salmista, sus caminos no son los nuestros, y tan altos como los cielos están sobre la tierra, así de altos son los caminos de Dios sobre los nuestros. (Is. 55:9)
Nosotros vivimos en el tiempo, pero Dios vive en la eternidad. El pasado, el presente y el futuro convergen en Dios. Dios ve todo el panorama, mientras que nosotros sólo vemos una parte muy limitada de la totalidad.
¿Cuáles son entonces algunas formas concretas de fomentar, reforzar y fortalecer la virtud de la Esperanza en nuestras vidas, para que podamos llenar a los demás de esperanza y alegría? Ofreceremos algunas pautas; aferrémonos a ellas y dejémonos sostener por la sólida ancla de la esperanza.
1. EL AMOR DE DIOS POR MÍ Ante todo, debemos estar firmemente seguros y convencidos de que nuestro Dios no es ningún tirano, dictador o jefe mezquino que busca castigarnos. Muy al contrario, nuestro Dios es un Padre amoroso que nos ama a todos y cada uno de nosotros con un amor eterno, un amor que es inmutable, nunca sujeto a cambios. Es más, cuanto más débiles, vulnerables y miserables nos encontramos, más nos abraza Dios con su amor. Esto lo vemos ejemplificado en la Parábola del Hijo Pródigo, que puede llamarse con razón, «La Parábola del Padre Misericordioso». (Lc. 15:11-15) ¡Vuelve a leer esta historia bíblica prestando especial atención a las acciones del padre!
2. ENVIÓ A SU HIJO PARA SALVARME. Dios Padre manifestó su infinito amor por nosotros enviándonos a su único Hijo en la persona de Jesucristo en su Encarnación. Jesús fue concebido en el vientre de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, nació, vivió y fue crucificado sufriendo dolores atroces y derramando hasta la última gota de Su Preciosa Sangre, murió y fue sepultado, y resucitó de entre los muertos; todo ello por amor a todos y cada uno de nosotros. ¡Qué preciosos sois a los ojos de Dios!
3. JESÚS NOS DEJÓ LA IGLESIA: EL CUERPO MÍSTICO DE CRISTO. Otro motivo para alegrarse en la esperanza es que, aunque Jesús, después de su muerte y resurrección, ascendió al Cielo, no nos dejó huérfanos. Más bien, Jesús dejó su presencia entre nosotros en la Iglesia, que es su Cuerpo Místico.
4. JESÚS PRESENTE EN LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA. El corazón propio y el centro de la Iglesia es Jesús verdaderamente presente en Su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en el Santo Sacrificio de la Misa, más concretamente en la Sagrada Eucaristía. Los que creen y están en estado de gracia están invitados a recibir a Jesús en lo más profundo de su alma y a experimentar la vida y la vida en abundancia.
5. LA AMISTAD CON JESÚS. En la Última Cena, Jesús llamó a sus Apóstoles, sus Amigos. También quiere que nosotros seamos sus amigos íntimos. ¿Por qué no empezar hoy mismo a cultivar un vínculo de amistad profundo, dinámico y fuerte con Jesús? ¡Él es el Amigo Fiel, el Amigo que nunca te fallará! (¡¡¡EL AMIGO QUE NUNCA FALLA!!!)
6. EL CIELO NOS ESPERA Una realidad que con cierta frecuencia se olvida es la realidad del Cielo. A menudo rezamos el Padre Nuestro, comenzando con estas palabras: «Padre nuestro, que estás en el cielo…» Pero con el tiempo nos olvidamos de meditar sobre la realidad del Cielo. El Cielo existe de verdad. Jesús ha preparado un lugar para todos nosotros en el Cielo. Este pensamiento debería inundarnos de esperanza y alegría, y estimularnos a alcanzar este preciado premio.
7. EL SEÑOR ES MI PASTOR, NADA ME FALTA. (PS. 23) En cualquier momento y lugar podemos cerrar los ojos e imaginar que estamos caminando por los prados tranquilos, pacíficos y refrescantes donde Jesús, el Buen Pastor quiere caminar con nosotros, hablarnos, escucharnos, animarnos, apoyarnos y amarnos. ¿Por qué no lees hoy este salmo lentamente y con atención? Y luego dar un largo y tranquilo paseo con Jesús, el Buen Pastor de tu alma. Él te espera pacientemente.
8. DIARIO DE LA DIVINA MISERICORDIA EN MI ALMA Uno de los clásicos espirituales que ha dejado una huella indeleble en mi vida en los últimos años es el DIARIO: LA DIVINA MISERICORDIA EN MI ALMA. Jesús eligió una monja sencilla y santa, Santa Faustina Kowalska, conocida como la Secretaria de la Divina Misericordia, para comunicar al mundo uno de los mensajes más importantes y urgentes de todos los tiempos: Dios es rico en misericordia, Dios nos ama, Dios está dispuesto a perdonarnos y a abrazarnos en sus brazos amorosos. No puedo alentar con mayor énfasis la compra y lectura diaria y la meditación de esta obra maestra espiritual, ¡incluso un número por día! Uno de los frutos más exquisitos de la lectura constante, asidua y diaria de la Agenda será una renovada esperanza que brotará en nuestro corazón y una alegría expansiva y desbordante.
9. COMPARTE TU ESPERANZA Y TU ALEGRÍA CON LOS DEMÁS. Si realmente seguimos estas sugerencias, el fruto obtenido será un aumento de la esperanza y la alegría. Sin embargo, hay que entender que esta esperanza y esta alegría no se pueden guardar para nosotros mismos, sino que hay que compartirlas con los demás. Al compartir nuestra esperanza y alegría con los demás, ellos serán iluminados y sacados del pozo del desánimo, y al mismo tiempo nuestra propia esperanza y alegría serán fortificadas y crecerán aún más. «Que vuestra luz brille ante los hombres para dar gloria a vuestro Padre Celestial». (Mt. 5:16)
10. MARÍA: NUESTRA VIDA, DULZURA Y ESPERANZA La hermosa oración que rezamos con tanta alegría al final del Santo Rosario, la Salve Santa Reina, comienza con estas palabras: «Salve, Santa Reina, Madre de la Misericordia, nuestra vida, dulzura y esperanza….». Son palabras de gran aliento. María es, en efecto, un manantial y una fuente de abundante esperanza. Invitamos a todos a leer y meditar el clásico mariano y obra maestra, «Las Glorias de María», de San Alfonso de Ligorio. De hecho, esta joya espiritual es un comentario a la oración «Dios te salve, Reina». Al leer, meditar y asimilar estas verdades, sin duda, nos llenaremos de esperanza y alegría, y nos convertiremos en un manantial desbordante de esperanza y alegría para los demás. De nuevo, el libro está dividido en secciones de pocas páginas. Resuélvete a leer al menos una sección al día. ¡¡¡Así, tu día estará animado por la Divina Misericordia de Jesús y nuestra Madre de la Misericordia!!!
Queridos amigos, todos somos pueblo de Resurrección. Somos, en efecto, hombres y mujeres imbuidos de la virtud de la esperanza. Que la Virgen, que es verdaderamente nuestra vida, nuestra dulzura y nuestra esperanza, nos inspire a confiar plenamente en el amor de Dios por nosotros, en su cuidado y amor maternal por nosotros, y en la profunda Amistad de Jesús con nosotros. Entonces seremos realmente una luz brillante que brilla en la oscuridad y una estrella resplandeciente que apunta a nuestra recompensa celestial.