Según santo Tomás de Aquino, todo hombre, creyente o no creyente, busca ser feliz. Esto puede parecer una declaración de sentido común, sin embargo, debemos preguntarnos: ¿por qué, hoy más que nunca, hay tantos con la cara larga, que critican y hablan mal de otros, que injurian y condenan a su hermano? Es más, son muchos los que sufren de depresión y toman antidepresivos. ¿Por qué se autoinfligen tantas adolescentes, por qué se cortan o se suicidan nuestros jóvenes? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Debe de haber alguna respuesta a esta aparente “infelicidad” de tantos. ¡Son muchísimos los que viven en una jaula de tristeza!
La respuesta es sencilla: “Todos, todos que andan por el mundo tristes y deprimidos buscan la felicidad pero en lugares equivocados!
¿Es lo mismo felicidad y placer? Muchos equivocadamente piensan que placer es sinónimo de felicidad; ¡más equivocados no podrían estar! De hecho, todo el dinero del mundo puede comprar muchísimo placer, esto ni porque negar, pero, todo el dinero del mundo no puede comprar o llenar el corazón de la verdadera felicidad. Esto mismo cantaban Los Beatles en los años 60 – El dinero no puede comprarme el amor! De hecho, entre los adinerados hay muchísimos que sufren de depresión. Siendo que ahí no se encuentra la felicidad, ¿dónde buscar la verdadera felicidad? ¿En el dinero?, en los placeres del mundo? ¿En vino y mujeres? ¿En vino y casino? En la fuerza y el poder y el dominio sobre otros? En el juego, los caballos y en ganar la lotería? En vivir en una mansión, yates y exóticas vacaciones? Con firme y sonoro decimos – ¡NO! Regresamos a la mismo pregunta ¿dónde y cómo se encuentra la verdadera felicidad, si es que en verdad la podemos encontrar?
Solo en Dios está la verdadera felicidad. Hasta los 31 años de edad, Agustín, ahora conocido como SAN AGUSTIN, uno de los santos y Padres más brillantes de la Iglesia Latina, buscaba la felicidad en el placer y terminó en una total desilusión. Buscó la felicidad en el sexo, el poder y varios sistemas filosóficos, pero ninguno de ellos satisfació los anhelos más íntimos o las añoranzas o la sed verdadera de su corazón. El sexo lo atraía, lo tentaba y lo esclavizaba de la manera más torpe y despiadada, tanto, que ésta era su oración: “Señor, dame castidad y templanza, ¡pero no ahora!” El joven y apasionado Agustín, sabía en los más hondo de su corazón que el sexo no le llenaba o satisfacía los anhelos más íntimos de su corazón; sólo Dios podría llenar ese vacío! Pero después de muchos años de lucha y fracasos morales, Agustín se rindió; Agustín entregó todo a Dios y se abrió a las inspiraciones del Espíritu Santo; fue bautizado por san Ambrosio en Milán; especial mención merece el hecho que su madre – santa Mónica – estuvo presente el día de su bautismo¡ ¡Que ejemplo para todos nosotros, ¡un pecador que se hizo santo! En su obra clásica literaria, Confesiones, san Agustín afirma, y esto en si, es el eje de este escrito: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti”. ¡Es verdad! La fuente de la felicidad y la verdad la encuentra el hombre solo en Dios; solo en Dios!
La alegría en el Señor. San Ignacio de Loyola en los Ejercicios Espirituales, dice y suplica al ejercitante que al contemplar la Resurrección de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, implore a Dios la participación de gracia del GOZO en su resurrección; pero no solo gozo, sino intensísimo gozo! Una vez más, debemos hacer énfasis en este punto: la alegría en el Señor. Solo en Jesús nuestro Señor encontraremos el verdadero gozo; sólo en Él viviremos gozosos; solo en el encuentro con Jesús experimentaremos la verdadera felicidad! Es cierto, Jesús ha resucitado de entre los muertos después de haber sido clavado en la cruz por la remisión y purificación de nuestros muchos pecados. Así proclamamos en la santa Misa inmediatamente después de la plegaria eucarística: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven Señor Jesús! Este hecho histórico, la verdad de Cristo resucitado de entre los muertos debería causar en nosotros y en todo el mundo, una explosión de júbilo, gracia, luz y paz! Jesús vino al mundo para salvarnos! Y no solo a un solo pueblo o un grupo con ciertas creencias, ¡no!; Jesús murió y resucitó de los muertos por toda la humanidad, por cada uno de nosotros individualmente. La palabra “católico” significa “universal”; es decir, la salvación es para todos, para quienes abren su corazón a Jesús. Pidamos entonces, que todos tengamos un verdadero y transformador encuentro con Cristo Resucitado, tal como lo tuvieron los discípulos en camino a Emaús y regresaron sin timidez a Jerusalén para compartir este gozo con el mundo entero. Jesús nos manda: “Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura, y bautícenlos en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.” (Mt 23, 19-20)
La alegría no es una opción, es cosa de absoluta necesidad. Nos atrevemos a afirmar que la alegría no es una opción; se torna menester, se desarrolla una definitiva realidad de carácter obligatorio: ¡la vida cristiana es un camino, pero no un camino triste, sino alegre! La Palabra de Dios en una de las Epístolas de San Pablo dirigida a los Filipenses dice: “Alégrense en el Señor, os lo repito, alégrense en el Señor” (Fil 4, 4) ¡El Espíritu Santo nos manda en este versículo a que estemos gozosos! Pero el Apóstol de los gentiles nos recuerda, que la fuente de nuestra alegría es Jesús! Algunos persiguen la felicidad fuera de Dios y consiguen solo un fracaso en el corazón y un enigma insoluble y para los que compartimos la vida.
Nuestra Señora nuestro modelo y causa de nuestra alegría. Por último, uno de los medios más eficaces para vivir la alegría es encontrarse con la Santísima Virgen María la Madre de Dios y Causa de nuestra alegría. Recemos los misterios Gozosos de Santo Rosario, cantemos el himno alabanza de Nuestra Señora – el Magnificat – en ella encontraremos la alegría y podremos vivirla con mayor plenitud. Lea y medite estas palabras que brotaron del Corazón Inmaculado de María: “Glorifica mi alma al Señor, y mi espíritu se llena de gozo, al contemplar la bondad de Dios mi Salvador…” (Lc 1, 46-55) ¡Cuán ciertas son estas palabras de la Madre de Dios, Causa de nuestra alegrá! Sólo en Dios, sólo en conocer a Dios, sólo en el encuentro con Dios, sólo en hablar con Dios, sólo en amarlo y entregar nuestras vidas a Él (en imitación de Nuestra Señora) podremos experimentar la verdadera y permanente alegría, ahora y por toda la eternidad! Alcemos nuestra voz y el corazón a Dios con san Pablo: “Alégrense siempre en el Señor, insisto, alégrense!» (Fil 4,4) y “Este es el día que hizo el Señor, nos gozaremos y alegraremos en Él.” (Salmo 118, 24)
El padre Ed Broom, OMV (Oblato de la Virgen María), conocido también como Padre Escobita, fue ordenado sacerdote por san Juan Pablo II en 1986. Es asistente del párroco en la Iglesia de San Pedro Chanel en Hawaiian Gardens (California). Allí imparte retiros, da los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, organiza y dirige su propio programa de radio y televisión en Guadalupe Radio –Barriendo Conciencias, y da un curso de preparación a los fieles en diversas parroquias de la archidiócesis de Los Ángeles para la Consagración total a Jesús mediante María. Para leer artículos o escuchar audios en inglés o en español, por favor vaya a www.fatherbroom.com
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