PREPARACIÓN DISPOSITIVA A LA GRACIA.
En la teología Sacramental hay un principio central conocido como “preparación dispositiva a la gracia”. En lenguaje sencillo significa que recibimos las gracias según nuestra cooperación. Daremos un ejemplo: es más facil entrar en una habitación cuando la puerta está abierta de par en par, que cuando está entre abierta o cerrada. En vista de esto, es imprescindible la cooperación del hombre en la recepción de la gracia santificante fruto del sacramento; sin ella, falta la disposición necesaria para la transformación, especialmente en la recepción del más sublime Sacramento, la Santa Eucaristía.
Las almas devotas que por un acto de la voluntad, se preparan bien para comulgar, llegan a la Iglesia mucho antes del comienzo de Santa Misa, se disponen haciendo sus oraciones, participan plena y activamente durante la Misa y reciben la santa Comunión con fe viva, amor y devoción. En esta alma, por colaboración personal, la persona recibe una fuente inagotable de gracias. Siendo ésta la realidad, presentaremos a continuación cinco consejos prácticos que le ayudarán a prepararse mejor. No hay una acción más grande que podamos hacer en nuestra vida terrena, que recibir dignamente la Eucaristía.
5 FORMAS EN QUE PODEMOS MEJORAR NUESTRA RECEPCIÓN DE LA SANTA COMUNIÓN DURANTE LA MISA.
La Eucaristía, fuente y cúlmen de la vida y de la misión de la Iglesia, está estrechamente
vinculada con el sacramento de la Confesión. La gracia sacramental específica de la Eucaristía es la gracia nutritiva, porque se nos da a manera de alimento divino que conforta y vigoriza en el alma la vida sobrenatural: la gracia sacramental de la Confesión es la sanación y su recepción fructuosa purifica, da luz y santifica el alma, disponiéndola para poder
recibir la Eucaristia mejor y con mayor fervor. Veamos esta analogía: imagine que su
alma es un cristal. Cuando la tierra opaca el cristal, se obstruyen los
rayos del sol. Pero al tallar y limpiar el cristal, los fuertes rayos del
sol lo traspasan e inundan el interior de la habitación. De igual manera,
al purificarse el alma con la Sangre Preciosa de Jesús, y al comulgar, Jesús inunda al alma con mayor fuerza y resplandor y le imparte un manantial de gracias y bendiciones. Digámoslo así, si deseamos ser santos como Dios es santo, ¡acudamos y recibamos con frecuencia los sacramentos de la Confesión y Comunión!
Hagamos todo lo que esté en nuestras manos por evitar el peligro de recibir la Sagrada Comunión de forma mecánica, superficial, rutinaria, con frivolidad o indiferencia. Por la facilidad que tenemos de asistir diario a Misa y comulgar corremos el peligro de que se degenere en un simple hábito piadoso de rutina. En la sacristía de muchos conventos se encuentra una placa en la pared con esta exhortación:
«Hombre de Dios, celebra esta Misa como si fuese tu primera
Misa, tu última Misa y tu única Misa.»
¡Qué sabio consejo! Esta debería ser nuestra actitud al acercarnos a comulgar.
Recibamos la Sagrada Comunión como si fuera nuestra primera Comunión,
nuestra última Comunión y nuestra única Comunión. Si lo hacemos, ¡comulgaremos con mucho fervor!
EL OFERTORIO; EL SACERDOCIO COMÚN DE LOS FIELES.
El Concilio Vaticano II habló de una renovada atención a dos formas de sacerdocio: el “sacerdocio ministerial o jerárquico” (Los obispos y sacerdotes reciben el Sacramento del Orden) y el “sacerdocio común de los fieles” de todos los cristianos bautizados. Los fieles laicos de modo que han recibido el encargo y la facultad de contribuir al crecimiento y santificación de la Iglesia, son exhortados a vivir su sacerdocio común ofreciéndose a Jesús en la santa Misa con el sacerdote celebrante. Todos los fieles, deben ofrecer mínimo de una intención personal en cada Misa, pero igual podrían ofrecer a Dios más de una intención y petición. Jesús nos dice:“Pidan, y se les dará; busquen y hallarán; llamen, y se les abrirá…” (Mt 7, 7)
Recibimos poco porque confiamos y pedimos poco. ¡No hay límites al poder de Dios! Por lo tanto, forme el buen hábito de llegar con tiempo a Misa, ofrézcase enteramente a Dios, haga peticiones a Dios, y no se limite, preséntele a Dios todo lo que guarda en su corazón. Dios se complace cuando le pedimos mucho, porque el que mucho pide, ¡mucho recibe!
La beata Madre Teresa de Calcuta nos enseña una hermosa oración a Jesús y María. La oración va más o menos así:“Préstame, Madre, tu puro e Inmaculado Corazón para así poder recibir y amar más ardientemente el Corazón de Jesús.” Esta oración la podemos hacer cuando vayamos a comulgar. Pidámosle a nuestra Santísima Madre que nos preste su corazón para así recibir a su Hijo con un corazón lleno de amor y fervor. Si lo hacemos, los frutos que recibiremos al comulgar aumentarán!
Sería de mala educación si después de recibir una invitación a un gran banquete, vamos a la cena, devoramos la comida y salimos corriendo sin dar gracias o despedirnos. Seríamos mal agradecidos y maleducados. Pero lo mismo puede suceder cuando vamos a Misa y comulgamos. Muchas veces, vamos a comulgar, y salimos corriendo de la Iglesia como si nos estuviera persiguiendo un toro. ¿Malagradecidos? ¡Claro que sí! Cuentan las anéctodas que en la vida de san Felipe Neri que en una ocasión, después de Misa, notó algo que le inquietó mucho. Notó que cierto hombre salía corriendo antes de la bendición final. Un día volvió a ver que este hombre salía volando de la iglesia antes de la bendición final. ¡Divisó un plan! Al día siguiente cuando estaba por acabar la Misa, el hombre salió corriendo. Pero san Felipe Neri estaba preparado. El y dos monaguillos lo siguieron. Los monaguillo caminaban con una vela a cada lado del señor y así caminaban en procesión por las calles de Roma. Al darse vuela, el señor vio al P. Felipe y su noble procesión, a lo cual les preguntó el motivo. San Felipe entonces le replicó que era una procesión Eucarística por las calles de Roma ¡ya que este señor llevaba en su corazón al Santísimo Sacramento! Apenado, el hombre se dio cuenta el significado de esa procesión Eucarística. Desde ese día en adelante, dejó de salir de Misa sin primero hacer su acción de gracias por el Don de dones que había recibido en su corazón – el Santísimo Sacramento del altar, el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo Jesús, el Hijo de Dios vivo. Tristemente, esta pequeña anécdota de la vida de san Felipe Neri es demasiado común entre los católicos que acuden a la Santa Misa – la más grande oración del universo.
amemoslo y démosle gracias! Porque en
verdad, este es el momento más grande y precioso en la vida terrena del hombre.
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