Dios es dador por naturaleza. En la Encarnación, Dios Padre nos dio a su Hijo unigénito. La primera Navidad, recibimos al Niño Jesús de los hermosos brazos de María. Jesús igual nos dio todo sin excepción: Su Sagrada Palabra, los incontables milagros, Su poderoso y sublime ejemplo y el Viernes Santo en el Calvario nos dio toda su Sangre Preciosa. El domingo de la Resurrección, Jesús dio el »Don de dones», el Espíritu Santo, cuando sopló sobre los Apóstoles y dijo: »Recibid el Espíritu Santo…»
Y como si eso fuera poco, Jesús dijo que estaría con nosotros siempre, hasta el fin de los tiempos. ¿Cómo y dónde está Jesús? Jesús está presente en su Cuerpo Místico que es la Iglesia y en los Sacramentos, que son fuentes de gracia. En la Última Cena (la primera Misa) Jesús prometió dejarnos el memorial de Si mismo e instituyó el más grande Sacramento: el sacramento de la Santísima Eucaristía – ¡el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de JESUCRISTO! Jesús está sustancialmente presente en la Santa Eucaristía bajo las especies del pan y el vino.
Cada año después de las Solemnidades de Pentecostés y la Santísima Trinidad, la Iglesia celebra con la más grande reverencia, devoción, fe y amor, la Solemnidad de CORPUS CHRISTI. CORPUS CHRISTI es la Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Jesús presente en cada Misa en la Santa Eucaristía – presente en la Sagrada Comunión.
Por consiguiente, presentaremos sugerencias prácticas para hacer mejores Comuniones, para que al ir a la Santa Misa y recibir a Jesús en la Santa Comunión, lo recibamos con mayor amor, fe, devoción y reverencia.
Indiscutiblemente, la acción más grande que podemos llevar acabo, es la celebración del Santo Sacrificio de la Misa – la Santa Misa. Indiscutiblemente, el gesto más grande que un ser humano puede realizar es recibir a Jesús en la Santa Comunión con la debida disposición.
El Diario de santa Faustina, La Divina Misericordia en mi alma, habla que los ángeles en el cielo, si pudiesen sentir envidia, tendrían una santa envidia de nosotros por dos cosas: uno, porque nuestra capacidad de sufrir, porque por este sufrimiento podemos ganar grandes méritos; dos, porque podemos recibir a Jesús en la Santa Eucaristía. ¡Cuán realidad tan sublime! Los ángeles no pueden recibir a Dios mismo, y nosotros que somos meramente criaturas podemos recibir a Dios mismo en el fondo de nuestra alma al recibir la Santa Comunión.
He aquí cinco prácticas, concretas y practicas, que podemos emprender para elevar y mejorar la forma en que recibimos a Jesús el Pan de Vida y para mejorar nuestra disposición interior. ¡Porque la Eucaristía es el Don más grande que Dios nos ha dado!
1. ACTITUD DE GRATITUD Y APRECIACIÓN. En la sacristía de muchos conventos sobre la pared se encuentra una placa esta exhortación: »Hombre de Dios, celebra esta Misa como si fuera tu primera Misa, tu última Misa y tu única Misa.» ¡Qué sabio consejo! Apliquemos estas mismas palabras a la manera en que recibimos la Santa Comunión. La próxima vez que comulgue, reciba la Sagrada Comunión como si fuese su primera Comunión, su última Comunión y su única Comunión! Que su comunión no se degenere a un simple ritual, algo mecánico y rutinario, mas bien, que sea todo lo contrario, que cada cada vez que recibamos a Jesús Eucaristía lo recibamos con mayor fuego y amor! Leemos en el diario de santa Faustina, que Jesús con pesar dijo que de que muchos lo reciben en la santa Comunión como si fuera un objeto! ¡Qué terrible recibir al Creador de todo el universo como si fuera un simple objeto! ¡Cuidado! Que el reproche del Libro del Apocalipsis no sea dirigido a nosotros: »Has dejado tu primer amor.» Recupéralo, porque de lo contrario se te quitará tu candelabro.
2. CONFESIÓN Y COMUNIÓN. San Ignacio de Loyola hace la siguiente observación: Hay una relación estrecha entre el sacramento de la Comunión y el sacramento de la Confesión. El sacramento de la Confesión nos sana; la Eucaristía nos alimenta. Veamos esta analogía: imagina que su alma es un cristal. Cuando la tierra opaca el cristal, se obstruyen los rayos del sol. Pero al tallar y limpiar el cristal, los fuertes rayos del sol lo traspasan e inundan el interior de la habitación. De igual manera, al purificarse el alma con la Sangre Preciosa de Jesús, cuando recibimos a Jesús Eucaristía, Jesús inunda el alma con mayor fuerza y resplandor e imparte al alma con un manantial de gracias y bendiciones. Digámoslo así, si deseamos ser santos como Dios es santo, ¡acudamos y recibamos con frecuencia los sacramentos de la Confesión y Comunión!
3. EN CADA MISA Y EN CADA COMUNIÓN, OFREZCAMOS NUESTRAS PROPIAS INTENCIONES. En cada Misa celebrada en una parroquia, el sacerdote menciona el nombre de la persona o personas por quien la Misa es ofrecida, podría ser por un feligrés o por un difunto. El hecho que el sacerdote ofrezca la Misa por una intención no le excluye a usted de presentar a Dios sus propias intenciones. Haga uso del »sacerdocio de los fieles» ofreciendo en cada Misa, en unión con el sacerdote, sus propias intenciones; podría tener una sola intención o dos o ¡miles! Pero recomiendo que ofrezca su Comunión por tres intenciones: 1)Por una ánima o ánimas del purgatorio por la purificación y la liberación de ellas; 2) Por la conversión de alguien que usted conoce o por la conversión de una multitud de pecadores; 3) ¡POR SI MISMO! Ofrezca su Comunión por usted mismo, por un »transplante de corazón espiritual». Si es verdad que recibimos el Cristo TOTALen cada Misa y cada Comunión (incluyendo su Sagrado Corazón), por qué no pedir a Jesús que nos de Su Sagrado Corazón. De esta forma, recibiremos en cada Misa y en cada Comunión, un transplante de corazón espiritual. ¡Qué océano infinito de santidad!
4. ¡PARTICIPE PLENAMENTE EN LA MISA! Hoy más que nunca, vivimos en un mundo lleno de distracciones. Tristemente, estas mismas distracciones nos las llevamos a la Iglesia, a Misa. Las distracciones podrían ser las personas que llegan tarde a Misa, los bebes que lloran, el clic clac de los tacones, el sonido del celular. El ira Misa se ha vuelto un laberinto en donde uno tiene que andar con cuidado para no perderse con las distracciones en la Iglesia. Pero igual, para sacar mayor provecho de la Santa Misa y la Santa Comunión, debemos hacer un esfuerzo decidido. He aquí algunas sugerencias.
- LLEGUE TEMPRANO. Llegue temprano a Misa para entrar en recogimiento. Como los atletas que hacen calentamientos antes de empezar, igual nosotros debemos tenemos que guardar silencio interior para entrar en comunicación con Dios. Rece el Rosario antes de Misa. Lea las lecturas de ese día y haga una meditación bíblica. Presente sus intenciones sobre el altar antes de que comience la Misa. Hable con Nuestro Señor. Platíquele a Jesús todo lo que le preocupa, todo lo que pesa a su corazón. San Pedro nos dice: »Démosle al Señor todas nuestras preocupaciones que Él os cuidará.»
- ACÉRQUESE AL ALTAR. Tome un asiento cerca del altar. Esta es una forma de dejar atras las distracciones de personas que llegan tarde a Misa. Siga las indicaciones del Concilio Vaticano II: »Participe plenamente, activamente y conscientemente en cada Misa. (Vaticano II Sacrosanctum Concilium, Constitución Dogmática sobre la Liturgia)
- SU ÁNGEL DE LA GUARDA. Pida e implore a su ángel de la guarda que le ayude para que usted participe plenamente en la Misa como si esa Misa fuese su primera Misa, su última Misa y su única Misa – la Misa sobre la cual será juzgado por toda la eternidad.
5. NUESTRA SEÑORA, LA SANTA MISA Y LA SANTA COMUNIÓN. María Santísima siempre es nuestra maestra, guía, vida, dulzura y esperanza. Cuando Nuestra Señora se aprecio en México, en Lourdes Francia, en Fátima y en Portugal, ella pidió la construcción de un templo para que Jesús fuese adorado en al celebración de la Santa Misa y en la Santa Comunión. Las últimas palabras de María en el Evangelio fueron: »Hagan todo lo que Él os diga.» María más que nadie en el mundo, después de Dios, desea nuestra unión con Dios ahora en esta vida y en la vida que viene. Esto se logra con una recepción frecuente de la Santa Comunión llena de fe y fervor. Porque la Santa Comunión es el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad del Hijo de María. En cada Misa, implore a Maria que le preste su Inmaculado Corazón para que pueda recibir a Jesús con un amor ardiente. Si recibimos la Comunión con el Inmaculado Corazón de María, lo haremos con más eficacia y fervor y habrá una transformación en nosotros. Así podremos decir con el apóstol San Pablo: »Ya no soy yo quién vivo sino Cristo quién vive en mí.»
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