¿Se siente triste? ¿Siente que nadie le comprende, que a nadie le importa? Se siente confundido, consternado, aturdido y desorientado? ¿Ha perdido el sentido de la vida? Siente que su mente, su corazón y su alma se encuentran en un túnel largo y oscuro y no encuentra la salida? Ha llegado al punto de decir »basta», ¿está por aventar la toalla?
San Ignacio de Loyola describe este estado de animo como un estado de DESOLACIÓN. La soledad y desorientación son manifestaciones claras de ello.
¡PELIGRO! Si no sabemos afrontar la desolación, pueden haber consecuencias catastróficas o daño irreparable en nuestra vida espiritual y en nuestra vida natural. Una mala decisión puede marcar el rumbo de nuestra vida. ¿Cuántos jóvenes hoy en día no recurren a la violencia hacia otros o hacia ellos mismos? y entran así a un mar de desolación.
El estado de desolación – manifestado por una profunda sensación de soledad – abunda en nuestra sociedad y en nuestros tiempos. Pero somos un pueblo de esperanza. »¡Nuestro auxilio es en el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra!» San Pablo también nos alienta con estas palabras: »Si Dios con nosotros, quién contra nosotros…» y »Cuando soy débil, entonces soy fuerte…» (¡Nuestra fuerza es Dios!) Y en el salmo leemos que Dios es la ROCA, ¡nuestra LUZ y nuestra SALVACIÓN!
Para superar una soledad que aplasta, porque de alguna forma todos pasamos por momentos de soledad aunque sea por periodos breves, sigamos estos pasos.
SALMO 23: EL SALMO DEL BUEN PASTOR. Cuando las nubes dejen caer sus aguas torrenciales sobre su alma, abra su Biblia, diríjase al Antiguo Testamento y busque el salmo más conocido – el Salmo 23.
Salmo 23. EL BUEN PASTOR
Salmo de David.
«El Señor es mi pastor: nada me falta;
en verdes pastos él me hace reposar.
A las aguas de descanso me conduce,
y reconforta mi alma.
Por el camino del bueno me dirige,
por amor de su nombre.
Aunque pase por quebradas oscuras,
no temo ningún mal,
porque tú estás conmigo con tu vara y tu bastón,
y al verlas voy sin miedo.
La mesa has preparado para mí frente a mis adversarios,
con aceites perfumas mi cabeza y rellenas mi copa.
Irán conmigo la dicha y tu favor mientras dura mi vida,
mi mansión será la casa del Señor por largos, largos días.»
¡SILENCIO! Busque un lugar de silencio y lea el Salmo 23, rece y medite el salmo y escuche la voz a Dios. Permita que Dios le hable a su corazón. Porque Dios nos habla en el silencio de nuestro corazón se le dejamos.
»El Señor es mi Pastor, nada me falta… » Permita que las palabras del Salmo 23 le hablen íntimamente a su corazón, especialmente cuando su alma se siente abandonada y sola. Lea estas palabras detenidamente, con serenidad y con buena disposición. Rece el salmo por segunda y tercera vez. Algo poderoso pasará. La suave y poderosa gracia de Dios tocará el fondo de su alma, y le llenará de conocimiento: se dará cuenta que no está solo; que nunca ha estado solo; y que nunca estará solo por la sencilla razón de que: »El Señor es su Pastor, nada le falta…»
ESCENA CONTEMPLATIVA. Forme esta escena en su mente, véase caminando solo en verdes praderas con Jesús el Buen Pastor. Deténgase y véalo a los ojos, vea esos ojos que le aman, porque usted es la »niña de sus ojos». Cuan importante es usted para Jesús, y siempre lo será. El motivo que Jesús llegó al mundo fue precisamente por ti, ¡por tu alma inmortal!
¡ÁBRALE EL CORAZÓN! Abra hoy su corazón triste y herido, hable con Jesús! Él más que nadie en el mundo, quiere escucharle y le escuchará con tierna atención. Y no sólo escuchará sus palabras sino penetrará los secretos de su corazón. No es necesario disimular con Él. Jesús le conoce más de lo que usted mismo se conoce. Si alguna vez hubo alguien que conoce todos sus pensamientos y su corazón, es Jesús el Buen Pastor.
¡NO TEMA! San Juan Pablo II desde el inicio de su pontificado exhortó al mundo y cada persona a que no tengamos miedo de abrirle la puerta a Cristo, de abrirle el corazón a Cristo, el Buen Pastor de nuestras vidas.
¿QUÉ LE DIGO A JESÚS? ¿CÓMO LO DIGO? Hable con Jesús con sencillez. El Señor no pide palabras altisonantes o lenguaje elocuente. Platíquele todo. Recordemos las palabras del apóstol san Pedro: »Depositen en él todas sus preocupaciones, pues él cuida de ustedes.» Acaso, ¿teme lo que el día de mañana traerá? Hable con Jesús, ¡cuéntele sus temores! ¿Le atormenta el pasado, le atormentan sus pecados? Deposite sus pecados en el Corazón del Buen Pastor. Porque Jesús vino no por los santos sino por los pecadores. Quizás sean cosas de la infancia que han herido gravemente su corazón. ¡No tema! Jesús es el sanador herido quien el profeta Isaías dijo: »Por sus llagas hemos sido sanados.» ¿O quizás sufre usted de una enfermad que parece incurable? Recuerde que Jesús sanó a los ciegos, los cojos, los paralíticos y los leprosos; incluso resucitó a los muertos. ¡Jesús es el CAMINO, la VERDAD y la VIDA! Permita que Jesús sea el Médico que sane sus heridas y su enfermedad. No deje que las dudas y los temores le paralicen, desde el fondo de su corazón clame: ¡JESÚS EN TÍ CONFÍO!
¡EL CORAZÓN DEL BUEN PASTOR ESTÁ ATENTO! El Buen Pastor escucha con tierna atención y un corazón lleno de amor y compasión. Jesús el Buen Pastor no tiene prisa, más bien Él es el amor y la paciencia misma. Jesús caminará con usted, le escuchará, le hablará y le consolará.
Para cerrar, en momentos de soledad, no recurramos a los dioses falsos que nos ofrece este mundo – la bebida, las pornografía, las drogas y a la sexualidad ilícita. Porque sólo le arrastrará a una soledad más profunda. Mas bien, recurra al Buen Pastor y ábrale el corazón porque Él en verdad Jesús es su Pastor, nada le falta…»
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